jueves, agosto 31, 2006

Haga patria, lea Clarín

Lo primero que escuché en el día de ayer fue Radio Continental y su síntesis de noticias. Aún no muy despierto -menos que lo habitual durante la vigilia- me informé que alumnos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) han denunciado la difusión de expresiones antisemitas al interior de esa alta casa de estudios. Me dormí un poquito más hasta ser sacudido por la entrevista que Rolando Hanglin mantenía con un militante estudiantil del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) alrededor del mismo tema. El activista manifestaba su posición política y Hanglin lo descalificaba con breves y reticentes preguntas que sonaban como veladas y jodidas afirmaciones.
Sin entender muy bien de qué hablaban, me levanté, encendí el televisor y sintonicé el canal periodístico Todo Noticias (TN) en el cual también se abordaba el tópico. Desde una sede de la UBA, la movilera repetía más o menos lo mismo acerca de un supuesto brote antisemita mientras la cámara recorría unos afiches del MST y del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) que, matices al margen, levantan las mismas consignas; se detuvo sobre uno de ellos que dice: "Fuera Israel del Líbano y Palestina". La cobertura era tan superficial y la información tan escasa que tampoco comprendí qué se hablaba.
Horas más tarde cayó en mis manos un ejemplar de Clarín, el gran diario argentino. La noticia amerita un título en su primera plana: "Denuncian episodios antijudíos en la UBA". El encabezado remite a la página 31 que sin plus alguno de creatividad titula: "Denuncian episodios antijudíos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA". Ilustra la fotografía de otro afiche que dice: "Paremos la agresión nazi de Israel al Líbano y Palestina" y lleva la firma conjunta del Partido Comunista Revolucionario (PCR) y la JCR, su rama juvenil.
Según Clarín, la noticia es básicamente la siguiente: un grupo de estudiantes y ex estudiantes elevó una nota al decano y otra a la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) en repudio a "la aparición de carteles y pintadas antisemitas y antisionistas", por cierto dos categorías distintas. El único ejemplo que Clarín reproduce refiere a un grafitti: "'Judíos invasores, matemos judíos, hacé patria' en la pared del aula 130 (al lado de la puerta de entrada)". Consigna antigua y típica de la extrema derecha vernácula, ocasionalmente agitada contra otros colectivos: obreros, zurdos, estudiantes. Todo porteño ha leído alguna vez esas cobardes apologías del homicidio que suelen ser apócrifas y, en todo caso, nunca han llevado la firma de agrupaciones de izquierda.
Del segundo caso referido parece no haber registro pues se trataría de las expresiones verbales de un sacerdote católico, Atanasios Salhani, en ocasión de la mesa redonda "La destrucción de El Líbano: Derecho, Derecho Internacional, Derechos Humanos". El cura habría dicho: "El judaísmo no es enemigo de la Iglesia, es enemigo de la vida" y más tarde lo habría negado a medias o algo así.
Los firmantes de la denuncia pidieron a Clarín "figurar en medios públicos como organización anónima por cuestiones de seguridad"; puedo entender la opción individual del anonimato por ésas u otras razones pero el concepto mismo de "organización anónima" me sume en la mayor perplejidad.
He llegado a mi casa y rastreado la noticia en la web. Las pintadas por un lado y la mesa redonda por otro, son denunciadas en notas distintas de fechas distintas; me pregunto si Clarín tendrá dificultades de acceso a la información mayores que las mías ya que encontré ambas en escaso minuto y, claro, en medios públicos.
En rigor, quienes permanecen anónimos son los firmantes de una de ellas: un puñado de Ariel V., María F. y otros nombres así de específicos que suscriben -Clarín no lo dice- como Comunidad Judía de la Facultad de Filosofía y Letras (CJFFYL) y Prensa Judía difunde como cable de la Agencia Judía de Noticias (AJN). La otra carta fue enviada a Radio Jai, La Radio Judía de Latinoamérica por la CJFFYL y denuncia lo ocurrido en la mencionada mesa redonda. Resulta curioso que su redacción oscile entre las primeras personas del singular y del plural y se base en un único testimonio de "la chica que nos comunicó todo esto".
Ambas cartas -muy en especial la primera- son una reverenda mierda, no voy a enlazarlas aquí por razones obvias y tampoco voy a polemizar con ellas porque con el fascismo no se discute, se lo combate.
Sí quiero referirme a la curiosa agenda de Radio Continental, TN y Clarín que corren a cubrir -nunca más justo el verbo- cualquier cosa con un tono serio y grave que no pueden sostener con un mínimo de información. Y a sus líneas editoriales que consisten en hacerse eco de denuncias más o menos anónimas basadas a su vez en la declaración de "la chica que nos comunicó todo esto". Y a esa nada sutil operación semiótica de ilustrar con afiches de una izquierda opuesta a la política racista, terrorista y genocida del Estado de Israel, la fresca primicia de que en una pared de un edificio público ha aparecido otro grafitti de la más rancia derecha nazifascista.
Justo en el momento en que en Líbano, en Palestina, no para de llover.

