lunes, noviembre 30, 2009

Retiro y otras estaciones terminales

Esta semana, sorpresivamente, abandonó la práctica del fútbol profesional José Luis Calderón. La sorpresa no remite a su juventud, visto que sus 39 años son bastantes para un atleta de alta competición. La sorpresa tampoco refiere a la falta de aviso, ya que hace cerca de un año había prometido su retiro para junio de 2009 y, luego, se dejó convencer o conmover por dirigentes y compañeros. La sorpresa consiste en que la intempestiva decisión ocurre un par de semanas antes de que Estudiantes de La Plata dispute el denominado Mundial de Clubes, versión contemporánea de la otrora Copa Intercontinental.


Calderón no ha sido titular en el último semestre, en parte porque el cuerpo técnico ha consolidado en su puesto al atolondrado Juan Manuel Salgueiro (*); en parte porque arrastra una molestia en su rodilla que le ha impedido, a veces, siquiera ir al banco de suplentes. No obstante, unas finales intercontinentales se asumen una instancia en la que todo futbolista querría participar, aún entreteniendo el fútbol los últimos diez minutos, aún sentado al otro lado de la raya de cal, aún como parte de la delegación y de las prácticas. Se asumen, sí, pero respecto de todo futbolista y no de quien ya se siente ex.


Los deportistas profesionales tienen un oficio raro. A diferencia de la inmensa mayoría, se inician muy niños y se retiran muy jóvenes: "Too old to rock'n'roll but too young to die", como supo sentenciar Jethro Tull. Además, hipotecan buena parte de su vida mediante dedicación full time a un objetivo unilateral que consiste en estar en el mejor nivel competitivo para poder derrotar al adversario. Cuando un futbolista en actividad ha vivido casi cuatro décadas, suele haberle dedicado alrededor de tres al entrenamiento físico, la dieta alimentaria, la restricción horaria, los chequeos médicos, el trabajo sobre la carga, recarga y tonicidad muscular y cien cosas más que el periodismo deportivo se encarga de explicitar pero en este momento no recuerdo.

El retiro del fútbol profesional -que suele referirse en los términos metafóricos de colgar los botines, aplicables a cualquier abandono voluntario de una actividad- es un motivo de larga data que se articula, de modo más o menos libre, con muchísimos otros. Porque modos de retiro, hay al menos decenas.


Ayer escuchaba por la radio a un rara avis en este asunto del retiro del fútbol. Gustavo Lombardi tiene 34 años, fue campeón mundial juvenil con la selección argentina (Qatar 1995) y multicampeón local e internacional con River Plate, jugó en dos clubes españoles y en uno inglés y a sus 27 años decidió que ya había sido suficiente para él. En referencia a la decisión de Calderón -y si no entendí mal- Lombardi infiere que ya habría hecho su duelo: en lugar de comenzar a elaborarlo tras la toma de decisión, la decisión corona un proceso que habría madurado hasta el punto de lo inevitable. Y si mi lectura es correcta, estoy de acuerdo con él.

Se trataría de la inversa de un motivo temático caro a la cinematografía: el policía a punto de retirarse que no es capaz de cancelar el compromiso y la pasión que aún lo ligan al oficio y rigen su vida. Recuerdo ahora Falling Down (Un día de furia, dirigida por Joel Schumacher) y The Pledge (El juramento, La promesa o Código de honor, obra maestra de Sean Penn) pero hay varias más. El tipo, concretamente, no concibe el retiro, no admite la situación, no puede retirarse y, por lo tanto, se hace cargo del nuevo caso y desafío.

Imagino que la lucha de Calderón ha sido otra, contraria. Estimo que ya se sentía un poco al margen hace un año, cuando anunció su retiro para junio, y que cedió a los argumentos de Juan Sebastián Verón y otros sin convencimiento cabal. Infiero que la semana pasada ha sufrido un fenómeno de iluminación, quizás una suerte de extrañamiento, esa sensación de estar fuera de toda caja. Tal vez durante una práctica -idéntica a las que protagonizó por décadas pero esta vez distinta- haya paseado la mirada a su alrededor y haya visto que todo seguía igual con la excepción de quien miraba. Como alguna vez ha señalado Alejandro Dolina respecto de una mítica reunión de ex compañeros de secundaria: el único que no estaba allí era él mismo.


Quizás esta semana Calderón haya sufrido ese pantallazo fugaz pero certero, casi fuera de todo tiempo, en el cual uno se pregunta qué carajo hace allí y se responde, fácil y rápido, desde la mayor obviedad: sobrar.

A otros les pasa, no respecto del fútbol, sino de la propia vida y las consecuencias son muy dolorosas y siempre irreversibles. Pero la decisión profesional de Calderón parece ser del orden del duelo largamente madurado, el extrañamiento respecto de eso que fue, la inconveniencia del sujeto de seguir sujeto a algo que, al fin, se terminó, como supo popularizar Vox Dei hace 40 años, cuando un pequeño José Luis comenzaba a latir en el vientre de su mamá.

Cuando el sentimiento de certeza es firme y claro, un Mundial de Clubes -o cualquier otra instancia institucional- deja de significar lo que supo significar y pasa a ser un evento al que uno sólo podría concurrir como un auténtico colado. Calderón se ha ganado extensamente su derecho a participar pero optó por la renuncia porque se considera afuera: se siente y evalúa un ex futbolista.


Lástima, porque yo soñaba una definición del Mundial de Clubes con gol suyo contra el Barça en el minuto ochenta y pico de la final. Y esa sí, su estación terminal, gloriosa, histórica, merecida. Pero Calderón decidió otra cosa: que su vida no es sólo fútbol ni espectáculo y que sus espacios y tiempos los maneja él, como quiere o como puede.

Tal vez su decisión de retiro sólo lo guarezca -y no me refiero, por supuesto, a resultado deportivo- de una fuerte lluvia que, él sospeche, le podría llegar a caer.


(*) En la foto: Salguerio (7), de frente, viene; Calderón (9), de espaldas, se va. C'est la vie.