jueves, mayo 31, 2007

El terrorismo antitabaco

El tema de las campañas, normativas, paranoias, atropellos e intolerancias autodenominados "antitabaco" me es caro, carísimo. Ya lo he abordado a propósito de una visita a la ciudad de Rosario y lo he sufrido en silencio desde que en Buenos Aires, mi ciudad, se ha impuesto la prohibición de fumar en lugares denominados "cerrados" tales como una humilde mesita de bar junto a una enorme ventana a la calle, la cual me parece suficiente "apertura".
Pero como hoy es el Día Mundial sin Tabaco y La bitácora de Emilio reproduce unas consignas del Atlas del tabaco de la Organización Mundial de la Salud (OMS), decidí no callarme y opté por hacerlo aquí para no abusar del espacio que se ofrece allí.
Hay tanto material terrorista sobre la cuestión que suena injusto centrar el tema en esa breve proclama traducida por Emilio, pero por algún lugar hay que empezar y abarcarlo todo sería una tarea eterna. Y yo soy mortal, fume o deje de fumar.
La tapa del Atlas está presidida por la foto de un niño de raza negra con un cigarrillo en la boca. No sé por qué recordé aquel trabajo señero de Roland Barthes, publicado hace medio siglo en Mitologías, en el que desmonta el sentido de la foto de prensa de un soldado negro haciendo la venia a la bandera francesa. La tapa del negrito fumador parece el puro mito de la "salubridad" pero si me pongo a hablar de esto me voy por las ramas.
Vayamos frase por frase de esa página del Atlas:

- Cigarettes kill half of all lifetime users. (Los cigarrillos matan a la mitad de quienes fuman durante toda su vida).
Emilio prefiere traducir "kill" por "mueren" pero matar y morir son cosas distintas. ¿Qué significa que el tabaco mate? Que una serie de investigaciones médicas supuestamente serias lo ha establecido así. Como la OMS no publica mucho más que declaraciones políticas y panfletos terroristas, es difícil hallar esos datos que a mí me gusta buscar: ¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? y ante todo ¿por qué? Basta creer a ciegas que si el humo del tabaco porta más de 4000 o 400 venenos -más o menos, da lo mismo, serían muchos- la proposición deviene verosímil.
Para que quede claro, no creo una palabra de semejante discurso pseudo científico que no puede o no quiere dar cuenta de objeto, método y muestra en el camino de sus pseudo hallazgos.

- Half die in middle age -between 35 and 69 years old. (La mitad muere en su mediana edad -entre los 35 y 69 años).
Emilio obvia en su traducción esa sorprendente "middle age" que a mí me parece de máxima relevancia: me cuesta asimilar que un ser humano de 69 años esté en su mediana edad. Dejando de lado la importante diferencia estadística entre media y mediana, me he puesto a buscar cuál es la edad en que nos morimos, con o sin tabaco, y hallé la siguiente reseña del "informe anual 2003 de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). [...] Entre los resultados del informe sobre la salud en las Américas, están: En el último medio siglo, la expectativa de vida aumentó desde 55,2 años hasta 72,9 años en la región de las Américas".
Entonces resultaría que la mitad de los americanos que mueren "a causa del tabaco" no llegan a sus 70 años pero si no fumaran quizás llegarían al borde de los 73 y no mucho más allá. La OMS y la OPS han descubierto que al fin de cuentas todos nos morimos.

- No other consumer product is as dangerous, or kills as many people. (Ningún otro producto de consumo es tan peligroso o mata a tanta gente).
Una vez más, no se conoce en qué se basa la proclama terrorista y todo depende, supongo, de esa categoría de "consumer product" y del emplazamiento espacio-temporal del aparente dato. Más peligrosa es la energía eléctrica y por eso hay toda una industria de la llave térmica, el cable a tierra, el disyuntor automático, el enchufe prohibido, etc. Más peligrosos -dicen otros estudios al menos iguales de serios, es decir, nada- son la yema del huevo, las carnes rojas, los frutos de mar y las grasas saturadas. Más peligrosos son unos pocos peligros sensatos que hacen del mundo cotidiano un lugar difícil de vivir.

- Tobacco kills more than AIDS, legal drugs, road accidents, murder, and suicide combined. (El tabaco mata más que el SIDA, las drogas legales, los accidentes de ruta, los asesinatos y el suicidio combinados).
Se trata de una serie de causas curiosamente cercana a la que preside la agenda política y periodística destinada a la seducción paranoica de la llamada clase media urbana, de preferencia occidental. A iraquíes y palestinos habría que decirles que el tabaco mata más que la invasión y la guerra; a marfileños y haitianos, más que la miseria y el hambre; a tailandeses e indonesios, más que un imprevisto tsunami y así. Supongo que no lo creerían pero cada cual cree lo que quiere o puede creer.