lunes, agosto 28, 2006

Sin documentos

Después de algunos días de rebeldía logré explicarle a mi PC que la nuestra no es una relación democrática y la resistencia pasiva es improcedente. Fiel a mis principios decidí no discutir con ella y cortar por lo sano, entonces la formateé, previo backupeo de mis archivos.
Como dice Cinzcéu con cierto asombro a mí me encanta eso de instalar, desinstalar, actualizar, configurar, modificar y meter mano aquí y allá (si no me gustase tanto mi PC se rebelaría mucho menos) por lo tanto no sufrí demasiado al hacerlo.
Luego de instalar todo me dediqué a mis back-up, hechos en grandes bloques sin el menor criterio de selección más allá de que estuviesen en la carpeta "Mis documentos".
No tenía intenciones de dedicar mucho tiempo a analizar esos archivos, sólo copiarlos en la máquina tal como los guardé, pero atrajo mi atención uno cuyo nombre era “logircap”. Lo abrí tratando de imaginar de qué se trataba, y efectivamente era un log de algunas sesiones de chat por Ircap en 2002. Me pregunté qué estaba haciendo eso en mi rígido, lo leí intentando descubrir el motivo de haberlo guardado y llegué a la conclusión de que se guardó automáticamente o bien tuve lapsos de inconciencia clickeante.
Comencé a revisar los archivos y descubrí logs de salas de chat o MSN del siglo XX, mails que ni recordaba haber recibido o respondido (y peor aún, de gente que no recuerdo), trabajos para clases de hace cinco años, cuentos que no sabía que aún existían y demás megabytes sin sentido.
Poco después volví a la web y me puse al día con la lectura de blogs, hasta que llegué al de Trapo y me detuve en su post “Personas que ya sólo existen en la agenda”. Si bien su texto tiene otro sentido me hizo pensar en aquellos archivos que acababa de eliminar y en mi propia agenda virtual, las libretas de direcciones.
Mis libretas de direcciones y/o contactos en los diferentes Messenger están (estaban) llenas de nombres que no sé a quién pertenecen, muchos de ellos guardados sólo por su dirección, como si pudiese saber quién catzo será soyyo_mdp o ntc40.
Siempre me molestó y consideré absurdo que alguien en un chat, foro o similar apareciera y sin siquiera saber quien sos dijese “hola ¿me das tu MSN?” como si coleccionasen contactos. Solía responder “no puedo, lo uso”, y listo, la mayoría se ofendía pero no me quitaba el sueño. Sin embargo mi libreta tenía muchos nombres, demasiados para mi idea de mí misma, que desconozco y no comprendo por qué o en qué circunstancias acepté. Si alguien grabase y guardase todas las conversaciones telefónicas durante décadas nadie dudaría en recomendarle un buen psicólogo, pero hacer click en “guardar” o tener configuraciones de guardado automático parece algo normal.
He leído-escuchado alguna vez a quien se quejaba amargamente porque Hotmail permite pocos contactos, “pocos” son más de cien. Quizás yo sea muy antisocial, pero no concibo la idea de tener más de cien personas con las cuales tenga interés en una charla personal. De hecho no la concibo en más de diez y aún son muchos, pero eliminarlos me costó un poco, tuve una absurda sensación de descortesía que debí conversar conmigo misma. Y más absurdo aún fue el instante de duda, de sensación de pérdida, que tuve antes de eliminar aquellos archivos sin sentido.
No tengo idea del por qué de haber guardado tanto pasado intrascendente, me recordé a una tía de mi papá que guardaba hasta el frasquito de champú comprado en 1945.
Quizás mi PC se rebeló cansada de sostener tanta memoria inútil, pero ya volvimos, cada una a sí misma, y sólo atesoramos aquello que necesitaremos llevar cuando empiece a llover.

