viernes, septiembre 26, 2008

Una de leones

Muchos andan comentando por ahí la última publicidad televisiva de Nextel Argentina cuyos responsables intitularon "Leones". Mayormente, los comentarios a este aviso afirman que la pieza no se entiende. Por esta vez, me sumo a las mayorías perplejas, nacionales y populares. El comercial puede verse y oirse en la televisión y, además, en tanto sitio web que lo ha colgado para beneplácito de sus espectadores. Acá no voy a colgar nada así que, quien lo desee, lo mira y vuelve. O no; es decir, no lo mira o no vuelve.
La cosa es más o menos así. A lo largo de minuto y pico, un humanoide con cabezota de león y manazas de león cruza una avenida céntrica, hace un viaje en subterráneo, juega un partido de golf, acuna a un bebé humano, recibe un mensaje vía Nextel y gesticula un sordo rugido desde lo alto de un techo urbano. Sobreimprime: "Mucho más que un celular" y a continuación: "Nextel". The end.

Pero, ¿se trata de un león o de más de uno? He aquí lo primero que no se entiende o, mejor, se entiende de modos opuestos. La mayoría tiende a ver un único león atravesando segmentos de la vida -su vida- citadina. La idea persiste, incluso después de leer un breve artículo publicado por Luis María Hermida en su weblog de Clarín que asume la presencia de leones múltiples. Los mismos que anuncia el título, plural, de esta joyita del séptimo arte.
La lectura en uno u otro sentido no carece de importancia: si el fulano del disfraz es uno y único, el texto tiende a la narrativa; si se trata de varios, de muchos, la cosa es más bien descriptiva. A partir de esto puede derivarse cualquier interpretación: imagínese uno de esos avisos de tratamientos reductores en el que no quedara claro si la señora adelgazada es la misma que tenía esos kilitos de más o bien otra, o bien cualquiera, o bien todas.
Pese al título "Leones" y a la opinión de Hermida, parece primar una lectura en clave de secuencia: la de un tipo mal disfrazado de león que hace seis cosas sucesivas pero no vinculadas y cuyo resultado final, moraleja implícita, metáfora abierta o simplemente sentido no se comprende en absoluto. Hermida, que tiene un largo oficio en el metier de la crítica positiva, empieza por allí: no se entiende. Pero de inmediato condena esta cerrazón sujeta a una lógica realista (?) y halla en la pieza una supuesta capacidad de emocionar que bastaría y, quizás, sobraría: "una buena película de Pucho Mentasti tan llena de posibles metáforas como de sensaciones puramente emocionales". Una buena película es El Padrino, dejémonos de joder.
Al menos Hermida pone en juego algún trabajo de escritura donde otros sólo ponen piloto automático, copy and paste. Decenas de caraduras como, por ejemplo, InfoBAEprofesional transcriben esto: "Con una estética muy cuidada y una destacada banda musical, la pieza subraya las características especiales que le otorga a Nextel el servicio de radio, que es su atributo diferencial". La verdad es que no. Dejemos de lado tal estética cuidada que no ha cuidado la producción de ese híbrido abominable entre lo humano y lo leonino –producción que evoca a esos míseros Mickey montados en estivales trencitos de la alegría-: no hay en todo el aviso una sola referencia a ningún atributo, mucho menos a tal supuesto servicio de radio. No lo digo yo sino cien comentarios que derivan hacia lugares múltiples, impensados, delirantes, pero ninguno vinculado al mentado atributo diferencial de la marca.
No obstante, hay una amplia minoría que comprende tan bien el aviso y le resulta tan obviamente directo, que tiende a cierta soberbia condescendiente del tipo: "a ver si se avispan, giles intelectualosos, la cosa es así de clara". Esta lectura, muy masiva, sostiene que el león es el rey de la selva y la ciudad es la jungla de cemento. Luego, dos más dos: el que tiene Nextel domina a todos los demás. Mirá vos. Algunos que la tienen especialmente clara agregan que el mensaje es negativo porque incentiva el ansia de poder sobre el prójimo, etc.
A mí -y no sólo a mí- me asaltan dudas radicales. Una, boba: ¿por qué el rey cruza la calle como un peatón más y después (¿pero es después o es otro rey?) viaja en subte? Otra: ¿por qué el rey pasa desapercibido -doblemente extraño pues el tipo es el único freak (¿es el único o hay más reyes?) que anda disfrazado con una cabeza de león- entre la multitud? Y una más: ¿por qué el rey todopoderoso, que encima tiene Nextel, anda agobiado, tristón, abrumado o lo que sea le ocurra a ese gato desdichado? Suscribo sin reservas este comentario de un tal Ricardo al artículo de Hermida: "[...] por su expresión pasiva y su aspecto, parece más que un rey de la selva uno de esos leones trashumantes viejos y algo apolillados de los circos de pueblo".
El aviso, con su fulano disfrazado de león (¿pero es un león o son varios?), más que evocar la saga de la fiera dominante parece reformular aquel consejo que un tigre vencido le daba a El oso libertario: "Conformate, me decía un león viejo, con Nextel tenés más que un celular". Y no quiero meterme con la Carta de un león a otro porque no sé de cuántos leones estamos hablando.
Por último, dos lecturas específicas que ponen sentido allí donde, evidentemente, no lo hay. Como las dos leen rasgos que ni a palos están en la pieza, júzguese si alguna de ellas es en joda. O si ambas. O si lo que es en joda es el comercial:
"El león anda por la calle, entra en el subte, se levanta a la chica, luego juega al golf y entrecierra los ojos porque la recuerda (signo de que él también se enamoró). Luego acuna al niño producto de ese amor. Por último, está cansado en un bar cuando lo llaman por el Nextel. Luego ruge triunfal. ¿Fue el llamado de la naturaleza? Sin duda. Ahora él dejará a su esposa y la vida en la ciudad para volver a la selva". (Lo dice Ezequiel pero lo atribuye a su mujer: el debate ya llegó al seno de la cotidianidad de pareja).