- Tobacco already kills more men in developing countries than in industrialised countries, and it is likely that deaths among women will soon be the same. (El tabaco ya mata a más hombres en los países en desarrollo que en los países industrializados, y es probable que las muertes entre las mujeres pronto sean las mismas).
Preciosa denominación que no quiero soslayar: "in developing" -Emilio opta por "Tercer Mundo"- significa que aquí estamos en camino. Resulta que no sabemos bien hacia dónde y algunos no creemos que sea hacia un mundo de equilibrio entre naciones industriales. Será por aquello del provocado deterioro de los términos del intercambio o sólo porque somos gente de poca fe.
Pero quiero centrarme en el número absoluto que, a conveniencia, suplanta a la proporción. ¿Acaso no muere mucha más gente en los países pobres que en los ricos desde mucho antes de que se fumara aquí o allí? Y si los señores científicos no podían asociar un número mayor de muertes al tabaco, ¿no será porque cuando no alcanza para un plato de arroz suele no alcanzar para un atado de cigarrillos? Hay gente que nunca fumó y sin embargo murió de hambre, digo, por si interesaran las causas y números a la OMS.

- While 0.1 billion people died from tobacco use in the 20th century, ten times as many will die in the 21st century. (Mientras que 100 millones de personas murieron por el uso de tabaco en el siglo XX, diez veces más morirán en el siglo XXI).
Ya he citado a la OPS que sostiene que en la segunda mitad del siglo pasado la expectativa de vida de los americanos aumentó en unos 18 años. No he hecho las serias investigaciones que presumen haber hecho los científicos que refiere la OMS, pero tengo la intuición de que han sido los cincuenta años en que más se ha extendido el consumo de tabaco en el continente. Si yo fuera tan irresponsable como otros, diría que eso demuestra que, para vivir más, no hay cosa más benéfica que tragar humo. Tomo a un centenar de tipos de 80 años, les pregunto desde cuando fuman, controlo con cien viudas de no fumadores y concluyo que los fumadores viven más. Una boludez.
Por otra parte y ya que la OMS sabe cuántos vamos a morir y de qué, me gustaría saber cuándo me tocaría a mí a fin de arreglar con tiempo un par de cosas que tengo pendientes. Ya sé que moriré durante este siglo, fume o no, pero agradeceré algún dato más preciso al respecto.

Lamentablemente, no puedo no mencionar el cierre que Emilio da al breve manifiesto: "Lástima que el gobierno no se anime a perseguirlo con más contundencia".
La lástima es que se reclame al gobierno una "persecución más contundente" que la actual que, está visto, pasa por la discriminación de una minoría -para colmo víctima de una epidemia mundial según declama la propia OMS-, la restricción de las libertades personales, la uniformación de los hábitos socioculturales, la marginación de quienes deben salir de los locales públicos -a esto refiere el título del post referido, junto a una figura visual de esta exclusión- o recluirse en la intimidad de sus hogares -por ahora, porque el reclamo podría ir e irá por más.
Y, ante todo, en el adoctrinamiento y organización de masas contra un colectivo amplísimo, detrás de un injustificado e injustificable discurso terrorista impulsado por los propios Estados centrales y sus títeres supraestatales con nombres de instituciones importantes.

Pero no quiero cerrar así porque daría la impresión de estar enojado: lo estoy pero no quiero dar esa impresión. Por lo tanto voy a reflexionar sobre qué haría yo con esos 3, 4 ó 5 años que, dicen, el tabaco me arrebataría respecto del número de días hábiles que, de lo contrario, tendría más o menos garantizados según registro que desconozco. Para ello, prefiero citar a Antoine de Saint Exupéry por boca de su sabio El principito:
-Buenos días -dijo el principito.
-Buenos días -dijo el mercader.
Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.
-¿Por qué vendes eso? -dijo el principito.
-Es una gran economía de tiempo -dijo el mercader-. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-Y, ¿qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
-Se hace lo que se quiere...
"Yo, se dijo el principito, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente..."
Y también buscaría el asteroide B612 antes de que en éste se largue a llover.

