Los perros lamieron la sangre
Leo, por ejemplo, este título en Indymedia Bolivia: "Aumenta [sic] a 15 los muertos de 'La masacre de Pando' y el Gobierno decreta estado de sitio".
Estuve en Bolivia alrededor de tres meses repartidos entre 1982 y 1984, en aquel lejano siglo pasado. Un país amistoso y seductor y primitivo y mortífero, así era y así ha de ser un cuarto de siglo después. Volveré, quizás, porque lo mío es antes el amable desastre que el turismo aséptico.
En tan mínima estadía, compartí un viaje en tren con una madre abrazada al cadáver de su hijo, ví el ingreso de numerosas víctimas de un camión desbarrancado a un hospital miserable -me postulé como ayudante para algo pero se me desalentó muy amablemente- y auxilié a un joven con su pierna destrozada por el servicio ferroviario Santa Cruz- Sâo Paulo: lo sacamos de un tirón del andén, le hicimos un torniquete con mi pañuelo, lo subimos a la fría caja de un camión, le deseamos salud a puro silencio; su carne y su jean eran un indiscriminable amasijo sanguinolento.
Ví más herida, sangre, dolor y muerte en noventa días bolivianos que los que había visto -y vería- en el resto de mi vida. En Bolivia todo era precario y yo mismo me encomendé al demonio cuando subí a un bus con amortiguadores de madera podrida, conducido por un chofer alcoholizado por caminos de cornisa perpetuamente mojados. Yo sobreviví y acá ando diciendo esto, pero muchos otros duermen el sueño eterno en el fondo de un atractivo precipicio, con florecitas y demás.
En Yamparaez, departamento de Chuquisaca, estuve apenas una tarde. En el principio fue la cosa pintoresca del mínimo mercado de hacienda, del indígena vestido de indígena, de los productos regionales ofertados no a mí, que era el único gringo -soy nieto de europeos y amerito el indiscriminado "míster"- ese día y en ese lugar.
Una tarde son unas cuatro horas, en Bolivia suficientes para asistir a una muerte: un camión se inclinó contra un frente debido a las irregularidades de la calle y aplastó a un pobre fulano contra la mísera pared.
Juro que ví el charco de sangre y la sed de los perros y juro que -de regreso a la ciudad de Sucre- el 9 de abril de 1982 escribí los siguientes versos, tan libres en su formato como humildes en su calidad poética. Qué se le va a hacer.
Con la boca abierta y un puño apretado/ quedó quieto/ quieto y mudo contra la pared.
Ya no recordó/ la sierra ni el campo./ No hubo tiempo.
Apenas se encontró/ con la boca abierta en una palabra/ seca y hueca,/ con el cuerpo roto/ entre el camión y la pared.
Los vecinos salieron a la puerta/ a levantar plegarias y susurros,/ las viejas lloraban en quechua/ como un canto ritual.
Lejos en la feria/ los hombres vendían novillos/ a nueve quinientos o a doce,/ las mujeres higos y cerveza.
En medio del grito/ cargaron los huesos hasta el dispensario./ El pulso estaba en cero./ Le taparon la cara./ Los pies quedaron fuera de la ambulancia,/ todos vieron sus ojotas de goma.
Cruzaban por delante/ los rebaños de ovejas/ los rebaños de cabras al mercado/ donde había otra fiesta.
Se alejó el cortejo./ La muerte venía en el medio/ cabalgando un burro/ que no estaba de oferta./ Los hombres vendían novillos/ a ocho ochocientos o a diez,/ las mujeres refresco y canela.
Con el cuerpo roto en una palabra,/ con la boca abierta,/ todos vieron sus ojotas de goma.
A las dos horas/ todo había acabado.
Los perros lamieron la sangre/ sobre la vereda.
Alguien/ hizo otra cruz en el cementerio.
Veintiseis años después, alguien sigue haciendo cruces en ese enorme e histórico cementerio boliviano; antes altoperuano en tiempos del genocidio virreinal. Y si bien la muerte es un acontecer más -el último- en este valle de lágrimas, no deja de dolerme tanto boliviano gratuitamente muerto por un camión, un fascista o bien una puta lluvia que le cayó.
Estuve en Bolivia alrededor de tres meses repartidos entre 1982 y 1984, en aquel lejano siglo pasado. Un país amistoso y seductor y primitivo y mortífero, así era y así ha de ser un cuarto de siglo después. Volveré, quizás, porque lo mío es antes el amable desastre que el turismo aséptico.
En tan mínima estadía, compartí un viaje en tren con una madre abrazada al cadáver de su hijo, ví el ingreso de numerosas víctimas de un camión desbarrancado a un hospital miserable -me postulé como ayudante para algo pero se me desalentó muy amablemente- y auxilié a un joven con su pierna destrozada por el servicio ferroviario Santa Cruz- Sâo Paulo: lo sacamos de un tirón del andén, le hicimos un torniquete con mi pañuelo, lo subimos a la fría caja de un camión, le deseamos salud a puro silencio; su carne y su jean eran un indiscriminable amasijo sanguinolento.
