Living on the edge
El nuevo terremoto en Indonesia no es primera plana. Pasaron sólo 24 hs. y, aunque aún hay más de mil personas atrapadas bajo los escombros, para los medios, al menos los locales, no parece ser noticia de interés.
Indonesia sufrió en apenas un año y medio un tsunami, dos terremotos y tres erupciones volcánicas. En total más de 200 mil víctimas, y más afectados que la mitad de la población argentina, toda la chilena o seis veces la uruguaya.
Qué significa vivir entre la destrucción, la supervivencia, el dolor y el miedo es algo que me supera. Imagino que yo simplemente no me quedaría a vivir en esa zona volcánica y geológicamente tan inestable, pero nada más fácil de decir desde la comodidad de mi casa en la cual no puedo siquiera acercarme a comprender las razones socioculturales, económicas y afectivas de cada uno de los indonesios.
El sultanato de Yogyacarta, un centro cultural y universitario del que poco se habla en occidente, con una enorme densidad de población (más de mil habitantes por km2), es una de las zonas más afectadas. Su gobierno pidió diez millones de dólares para enfrentar la atención y recuperación de las víctimas. La ayuda llegó casi de inmediato desde diferentes puntos de Asia y Europa. Hasta ese peligro mundial que es hoy Irán envió su apoyo.
EEUU, nuestro guardián y salvador, el que debe controlar qué armas pueden tener los demás y dónde deben invadir para que estemos todos más seguros, hasta este momento no acusó recibo de la tragedia indonesa. Sabemos que hay que darle tiempo, si tardó tres días en darse cuenta que las víctimas de Katrina eran de su propia tierra, qué esperar de unos seres extraños que viven allá lejos.
En 2001 la administración Bush incrementó el presupuesto para seguridad en casi un 40% (sólo una parte blanqueada, el resto en caja chica). El presupuesto 2007, que cierra en octubre de 2006, vuelve a aumentarlo en un 6,9% (todos sabemos lo que cuesta pinchar teléfonos), llevándolo a 439.300 millones de dólares. Un anticuado misil Tomahawk cuesta dos millones de dólares, un mes de ocupación yanqui en Irak entre dos y cuatro millones. Yogyacarta pidió diez, de los cuales cuatro ya fueron enviados por sus vecinos árabes y un par más por la CE. Miles de personas tendrían un poco de alivio y una vida con un mínimo de dignidad que le permita superar lo insuperable por el costo de un par de viejos misiles.
No es una comparación políticamente válida, pero a veces la lectura política me resulta complicada, sobre todo cuando sé que miles están en este momento sufriendo lo indecible y rogando en silencio que no se largue a llover.
Indonesia sufrió en apenas un año y medio un tsunami, dos terremotos y tres erupciones volcánicas. En total más de 200 mil víctimas, y más afectados que la mitad de la población argentina, toda la chilena o seis veces la uruguaya.
Qué significa vivir entre la destrucción, la supervivencia, el dolor y el miedo es algo que me supera. Imagino que yo simplemente no me quedaría a vivir en esa zona volcánica y geológicamente tan inestable, pero nada más fácil de decir desde la comodidad de mi casa en la cual no puedo siquiera acercarme a comprender las razones socioculturales, económicas y afectivas de cada uno de los indonesios.
El sultanato de Yogyacarta, un centro cultural y universitario del que poco se habla en occidente, con una enorme densidad de población (más de mil habitantes por km2), es una de las zonas más afectadas. Su gobierno pidió diez millones de dólares para enfrentar la atención y recuperación de las víctimas. La ayuda llegó casi de inmediato desde diferentes puntos de Asia y Europa. Hasta ese peligro mundial que es hoy Irán envió su apoyo.
EEUU, nuestro guardián y salvador, el que debe controlar qué armas pueden tener los demás y dónde deben invadir para que estemos todos más seguros, hasta este momento no acusó recibo de la tragedia indonesa. Sabemos que hay que darle tiempo, si tardó tres días en darse cuenta que las víctimas de Katrina eran de su propia tierra, qué esperar de unos seres extraños que viven allá lejos.
En 2001 la administración Bush incrementó el presupuesto para seguridad en casi un 40% (sólo una parte blanqueada, el resto en caja chica). El presupuesto 2007, que cierra en octubre de 2006, vuelve a aumentarlo en un 6,9% (todos sabemos lo que cuesta pinchar teléfonos), llevándolo a 439.300 millones de dólares. Un anticuado misil Tomahawk cuesta dos millones de dólares, un mes de ocupación yanqui en Irak entre dos y cuatro millones. Yogyacarta pidió diez, de los cuales cuatro ya fueron enviados por sus vecinos árabes y un par más por la CE. Miles de personas tendrían un poco de alivio y una vida con un mínimo de dignidad que le permita superar lo insuperable por el costo de un par de viejos misiles.
No es una comparación políticamente válida, pero a veces la lectura política me resulta complicada, sobre todo cuando sé que miles están en este momento sufriendo lo indecible y rogando en silencio que no se largue a llover.