jueves, mayo 24, 2007

Porteño de ley

Durante más de una semana el canal Todo Noticias (TN) publicitó como el hecho político más trascendente de la década el llamado "Debate Capital" entre los tres candidatos básicos en las próximas elecciones a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que se llevó a cabo anoche en su programa A dos voces.
Como una abeja reina, rodeados de asesores, colegas y fotógrafos llegó cada uno, y se ubicó en el sitio que "democráticamente" le tocó por sorteo. Todo muy serio, en un ambiente muy rojo, blanco y azul (los colores de TN, no hay que ser mal pensado), nadie olvidó la corbata ni la escarapela. Cada uno con su carpeta a tono con el traje.
En el centro quedó el actual Jefe de Gobierno, Jorge Telerman, a su derecha el Presidente de Boca, Mauricio Macri, y a la izquierda el Ministro de Educación, Daniel Filmus.
Todo perfectamente organizado, cada tema, espacios, tiempos, incluyendo los nueve minutos "libres" en los cuales la superposición de voces entre los tres hacía que fuese prácticamente imposible entender, y aquel con voz más potente y contundente "ganó" el bloque.
Telerman, con su experiencia mediática y su capacidad para el sarcasmo, Filmus, varios cuerpos detrás tratando de mostrarse serio, responsable y culto, y Macri, que se olvidó de que era un debate y sólo hizo publicidad, usando a los demás candidatos como fondo, tal como hiciera alguna vez con una montaña de basura y una niña ostentosamente pobre.
Todos comprenden los problemas de la ciudad, todos van a hacer algo, el otro nunca hizo nada y obedece a oscuros intereses, que no son los del pueblo. Cada uno enarbolando el pasado del otro y tratando de ocultar el propio. Una típica campaña. Telerman y Filmus sacándose chispas por su relación con K, pero uniéndose para atacar al de otro género, Macri, quien como una estúpida marioneta recitó de memoria su spot.
Según leí y escuché en algunos medios, el debate "aclaró posiciones". Yo debo ser bastante tonta, ya que no me aclaró nada que no estuviese claro desde siempre. También escuché en alguna radio que fue un "ejemplo de responsabilidad cívica y política" (¿?). Yo vi un debate en el cual cada uno intentó demostrar que conoce la ciudad mejor que los otros y tiene la única y verdadera solución, mientras trataba de hundir al rival sin demasiado entusiasmo, y en el que ninguno pareció obligado a responder o explicar las acusaciones más allá de devolver la estocada, en un tono, aún dentro de ese marco de acusaciones, amistoso.
Hace algunos años me llamó la atención un nuevo estilo en la mediatización política. El formalismo y acartonamiento desaparecieron con el tuteo (voseo, estamos en Argentina), y el llamarse por sus nombres. CQC y Jorge Lanata, que entrevistaba a "Néstor" (Kirchner) y lo tuteaba, cuando era candidato a presidente, o a "Lilita" (Carrió) o a "Luis" (Zamora), fueron pioneros en ese estilo, y si bien no es algo trascendente sino una simple y aparente cuestión generacional, ese relajamiento en el trato provocó un cambio en el sentido de la relación.
Anoche los candidatos se trenzaron en discusiones en las cuales eran Jorge, Daniel y Mauricio, tres "amigos" debatiendo en un ambiente hiperformal, en un tono informal. Aún Macri, aleccionado para no responder acusaciones y sólo mostrar sus pro-puestas, no pudo evitar caer en esa interna. Y quizás ése fue el mayor triunfo del debate, que por momentos parecían estar debatiendo, pero sólo por el tono, no por lo dicho. Cada uno actuó su personaje con soltura (incluso Filmus, aunque tardó en distenderse) haciéndome sentir espectadora de algo privado y ficticio, como una novela. Y cada uno quedó convencido de haber ganado.
No sé si será cierto que mucha gente decidió su voto por este debate, por suerte yo no soy porteña, pero si lo fuera, lo que me quedaría claro es que sólo puedo quedarme observando cómo se inunda la ciudad cuando empieza a llover.

