martes, enero 22, 2008

En este país no se puede comprar

Alguna vez expliqué por qué en este país no se puede techar y ahora intentaré dar cuenta de por qué, según se me refiere, tampoco se podría comprar un techo.
Hace pila de meses que un amigo cercano intenta comprar un departamento chico en zona norte de Buenos Aires, ya sea en el distrito federal o en jurisdicción provincial. Le resulta poco menos que imposible a valores racionales. Voy a centrarme en un único inmueble porque esto es un breve artículo y no una extensa denuncia. Hablamos de una unidad pequeña, económica, en un barrio popular cotizado pero alejado de toda locación estelar.
En agosto de 2007 el agente inmobiliario que hizo pública la oferta, respondía que para empezar a mostrarlo esperaba que se mudaran los actuales habitantes y que si así no fuere arreglaría para mostrarlo aunque siguiera ocupado. La opción para el comprador era volver a llamar en un tiempo incierto; nunca que lo llamaran.
A la semana, el boludo con su dinerillo en mano vuelve a llamar y le dicen que la unidad ya no está en venta porque el dueño se arrepintió y va a seguir alquilando el inmueble.
Días más tarde el departamento vuelve a publicarse a la venta pero cuando el gilastro vuelve a llamar, el pirata intermediario dice que el propietario decidió venderlo a su sobrina.
Un par de meses después, el mismo agente vuelve a publicar la venta del mismo departamento. ¿En qué quedamos? Mi amigo le vuelve a comunicar que está interesado y quisiera visitarlo, pero no hay respuesta alguna. Cero.
A principios de 2008 vuelve a aparecer el aviso de venta. El interesado responde por mail, bajo otro nombre (porque francamente se hinchó los huevos y ya se pregunta si hay un tema de discriminación o qué): "Desde hace más de cuatro meses que queremos visitar el departamento y no hemos tenido respuesta. ¿Realmente lo quieren vender? Por favor, responder a esta dirección".
Unos días más tarde, el imbécil agente al fin responde con una redacción infantil que elude todo criterio de vínculo comercial: "Buen día, el depto estuvo publicado con guardia varios fines de semana ambos días. en este momento esta reservado, en negociación. Comunícate con nosotros en unos días y vemos que sucedió."
El mismo día se expanden las líneas de acción e investigación y mi amigo pide a su hermano que haga (y efectivamente hace) una contraoferta concreta y atendible por el 90% del precio publicado, a conversar. El agente la rechaza con el argumento de que no hay negociación alguna por debajo del precio publicado pero no de que se halle reservado, en negociación (¿sería negociación por sobre la oferta?). Es decir, nada de nada, excepto la mentira.
Mi amigo responde así al mail anterior: "No me comunicaré a sus teléfonos 'en unos días y vemos que sucedió', sencillamente porque yo vengo a ser el posible cliente con dinero en mano y ustedes, apenas, el intermediario y/o corredor. Me gustaría que ustedes se comunicaran conmigo, siempre que no les resulte demasiada molestia. Hace ya casi tres meses les comuniqué vía mail que estaba buscando departamento en la zona y les informé que me interesaba ver esa unidad y contaba con determinado dinero en mano. No se dignaron responderme. Hoy cuento con un capital un poco mayor porque mientras ustedes no me respondían y aparentemente decidían si querían o podían venderlo yo seguí produciendo ingresos. Por lo tanto, no esperen que yo los llame 'en unos días' y respondan a esta dirección si están dispuestos a valorar mi interés y mi oferta contado efectivo. Por supuesto, me gustaría ver antes el inmueble, cosa que hasta hoy no he podido. Les aclaro que no compro el diario todos los fines de semana, durante meses, para ver si publicaron con guardia ese dpto. u otro. Estimo que si me contacté con ustedes en tanto oferente y posible comprador, por la vía que ustedes proponen, me responderían en tiempo y forma en la medida que les interesara venderlo. De hecho, yo no publicaría con guardia antes de responder a los ya interesados pero, claro, yo no soy corredor inmobiliario. Espero (y espero que no sea en vano) su respuesta. Gracias".
Varios días después, el corredor le responde la siguiente estupidez: "Buenos días, de acuerdo a su mensaje, no quiere comunicarse con nosotros vía telefonica. Le propongo que se acerqué a nuestras oficinas para conversar personalmente una posible negociación del inmueble. De no ser así lamento no poder sastifaser sus requisitos. Las entrevistas se concretan solamente vía telefónica".
Mirá vos: un pelotudo de manual trucho que no lee (y no escribe: basta ese "sastifaser") y no vende ni a su puta hermana por veinte pesos.
Ahora bien, mi amigo no se queda en este diálogo absurdo con un ridículo que dice ser corredor, no trabaja y pretende cobrar al comprador casi el triple (un 4% del valor del inmueble) de la máxima comisión que prescribe la normativa vigente. Investiga un poco aquí y allá y da audazmente con la next door girl del inmueble de marras que atenta y amable le informa: "Hasta dónde sé, es un departamento con bastantes complicaciones jurídicas. Los chicos que alquilaban antes lo quisieron comprar y fue un re-lío. Parece que lo heredó alguien que no tiene los papeles, pero lo quiere vender porque necesita la plata. Si no me equivoco pedía el efectivo y cuando estuvieran los papeles recién ahi escriturarían. Los chicos estos no se animaron".
A ver si entiendo y puedo resumir un poco el caso: a) el inmueble no sería vendible porque quien pretende venderlo no es su titular legal; b) pero necesita el dinero ya (quién no) aunque no cuenta con el título de propiedad; c) pero no estaría dispuesto a negociar un centavo del precio que fijó en tanto falso dueño; d) y un pirata inmobiliario miente y miente y a la vez se reserva el derecho a una comisión casi tres veces ilegítima por la intermediación de compra de un inmueble que no está en condición de escriturarse.
¿Será realmente así? ¿O sólo estaré alucinando una fuerte lluvia que va a caer?