"Me parece que nadie entendió el final. Se trata del mismo león y su vida en distintos momentos. Nunca se dio cuenta que el hijo no se le parecía en absoluto, y en el último momento se lo avisa un amigo por Nextel: ¿Qué le queda sino rugir al saber que el hijo no era de él?" (Lo dice María Inés).

Para mí que el león no es un león -de acuerdo, es muy obvio- sino el miembro de una tribu urbana que está compitiendo en un reality- show- virtual- online para ver quién aguanta más tiempo haciendo su vida con una cabezota de león sin sacársela ni para dormir. A través del Nextel -un desafío extra porque con los mitones puestos no puede teclear- manda fotos a su Fotolog, sube videos a YouTube, manda SMS a CallTV, publica su diario en Twitter y actualiza sus MySpace, Facebook y FuckYou. Pero el aviso lo capta en aquellos momentos en que se deprime y piensa en su infeliz existencia y no en aquellos otros en que se autoconvence de que va por el mejor camino hacia su meta: hacerse rápidamente famoso, dedicarse a la libre creatividad e inventar, de preferencia en noches de alcohol, cosas incomprensibles pero muy jugadas antes de que sobre su jaula de hormigón -metáfora urbana muy gastada pero ¿se entiende?; si no la explico- se largue la lluvia.