viernes, mayo 18, 2007

About films

En materia de cinematografía hay dos cosas que en general me resultan difíciles de soportar: el cine argentino y el cortometraje. Con sus honorables excepciones, claro, porque hay interesantes films argentinos y excelentes cortos. Pero, como se sabe, hay también mucho cortometraje argentino, cruce fatídico en el cual se potencia lo peor de ese estilo regional y lo peor de ese formato fílmico. Por si fuera poco, hay la sección nocturna de una señal de cable que tiende a esa encrucijada exasperante bajo el llano y explícito título de Cortos I-Sat.
El cine argentino arrastra desde siempre un problema grave: todo lo que en él se dice, se dice mal. No hay palabra que no suene fuera de lugar, extemporánea, salida de caja, impertinente, gratuita y ajena. Alrededor de ese obstáculo, sus films suelen oscilar de extremo a extremo: ponen en boca de sus personajes altas reflexiones de corte abstracto- filosófico o recurren a una caricatura de lenguaje arrabalero plagado de puteadas y poco más. Con sus honorables excepciones, ya he dicho.
Las escuelas de cine, que a juzgar por sus productos de fin de curso resultan bastante malas, parecen estar intentando un camino distinto. Es aún peor. Seguramente alentada por esa definición aberrante según la cual hacer cine sería contar una historia en imágenes, la tendencia consiste en expulsar toda palabra del lenguaje fílmico. Expulsar, que no es lo mismo que eludir o que evitar, implica arrancar la palabra de donde siempre estuvo, de donde es inconcebible que no esté.
Así, el cine argentino -pero muy en especial el corto argentino- nos instala en un mundo imposible. No es el mundo del sordo porque el sordo habla y ve mover los labios de quien habla; tampoco el del sordomudo porque el sordomudo satura la vista con su habla gestual. Es más bien un mundo expoliado del lenguaje verbal aunque pleno del resto de sonidos. Sólo en el seno de este inhumano país de fantasía puede comprenderse que una pareja o dos amigos se reúnan en un bar al sólo efecto de agitar sus cucharitas dentro de sus pocillos de café. Lo peor es que nos invitan a compartir ese tilín- tilín- tilín que parece ser todo lo que el film tiene para decir.
Sin embargo, si uno mira de vez en cuando Cortos I-Sat termina descubriendo, cada tanto, una perla. Normalmente se trata de realizaciones simples y baratas que ponen en movimiento lo que al resto le falta: algún recurso y algún talento para narrar, para decir, para dar a ver y a oir. Es el caso del atractivo e inteligente About freedom de Guillermo Gravino, exhibido en la madrugada de ayer. Y si bien en cine suele ser problemática tal atribución individual al director, en este caso es de una indiscutible justicia porque Gravino resolvió por sí mismo todos los rubros que precisó resolver.
Un turista de origen inglés visita un balneario bonaerense, Quequén, y a media mañana se dirige hacia la playa con una cámara de mano. El turista (Gravino) no para un minuto de hablar. Horror para los catedráticos del "contar visual": un único protagonista al que no le vemos más que, un par de veces, los pies; una voz que es pura palabra desde el principio al fin. Siempre en off, dice el mismo tipo de tontería que cualquiera diría para sí si estuviera solo a orillas del mar, en una playa poco concurrida en la cual nadie comparte su idioma. Protesta por la presencia de perros, observa a los distintos bañistas, fija su atención en una joven, lamenta que la joven tenga un perro, etc. Luego les pone nombres a sus vecinos de arena y les inventa historias verosímiles: inventa una molestia de Irma por algún viejo asunto de familia -incluso simula la voz de una Irma que masculla contra su hermana mientras sumerge las pantorrillas en el agua-, bautiza como Jorge a un presunto bancario que disfruta del mar con su novia y denomina Ricardo a un humilde surfer que sortea olitas enfundado en neoprene.
El tipo de registro exclusivamente documental, los bordes ennegrecidos que enmarcan los planos, el sonido de fondo de una aparente cámara ruidosa -el trabajo está realizado en MiniDV-, el frecuente y desprolijo uso del zoom siempre en función narrativa y la constante voz off que comenta e interpreta todo lo que vemos producen un efecto de inmersión en ese punto de esa playa: olvidamos que estamos frente a un artefacto montado. ¿Acaso no es ése uno de los objetivos de cualquier ficción bien narrada? ¿Y no es también ese olvido -"that willing suspension of disbelief" según dijera Samuel Coleridge- un fragmento de nuestra pequeña libertad?
La chica del perro de la cual el inglés invisible se ha enamorado pero no se ha atrevido a acercársele, finalmente decide abandonar la playa. Siempre bajo el ojo atento de la cámara, camina lentamente por la arena hacia un chalet blanco de dos plantas y techos azules que miran al mar. El narrador resuelve inventarse para él mismo una historia feliz: la hace su joven esposa, la hace adelantársele a preparar un almuerzo en pareja y a refrescar la habitación en la que dormirán la siesta. Pero la chica se sale del guión recién pergeñado y antes de alcanzar la casa, recoge una bicicleta y se dispone a partir. El narrador decide entonces defender su happy end, la película vuelve unos cuantos segundos atrás, la voz off repite el relato del chalet compartido, el almuerzo y la siesta… Corta a negro y el film culmina antes de que la bella esposa pueda montar el rodado y estropear su final.
"Lástima que esto no pueda hacerse en la vida real -dice el narrador sobre el cierre-, ¿o sí?". En parte no, en parte sí, así de complejas son estas cuestiones acerca de la libertad que About freedom aborda con sencillez, belleza, talento y eficacia. Pero lo que con certeza queda demostrado es que en la vida real y con más criterio que dinero puede hacerse un corto muy atractivo, lleno de palabra, fresco y soleado, sin amenaza de calladas lluvias.