Ví más herida, sangre, dolor y muerte en noventa días bolivianos que los que había visto -y vería- en el resto de mi vida. En Bolivia todo era precario y yo mismo me encomendé al demonio cuando subí a un bus con amortiguadores de madera podrida, conducido por un chofer alcoholizado por caminos de cornisa perpetuamente mojados. Yo sobreviví y acá ando diciendo esto, pero muchos otros duermen el sueño eterno en el fondo de un atractivo precipicio, con florecitas y demás.
En Yamparaez, departamento de Chuquisaca, estuve apenas una tarde. En el principio fue la cosa pintoresca del mínimo mercado de hacienda, del indígena vestido de indígena, de los productos regionales ofertados no a mí, que era el único gringo -soy nieto de europeos y amerito el indiscriminado "míster"- ese día y en ese lugar.
Una tarde son unas cuatro horas, en Bolivia suficientes para asistir a una muerte: un camión se inclinó contra un frente debido a las irregularidades de la calle y aplastó a un pobre fulano contra la mísera pared.
Juro que ví el charco de sangre y la sed de los perros y juro que -de regreso a la ciudad de Sucre- el 9 de abril de 1982 escribí los siguientes versos, tan libres en su formato como humildes en su calidad poética. Qué se le va a hacer.
Con la boca abierta y un puño apretado/ quedó quieto/ quieto y mudo contra la pared.
Ya no recordó/ la sierra ni el campo./ No hubo tiempo.
Apenas se encontró/ con la boca abierta en una palabra/ seca y hueca,/ con el cuerpo roto/ entre el camión y la pared.
Los vecinos salieron a la puerta/ a levantar plegarias y susurros,/ las viejas lloraban en quechua/ como un canto ritual.
Lejos en la feria/ los hombres vendían novillos/ a nueve quinientos o a doce,/ las mujeres higos y cerveza.
En medio del grito/ cargaron los huesos hasta el dispensario./ El pulso estaba en cero./ Le taparon la cara./ Los pies quedaron fuera de la ambulancia,/ todos vieron sus ojotas de goma.
Cruzaban por delante/ los rebaños de ovejas/ los rebaños de cabras al mercado/ donde había otra fiesta.
Se alejó el cortejo./ La muerte venía en el medio/ cabalgando un burro/ que no estaba de oferta./ Los hombres vendían novillos/ a ocho ochocientos o a diez,/ las mujeres refresco y canela.
Con el cuerpo roto en una palabra,/ con la boca abierta,/ todos vieron sus ojotas de goma.
A las dos horas/ todo había acabado.
Los perros lamieron la sangre/ sobre la vereda.
Alguien/ hizo otra cruz en el cementerio.
Veintiseis años después, alguien sigue haciendo cruces en ese enorme e histórico cementerio boliviano; antes altoperuano en tiempos del genocidio virreinal. Y si bien la muerte es un acontecer más -el último- en este valle de lágrimas, no deja de dolerme tanto boliviano gratuitamente muerto por un camión, un fascista o bien una puta lluvia que le cayó.
5 comentarios:
Duele la muerte gratuita y también duelen, claro, las insostenibles argumentaciones de los filofascistas que, ya sea por convicción o peligrosa idiotez, intentan justificarla. (En los comentarios al link que pusiste hay algún ejemplo).
Tu testimonio es muy útil para mirar desde la adecuada perspectiva las informaciones que nos llegan hoy sobre Bolivia, como también me resultó útil para eso el documental que hace poco emitió Canal 7 y anda dando vueltas por ahí. En el pobre discurso de los grandes medios no se fomenta perspectiva alguna: el palermitano sin muchas luces (ni interés en encenderlas) bien puede imaginar los "hechos" de Pando con escenario en Palermo, o a lo sumo Berazategui. A propósito, en el final de la bajada de esta nota de hoy se lee "Son más de 30 los muertos por la crisis": Clarín insiste en asesinatos sin asesinos.
Finalmente, tu texto me hizo recordar por asociación libre la estúpida excusa en su defensa de un personaje de The Constant Gardener sobre la experimentación de las multinacionales farmacéuticas con la población africana: "No matamos a nadie que de todas formas no fuera a morirse... ¿Vos viste las estadísticas de mortandad de este país?" Qué mundo de mierda.
Un fuerte abrazo.
Tengo un temor respecto a lo que pasa en Bolivia: no estaremos ante un nuevo plan de los yankees para toda América del Sur?. En los '70 fue el terror de las dictaduras, en los '90 el entreguismo neoliberal... ahora,la guerra de secesión entre pcia. pobres y pcias. ricas? Tus versos libres son estremecedores. Un abrazo
No tengo mucho que comentar, asi que mejor no comentar.
Saludos.
1+: En el discurso de los medios sí se fomenta perspectiva: la palermitana, etc. En mi testimonio también pero otra. En el dicurso del gobierno boliviano otra y así sucesivamente. Muy oportuna tu cita fílmica. Un fuerte abrazo.
Miguel: Los yankis se están cociendo en su propio caldo y viendo cómo zafan de una crisis descomunal, aunque no los subestimo. Si los grandes actores de la unidad latinoamericana resucitaran, volverían a morirse... pero de risa. Saludos.
Sir Thomas: Si no hay qué comentar, mejor no comentar. Igual, muchas gracias por la lectura.
HOLA ME PASO RAPIDITO A DEAJRTE MIS SALUDOS MUY BUEN POST, FELICIDADES
Comentar lo acá dicho