martes, agosto 22, 2006

En este país no se puede techar

Mi casa está hecha de vejeces muy diversas pero todas ellas viejas. Tiene una medianera de ladrillos a la vista cuyos cuarenta o más centímetros de longitud -y los desmesurados setenta de ancho del propio muro- fechan cómodamente en el siglo XIX. Tiene unas reformas que hacia los años 30 adecuaron el conventillo decimonónico a propiedad horizontal, alguna otra de indudable sabor a los 70 y las que yo mismo operé antes del último fin de siglo.
Un techo de fibra de vidrio cubre el patio otrora abierto a las inclemencias meteorológicas que separa las piezas del baño y la cocina. Hace casi ocho años, el constructor responsable de las reformas a mi cargo me dijo en frío lenguaje ingenieril: "este techo está al borde de su vida útil". Durante casi ocho años me dediqué a constatar, lluvia tras lluvia, cómo ese borde era crecientemente rebasado. La brutal granizada del pasado julio me sacó violentamente de mi analítico lugar de observador cuando unas bochas de hielo gigante perforaron la cosa -yo lo ví- con la misma displicencia con que un cañonazo traspasa el papel barrilete.
Sabía que debía reemplazar el techo, sí, pero lo que me aterrorizaba era volver a enfrentarme a los displicentes proveedores del gremio de la construcción.
Hace unas semanas entro a la web y dejo cuatro mensajes en otros tantos sitios de empresas del rubro. Sólo una de ellas responde en el día, incluso con un esbozo de presupuesto estimativo; otra deriva la demanda a un tipo, Valentín, que seis días más tarde me deja un mensaje telefónico y su número de móvil.
Dos días más tarde me dirijo a un comercio del barrio donde hace años había comprado una placa de policarbonato. Primero hablo con un aparente responsable que tras muchas preguntas suyas y respuestas mías me dice: "Ahí viene el responsable". Repetimos la escena con un anciano que acaba de bajar de una camioneta: él también tiene muchas preguntas y ninguna respuesta. Apunta una serie de datos -con la certeza de que cada uno constituye un problema insoluble- y promete la visita de un tercero -un cuarto- que jamás acontece.
A los tres días comprendo que el medio más eficaz es el teléfono y llamo a otras cinco empresas. Una es clara y directa: no hace el tipo de trabajo que requiero. Las otras cuatro, me llamarán. ¿Por qué me llamarán si en este preciso momento estamos hablando lo más bien? Una, incluso, me avisa que me llamará un tal Ordoñez al que aún espero ansioso por conocer; otra me llama pero resulta imposible de combinar una visita por razones irrazonables.
Un par de días después espero la imprecisa visita de Valentín -de 16 a 18- cuando a las 16:15 me llama Miguel, de la misma empresa, para arreglar un horario. Le informo la situación y entonces me certifica que si Valentín dijo que viene, viene. Obviamente, no viene.
El mismo día me deja un mensaje telefónico otro tipo de nombre ininteligible -¿Brasso?- pues sus vocales y consonantes tropiezan y se caen. Habla en nombre de una empresa que no recuerdo haber llamado y deja un número de móvil. Llamo, a mi cargo. Se trata de una señora que compró su celular hace un par de días, no sabe cuál es su número y lo pregunta a los gritos a otra que tampoco lo sabe. Vuelvo a marcar y vuelve a atender la señora: ahora me confirma que sí, que ése es su número y que de techos no tiene la menor idea. Gracias.
Al día siguiente vuelve a llamar el mismo pelotudo que no se llamaba Brasso sino Horacio -ahora casi se entiende- y vuelve a dejar un número de móvil, otro: parece que no era 6163 sino 6361 pero sólo a un obsesivo grave puede importarle semejante detalle. También llama la operadora de otra empresa para concertar una visita y le digo que estaré toda la tarde en mi casa a la espera de otro oferente. "Ah, no, -me dice- cuando hay competencia, nosotros nos retiramos". Ok, hagan como quieran, vengan o no vengan, autodetermínense, ejerzan su libertad.
Esa tarde, a la hora acordada, me visita un arquitecto de la empresa que respondió mi mail en el día. Me sorprende: no dice que es imposible ni que no le interesa sino que observa, mide, pregunta, escucha, sugiere, calcula, consulta y me pasa un plan y un presupuesto. No me agradan demasiado los plazos ni el precio pero ¿cuál es la alternativa? Le seño el oneroso trabajo que, espero, esté terminado a fin de mes.
Y en la hipótesis de que esta gente hará la tarea y la hará bien -por favor no me pinchen el globo, gracias- me conforto en la comparación: han sido apenas 10 contactos. Cuando precisé reparar, pulir y plastificar pisos de pinotea trabajé casi un mes sobre un padrón de 25 ó 30 y tuve que cambiar de caballo a mitad del trabajo; cuando tuve que pintar carpintería sufrí a otra veintena de lúmpenes y debí abortar un par de contratos imposibles.
Esos mismos pequeños empresarios, contratistas, explotadores y/o estafadores han de ser los que repiten cual refrán criollo: "En este país no se puede trabajar".
Y, no, no se puede, porque está saturado de gente que no tiene la menor idea de qué manera se les va a largar a llover.