sábado, mayo 12, 2007

Pequeños sueños

Cuando era aún tan chica como para creer que todo lo importante del mundo pasaba allá arriba, encima de mi cabeza, vi en una revista una antigua Casa de muñecas. Quedé fascinada, aunque ya entonces comprendía que el mundo también pasaba por una dimensión a la que no alcanzaría ni subiéndome a una silla.
Pero ese mundo no me impediría tener mi Casa de muñecas. Cajas, papeles, tijeras, goma, era todo lo que necesitaba.
Inconciente de la trascendencia futura del término escuchaba a mi mamá decirle a mis hermanos "eso no lo tires, dáselo a la cartonera", y así comenzó mi breve vida de arquitecta.
La ventaja de construir mi propia Casa de muñecas era que podía mudarme cuantas veces quisiera, o redecorarla más asiduamente que Liz Taylor la suya. Me sentía toda una adulta decidiendo si pondría cortinas en el dormitorio, o aquella mesa redonda que alguna vez fue un frasquito de Vick Vaporub quedaba mejor en la cocina.
Claro que una casa sin quien la habite no son más que paredes, y mis pocas muñecas eran demasiado grandes para poder dormir en una cama hecha de cajas de fósforos. Nuevamente fue mi madre la que me ofreció la solución, en forma de algunos sobrecitos de Plastilina. Empezó así mi breve vida de escultora.
Tiempo después el mundo comenzó a trascurrir al nivel de mis ojos, y olvidé mis Casas y mis muñecas.
Caminaba por el centro, distraída como siempre, con la mente proyectada en lo que haría unas horas más tarde, cuando un cartel en la vidriera de una juguetería me llamó. "Casa de muñecas de Barbie- original- $600". Creí que era un error ¿seiscientos pesos? ¿más que la mitad del sueldo que los docentes lograron con amenazas de paro? ¿más que el sueldo de miles?. Siempre supe que los productos de Barbie, esa muñeca sin gracia que tanto recuerda a la rubia tarada a la que Luca Prodan le cantaba, eran caros, pero me pareció exagerado. Tenía que verla, así que entré.
Una amabilísima vendedora me la mostró. Un engendro plástico de unos cincuenta centímetros, estilo palacio de Disney pero rosa, muy rosa, en cuyo balcón hacía precario equilibrio una de las tantas Barbies Algo, vestida de princesa, enorme para ese pequeño lugar.
"La muñeca está de muestra" se apresuró a aclararme la vendedora. Era extraño que "la casa de Barbie" no permitiera que Barbie entrase en ella. "Es la original, de dos pisos" continuaba, intentando ver mi Visa o Mastercard.
Por dentro una mezcla de estilos con un mal gusto impecable mezclaban en molduras del mismo plástico microondas, jacuzzi, mesas, sillones, etc. Todo moldeado en el cuerpo de la casa, e inamovible, excepto un par de pequeños muebles centrales. Todo tan rosa que asqueaba.
Ni su mejor voluntad pudo impedir que vea la desilusión de la vendedora cuando me fui.
Volví a sentir que el mundo pasa por una dimensión a la que no llegaré ni subiéndome a una silla, una dimensión a la cual tampoco quiero llegar, pero alcanzo a ver. Y me quedé allí, en aquella en la cual no existían las muñecas "originales" o "truchas", en la que una Casa de muñecas era crear un universo, jugar a ser grande, apostar a la fantasía. Me pregunté a qué jugarán, a qué apostarán, aquellas niñas a las que les compren la original Casa de Barbie.
Mientras me alejaba me di cuenta que faltaba un objeto en esa casa. No había visto ningún paraguas.