jueves, diciembre 31, 2009

Décadas, nombres de números y felicidades

Como si tal cosa, sin estridencias y humildemente hoy temina una década, la primera del nuevo siglo -ya no cero kilómetro pero joya nunca taxi- que mañana inicia su decenio segundo. Muchas felicidades. Es posible que la relativa falta de énfasis en este cambio de década se deba a que, hace diez años, el pasaje de centuria y de milenio se cargó con todos los acentos, temores, cuetes y festejos: ante semejantes números diez veces más grandes y cien veces más redondos, una década no es más que una cagadita de paloma.

Pero hay algo más relevante de esta década que termina -y, a decir verdad, en parte de la que empieza-: la sociedad, la cultura, la semiosis no son ni serán capaces de ponerle un nombre que la resuma en base al nombre de los años que la componen. Por esta razón, quedará un poco en offside, como fuera de caja, sin poder hacer sistema pleno con los ochenta y noventa del siglo XX y los veinte y treinta del XXI. Y sin nombre propio, se sabe, las cosas quedan al borde de su desaparición en tanto tales.

Pienso, por ejemplo, en esa diferencia canónica y tal vez forzada que identifica estilos del siglo XX según décadas: en los veinte el nouveau; en los treinta el decó. ¿Y antes qué?, ¿acaso no hubo estilo predominante durante los primeros veinte años del siglo? Lo que no hubo fue nombre de las décadas y, sin nombre, las décadas parecen ser como discriminados niños expósitos, huérfanos de toda orfandad.

La culpa, por supuesto, es del lenguaje, ese eterno agente de incertidumbre, vacilación, incompletud y ambigüedad. Más precisamente, la culpa es del nombre de los números.

Desde el veinte y hasta el noventa y nueve, los nombres de los números mantienen una raíz común que los asocia según decena. Por el contrario, la decena del diez se parte al medio en cuanto a su nominación: once, doce, trece, catorce, quince -cinco términos sin relación con "diez"- y, luego, diecisésis, diecisiete, dieciocho y diecinueve, derivados de "diez" más especificas unidades. Puede hacerse la prueba con el idioma inglés: se observarán varias diferencias pero también patrones análogos.

Esto dificulta hablar de "los años diez" o "los dieces" visto que el once, el doce o el catorce no son en absoluto "dieces" mientras que el veintiuno o el treinta y dos o el noventa y cuatro son "veintes", "treintas" y "noventas" de pleno derecho lingüístico.

Ni hablar de la década que termina, cuyos nombres de año resultan inseparables ya no del siglo sino del milenio; problema semiótico que la humanidad no se planteaba desde el año 1000, es decir, problema que seguramente nunca se hubo planteado. Hace medio siglo, aún podía titularse Un guapo del 900 en referencia a la primera década del siglo XX pero, ¿qué significaría hoy "Un guapo del 2000" (descarto "Un guapo del 000" que sonaría completamente absurdo)?, ¿un guapo del año, de la década, del siglo, del milenio? Aún tal guapo novecentista podía confundirse con referencias a siglos, como en el título Novecento de Bertolucci o con el quattrocento de Da Vinci, Sanzio y demás renacentistas.

Además: ¿por qué se dice 1810, 1914 y 1990 pero se tiende a decir el 2000, el 2009 y el 2010?, ¿qué lógica forzaría ese artículo ausente en las referencias a siglos previos?

La década que termina no tiene ni tendrá nombre propio, claro ni definitivo. La que se inicia es probable que tampoco. Nos toca, entonces, vivir veinte años -estaríamos en el entretiempo, en la charla de vestuario- que nunca se podrán resumir con nombres de decenas y, entonces, reducir fácilmente a un objeto social único y homogéneo.

A mí me resulta incómodo porque nací y vivo bajo nombres de decenas organizadores de la historia pero es probable que haya otras historias, con otros nombres, con otros números, que más allá de nombres de números, pero recuperando nombres y números (felicidades), enfrenten la lluvia que nos va a caer.