lunes, enero 14, 2008

Gente de primera

Mi familia es un dibujo, como lo es toda familia. Tengo familia por parte de padre y familia por parte de madre, como corresponde a todo sujeto bien nacido. Debo aclarar que no tengo tíos ni primos hermanos, esas categorías tan habituales que sirven para discutir sobre política o sobre fútbol en las reuniones de fin de año. Mi familia es un dibujo único, digamos un solo cuadro de historieta, sólo ampliable por remisión a otras historietas, paralelas, lejanas y, por qué no, casi ajenas.
Y después tengo otras cosas, como por ejemplo, familias que uno hereda por amistad histórica y elige por mera y llana afinidad. ¿Afinidad? Quizás, no sé, tal vez sea una afinidad activamente construída que ha hecho de nosotros parte de lo que somos. Familias amigas de familias allá hace cien años, ¿qué importa cómo se originó un parentesco? Los años 60 ya son, también y para algunos, historia; son años fundantes de ciertas cosas.
There was a house in Villa Urquiza que para mí era una rotunda maravilla. Era una casona de, entonces, más de medio siglo (un siglo ya no es lo que era) situada en el centro de un lote doble, lo que permitía rodearla mediante sendos pasillos a su izquierda y derecha, poblados de maleza. Al frente, un pequeño jardín y al fondo, unos cuantos metros de terreno; ambos descuidados y librados a cierta proliferación de la vida silvestre. Al fondo del fondo, donde la cosa ya se me confundía con imágenes de Daktari, un gallinero o los restos de lo que supo ser.
La casa era enorme, dos veces enorme para mi petisa percepción infantil, y tenía olores que por entonces yo no conocía. La casa tenía olores a cagada de cotorra y de tortuga (había una cotorra y un tortuga), a condimentos que los humanos usaban en sus cocciones, a historia y a vegetales y a novedades y a otra vida. Vivían allí la abuela Blanca -que no era mi abuela de sangre pero así la llamábamos- y sus dos hijos solteros: Susana, mi madrina, y el Bebe, sin contar a otros cuantos animales.
Hay recuerdos que uno pierde con los años, por irrelevantes o por pelotudos. Y otros que uno recupera cuando quiere, al menos en lo que haría de ellos esenciales. Yo aún veo esa oscura puerta de cocina que conduce al fondo agreste, esa hierba demasiado crecida, esos bichos viviendo por ahí.
Veo también al Bebe, dentista entre otras cosas, accediendo a mi capricho infantil de tratarme en su sillón de dentista y huelo el olor característico -pero entonces nuevo- de la amalgama. Y lo veo haciendo música sentado al viejo piano y lo veo abriendo a mis ojos la maravilla de un nimio sótano que a mí se me figuraba cual cripta de Tutankamón.
Y a Susana la veo más allá de la casa, siempre atenta a mis cumpleaños y produciendo unas tarjetas locas, escritas en círculo y/o en los márgenes, llenas de magia desafiante, destinadas a ponerme a pensar. Y la veo en mi casa, cocinando scons mientras mi madre vuelve de parir a mi querido hermano. Y la veo regalándome libros infantiles en inglés y otras cosas raras que 40 años después, aún conservo y uso (¿quién regala a un niño de los 60 una lupa de siete aumentos con iluminación a pila?).
Susana y el Bebe no son mi familia de sangre, pero la pucha si son parte de mi familia de vida.
El otro día, el Bebe me cuenta que Susana hace tiempo que está muy mal, que ya no es la que era. Los años no vienen solos pero me cago en esos años que traen tristeza y dolor. No es justo. Obviamente, no hay justicia alguna para estos asuntos de la vida. Susana y el Bebe son de esa gente de primera que uno jamás querría que pasen por el más mínimo sufrimiento ni dolor. Pero al fin pasan, porque por ahí al fin pasamos todos, más temprano que tarde, y a mí no deja de dolerme en un alma en la que no creo.
Tal vez un poco cobarde pero sincero, yo prefiero seguir pensando en esa loca vital que es mi madrina, capaz de sorprenderme cada vez y de enseñarme, con un solo gesto, que aún hay cosas por vivir y por hacer antes de la lluvia.

martes, enero 01, 2008

Esto no es un post

Es un mero recurso técnico para que el contador de este mes muestre un 2 (dos) en correspondencia con los 2 (dos) artículos publicados.