domingo, agosto 13, 2006

Nanas de la guerra

No me gusta conmemorar el Día del Niño ni ningún otro de los que reducen temas complejos a una jornada anual y recetan saludos, regalos, payasos o happy hours. No me gusta reproducir aquí largas citas textuales de lo dicho por otros cuando puedo escribir mis propias palabras aunque menos bellas o mucho peores. Pero no será ésta la primera ni la última vez que haga cosas que no me gustan.
La historia es conocida: tanto la de la guerra civil española cuanto la del poeta republicano Miguel Hernández. Su primer hijo, Manuel Ramón, muere en octubre del 38 antes de cumplir un año de vida. El segundo, Manuel Miguel, nace en enero del 39. Ocho meses más tarde Hernández recibe carta de su mujer donde le confiesa que sólo se están alimentando a pan y cebolla. Esas noticias, esas palabras, le inspiran unos versos que redacta desde una prisión madrileña del fascismo vencedor y titula "Nanas de la cebolla":

La cebolla es escarcha/ cerrada y pobre./ Escarcha de tus días/ y de mis noches./ Hambre y cebolla,/ hielo negro y escarcha/ grande y redonda.
En la cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba./ Pero tu sangre,/ escarchada de azúcar,/ cebolla y hambre.
Una mujer morena/ resuelta en luna/ se derrama hilo a hilo/ sobre la cuna./ Ríete, niño,/ que te traigo la luna/ cuando es preciso.
Alondra de mi casa,/ ríete mucho./ Es tu risa en tus ojos/ la luz del mundo./ Ríete tanto/ que mi alma al oírte/ bata el espacio.
Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ Soledades me quita,/ cárcel me arranca./ Boca que vuela,/ corazón que en tus labios/ relampaguea.
Es tu risa la espada/ más victoriosa,/ vencedor de las flores/ y las alondras./ Rival del sol./ Porvenir de mis huesos/ y de mi amor.
La carne aleteante,/ súbito el párpado,/ el vivir como nunca/ coloreado./ ¡Cuánto jilguero/ se remonta, aletea,/ desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:/ nunca despiertes./ Triste llevo la boca:/ ríete siempre./ Siempre en la cuna,/ defendiendo la risa/ pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,/ tan extendido,/ que tu carne es el cielo/ recién nacido./ ¡Si yo pudiera/ remontarme al origen/ de tu carrera!
Al octavo mes ríes/ con cinco azahares./ Con cinco diminutas/ ferocidades./ Con cinco dientes/ como cinco jazmines/ adolescentes.
Frontera de los besos/ serán mañana,/ cuando en la dentadura/ sientas un arma./ Sientas un fuego/ correr dientes abajo/ buscando el centro.
Vuela niño en la doble/ luna del pecho:/ él, triste de cebolla,/ tú, satisfecho./ No te derrumbes./ No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre.