N. del E.: Las imágenes que ilustran el artículo no son de "Leones" de Pucho Mentasti sino de Bronenosets Potyomkin (El acorazado Potemkin, 1925) de Sergei Eisenstein, otro realizador de buenas películas.

sábado, septiembre 13, 2008

Los perros lamieron la sangre

Leo, por ejemplo, este título en Indymedia Bolivia: "Aumenta [sic] a 15 los muertos de 'La masacre de Pando' y el Gobierno decreta estado de sitio".
Estuve en Bolivia alrededor de tres meses repartidos entre 1982 y 1984, en aquel lejano siglo pasado. Un país amistoso y seductor y primitivo y mortífero, así era y así ha de ser un cuarto de siglo después. Volveré, quizás, porque lo mío es antes el amable desastre que el turismo aséptico.
En tan mínima estadía, compartí un viaje en tren con una madre abrazada al cadáver de su hijo, ví el ingreso de numerosas víctimas de un camión desbarrancado a un hospital miserable -me postulé como ayudante para algo pero se me desalentó muy amablemente- y auxilié a un joven con su pierna destrozada por el servicio ferroviario Santa Cruz- Sâo Paulo: lo sacamos de un tirón del andén, le hicimos un torniquete con mi pañuelo, lo subimos a la fría caja de un camión, le deseamos salud a puro silencio; su carne y su jean eran un indiscriminable amasijo sanguinolento.
Ví más herida, sangre, dolor y muerte en noventa días bolivianos que los que había visto -y vería- en el resto de mi vida. En Bolivia todo era precario y yo mismo me encomendé al demonio cuando subí a un bus con amortiguadores de madera podrida, conducido por un chofer alcoholizado por caminos de cornisa perpetuamente mojados. Yo sobreviví y acá ando diciendo esto, pero muchos otros duermen el sueño eterno en el fondo de un atractivo precipicio, con florecitas y demás.
En Yamparaez, departamento de Chuquisaca, estuve apenas una tarde. En el principio fue la cosa pintoresca del mínimo mercado de hacienda, del indígena vestido de indígena, de los productos regionales ofertados no a mí, que era el único gringo -soy nieto de europeos y amerito el indiscriminado "míster"- ese día y en ese lugar.
Una tarde son unas cuatro horas, en Bolivia suficientes para asistir a una muerte: un camión se inclinó contra un frente debido a las irregularidades de la calle y aplastó a un pobre fulano contra la mísera pared.
Juro que ví el charco de sangre y la sed de los perros y juro que -de regreso a la ciudad de Sucre- el 9 de abril de 1982 escribí los siguientes versos, tan libres en su formato como humildes en su calidad poética. Qué se le va a hacer.

Con la boca abierta y un puño apretado/ quedó quieto/ quieto y mudo contra la pared.
Ya no recordó/ la sierra ni el campo./ No hubo tiempo.
Apenas se encontró/ con la boca abierta en una palabra/ seca y hueca,/ con el cuerpo roto/ entre el camión y la pared.
Los vecinos salieron a la puerta/ a levantar plegarias y susurros,/ las viejas lloraban en quechua/ como un canto ritual.
Lejos en la feria/ los hombres vendían novillos/ a nueve quinientos o a doce,/ las mujeres higos y cerveza.
En medio del grito/ cargaron los huesos hasta el dispensario./ El pulso estaba en cero./ Le taparon la cara./ Los pies quedaron fuera de la ambulancia,/ todos vieron sus ojotas de goma.
Cruzaban por delante/ los rebaños de ovejas/ los rebaños de cabras al mercado/ donde había otra fiesta.
Se alejó el cortejo./ La muerte venía en el medio/ cabalgando un burro/ que no estaba de oferta./ Los hombres vendían novillos/ a ocho ochocientos o a diez,/ las mujeres refresco y canela.
Con el cuerpo roto en una palabra,/ con la boca abierta,/ todos vieron sus ojotas de goma.
A las dos horas/ todo había acabado.
Los perros lamieron la sangre/ sobre la vereda.
Alguien/ hizo otra cruz en el cementerio.

Veintiseis años después, alguien sigue haciendo cruces en ese enorme e histórico cementerio boliviano; antes altoperuano en tiempos del genocidio virreinal. Y si bien la muerte es un acontecer más -el último- en este valle de lágrimas, no deja de dolerme tanto boliviano gratuitamente muerto por un camión, un fascista o bien una puta lluvia que le cayó.