En este cacareado Día del Niño, nuevas escenas de la misma guerra hambrean, dejan huérfanos, mutilan y asesinan a miles de niños en Líbano, Palestina, Irak, Afganistán y otros alrededores de este maravilloso mundo.
Para ellos, para todos, el recuerdo de esta canción de cuna entonada por un padre encarcelado para su pequeño hijo abandonado en medio de la lluvia.

miércoles, agosto 09, 2006

Los libros de la buena memoria

Dicen que nadie recuerda a quien llega en segundo lugar, y quizás sea cierto. También parece serlo que los grandes recuerdos se producen de a décadas.
El 6 de agosto de 2005 en todo el mundo se habló de Hiroshima, se cumplían 60 años y era una fecha para homenajear. Hace unos días se cumplieron 61 años y ya no es noticiable.
El 9 de agosto de 1945 destruyeron Nagasaky, pero no hubo siquiera homenajes en sus seis décadas. Fueron los segundos, ya no era primicia. Sin embargo Nagasaky pone más al descubierto el plan de EEUU que Hiroshima.
La historia dice que la destrucción de ambas ciudades fue un acto de caridad, ya que de ese modo se evitaron miles de muertes de soldados de ambos bandos. Más se hubieran evitado sin guerra, pero es un pensamiento infantil.
La Historia, para variar, se olvida de la realidad. Usa el mismo criterio con el que hoy Bush dice que Irak fue liberado.
En Hiroshima murieron instantáneamente más de 100 mil habitantes, luego la cifra superó el millón por los efectos de la radiación. En Nagasaky en cambio fue más leve, apenas si murieron unas 75 mil personas, y no se registran más de 500 mil por sus consecuencias directas. La razón es simple, en Hiroshima probaron la bomba de uranio, en cambio en Nagasaky la de plutonio, más benigna.
Dice la Historia cuando se la interroga que Nagasaky fue necesaria porque aún después de la destrucción de Hiroshima los japoneses no se rendían. Pero no responde cuando se le pone enfrente la orden firmada por ese digno antecesor de Bush que fue Truman el 3 de agosto ordenando dos bombardeos, en Hiroshima, Niigata, Nagasaky o Kokura. El perverso bingo que llaman "condiciones favorables" determinó que los habitantes de Niigata y Kokura observasen la masacre desde lejos. Sólo una azarosa cruz en un punto del mapa.
La Historia tampoco responde cuando se le pregunta por qué bombardear ciudades si el plan era sólo mostrar poderío, bastaba con reducir a cenizas una zona deshabitada para que quede claro, pero no era esa la idea sino destruir a todo ser vivo en varios km a la redonda. No lo lograron, las cucarachas sobrevivieron.
También nos dice la Historia que había que vengar el "sorpresivo" ataque al objetivo militar en Pearl Harbour con el asesinato de millones de civiles. Sin ningún simbolismo, el punto exacto de la detonación, a la altura justa para lograr el mayor efecto destructivo, fue una escuela primaria.
Nagasaky se produce cuando la rendición japonesa ya estaba sobre la mesa, como consecuencia no de la bomba atómica sino de los más de un millón de soldados de la URSS de Stalin que ocuparon Manchuria antes del asesinato de esos 75 mil civiles japoneses que pudo evitarse con una palabra.
Nagasaky no fue necesaria para que Hirohito se rindiese, sino para que Stalin dejase de avanzar sobre Europa.
Pasaron 61 años, una ráfaga en parámetros históricos, pasó la Guerra Fría, Corea, Vietnam, Cuba, Mao, las dictaduras en América, la caída del Muro, Malvinas, el Golfo, quedaron atrás Mussolini, Franco, Hitler, Stalin, Roosevelt, Galtieri, Churchill, Thatcher, Sharon...
Hoy la sombra de las masacres de Hiroshima y Nagasaky le da a quienes las produjeron la excusa para continuar sometiendo a ese mundo que los amenaza.
Entretanto para algunos la vida continúa y de diez en diez vamos perfeccionando homenajes. Nadie podrá decir que no tuvimos memoria cuando se largue a llover.

miércoles, agosto 02, 2006

Causas y azares

Cerca de Bucarest un joven ateo comunista observaba a su mujer, una hermosa judía rumana, y a sus hijos. Era la década del 20 y poco después el Partido Comunista sería declarado ilegal, pero él aún no lo sabía, sólo intentaba sobrevivir a la salvaje represión contra las agitaciones campesinas de las que participaba. Decidió entonces cruzar el Atlántico hacia ese extraño país del cual le habían hablado cuyo nombre le sonaba un tanto divertido: Argentina.
En la Orense gallega un joven anarquista y su mujer, gitana y cristiana hasta las lágrimas, discutían acaloradamente el destino de sus dos hijas adolescentes. Ante un futuro incierto y una pobreza cada día más asfixiante su mujer no tuvo más argumentos, tuvieron la lucidez de vislumbrar lo que luego sucedería. Sus hijas se embarcarían hacia el país en el que años antes se habían establecido sus tíos.
Las dos hermanas, de 14 y 15 años, se despidieron sin suponer que jamás volverían a ver a sus padres, viviéndolo como una aventura. Su madre las encomendó a Dios, su padre a sus propias vidas, aferrándose a la idea de que en Argentina, la hija pródiga de España, tendrían un futuro digno. Las adolescentes también desconocían que en ese mismo barco en el cual la tercera clase se apiñaba disputándole lugar a las ratas viajaba un joven pontevedriano que cumpliría 20 años en medio del Atlántico, quien decidió por sí mismo ver de qué se trataba eso de la vida argentina.
Rumana, la hija menor de ateo y judía, decidió irse a vivir sola a los 15 años y convertirse al catolicismo, el cual jamás profesó. Con una vida demasiado liberal para las normas morales de la época conoció a un criollo, descendiente de alguno que tuvo que ver con la fundación de Santiago del Estero y a los pocos meses se casaron. Él se ganaba la vida trabajando en el ferrocarril, ella como maestra. Su único hijo siguió el camino materno, convirtiéndose en uno de los pocos maestros varones de esa época.
La gallega menor, con un carácter digno de su padre y un misticismo materno que mezclaba cruces con lecturas de manos, se encontró por casualidad con aquel joven con el que compartió el viaje sin saberlo. Se casaron en cuanto ella hubo cumplido los 16. Él era empleado en el Jockey Club, en el cual veía reunirse cada día a los ciudadanos VIP. Su hija mayor se recibió de maestra a los 17 años.
Cada mañana tomaban el mismo tren, ella, con sus 17 años, para dar clase en una pequeña escuela en una villa empantanada a 30 km de su casa, él, que prefería viajar sin guardapolvo para evitar miradas extrañadas, para dar las suyas en una del centro de una ciudad a 45 km. Cada mañana se miraban en silencio.
Quizás por haber reunido el valor o porque la proximidad al fin de año lectivo lo hizo comprender que las únicas opciones eran quebrar el silencio o perderse mutuamente, un día él le dijo "hola". Un año después se casaron y tuvieron 3 hijos, dos varones y una niña. Sobrevivieron a la filiación al Partido Socialista de él, a la tendencia radical de ella, al ateísmo acérrimo de él, al catolicismo por tradición de ella, a gobiernos peronistas y dictaduras.
Su hija, ya mujer, observa a su hijo de 12 años mirando por televisión la noche libanesa luego del brutal ataque israelí, en silencio. Él sabe que no es un juego de video, que allí están asesinando y no comprende por qué. Ella lo mira recordando su "sangre", sangre de rumanos, gitanos, criollos, gallegos, comunistas, judíos, ateos, anarquistas, católicos, sangre que pudo tener algo de negra, musulmana o aymara, qué importa, sangre impura, sangre que le permite ser libre, decidir quién ser, no ver la pureza de nadie, sólo quién es, no ver razas ni religiones, sólo individuos y políticas.
Agradeciendo su impureza contuvo la angustia y la impotencia y se sentó frente a su PC para escribir un post antes de la lluvia.