lunes, abril 13, 2009

Verás que todo es cinismo

Días atrás, en mi comentario a la última entrada publicada por Grismar, reflexionaba:
"Hace 20 años Carlos Menem confesó que si no hubiera ocultado su programa de gobierno, no lo habría votado nadie. Hace unos días, Artemio López afirmó que las tendencias de voto que se hacen públicas durante la campaña son falsas... mientras difundía resultados de su consultora que daban ganador por amplio margen a Néstor Kirchner. En estas dos décadas parece haberse aceptado la idea de que el cinismo, la mentira y el engaño son el modo de ser de toda política electoral. Ya lo dijo, a su modo, la Presidente: en medio de la crisis no podemos estar discutiendo el modo de enfrentarla; votemos rápido sin debatir casi nada y listo el pollo. Traducción: la democracia burguesa y su apelación al sufragio es una puesta de cartón pintado".
Pero, claro, entonces me quedaba bastante corto respecto del cinismo; no así en relación a la mentira y al engaño, puesto que un amplio espectro ciudadano no parece resultar engañado sino más bien predispuesto al apoyo activo del cinismo político.
Tras los dichos de Cristina Fernández -reitero: en época de crisis no podemos perder tiempo discutiendo política- se sumaron los de su cónyuge y jefe político Kirchner: quienes encabezan listas electorales no tienen porqué postularse en serio para ocupar los cargos que se someten a sufragio popular. El concepto pergeñado para defender tal criterio -de reminiscencias fuertemente religiosas- es el de candidaturas testimoniales.
Recordé que mucho tiempo atrás rememoraba:
"Hace unos cuantos años, una demócrata decidida me explicaba que las instituciones políticas, la estructura macroeconómica, la política cambiaria y financiera, los planes de inversión productiva, en síntesis, las decisiones que rigen los destinos de un país no dependen del gobierno de uno u otro partido: gane quien gane una elección, la baraja ya ha sido repartida y por lo tanto la suerte está echada. Coincidí (y coincido) pero diferimos en nuestras conclusiones prácticas. Ella iba a votar a los radicales porque juraba que organizarían más conciertos públicos en las plazas; yo, en cambio, asumo que el sufragio nunca cambia nada importante y prefiero que no se me consulte acerca de pelotudeces menores".
Hoy aún aquella tonta y falsa alternativa entre organizadores o no de recitales en espacios públicos ha sido blanqueada. Por un lado, ya no son relevantes -si es que aún existen- los partidos: quienes se autoproclaman peronistas o radicales medran en toda alianza, frente, coalición y/u otra componenda electoral que se pretenda y cualesquiera de estos engendros se basa en personas, nunca en programas. Por el otro, se ha puesto negro sobre blanco que las marcas registradas que encabezan las boletas electorales no guardan mayor relación con quienes ocuparán tales cargos electivos. No es que me desvelen los nombres ni mucho menos pero resulta que los nombres propios -marcas comerciales- son el residuo final de un aparato político en descomposición que hace décadas oculta sus planes de gobierno con el aval entusiasta de una amplia mayoría del electorado.
Es decir: a) han desaparecido las plataformas electorales en tanto propuestas de acción política; b) se han disuelto en algunos nombres y apellidos a la usanza nobiliaria de siglos pasados; y c) tales nombres y apellidos aceptan, admiten, confiesan, ser la mascarada tras la que se ocultan otras cosas, las únicas relevantes.
Sinceramente, nada de esto es nuevo, sino el hábito centenario de los operadores políticos del sistema. Antecedentes recientes de esos falsos candidatos podemos encontrar en los casos del ex poeta rosarino Rafael Bielsa y del impresentable doctor Ginés González que se postuló a no sé qué cargo legislativo, tras los comicios renunció raudamente y migró a hacerse cargo de la embajada argentina en Chile: un amante de la cueca, el buen vino y el ceviche, sin dudas.
Lo novedoso es que, ahora, se prescinde de la engañifa argumentativa y se confiesa abiertamente la estafa: votame para diputado sabiendo que no renunciaré a la gobernación que ejerzo; votame sabiendo que el sufragio es la ficción que convalida la no ficción del poder político que detento. Eso, me parece, es nuevo.
Y es lógico: los mitos terminan cayendo cuando ya no pueden sostenerse y dan lugar a otros. Por ejemplo, al que afirma que este gobierno nacional es popular, democrático y de centro- izquierda; o a ese otro que defiende que esas mismas linduras caracterizan a la hoy -hoy, lunes 13; el 14 quién sabe...- autodenominada oposición.
"Verás que todo es mentira", profetizaba Enrique Santos Discépolo hace demasiadas décadas. Ya no hace falta sensibilidad poética, actividad heurística, experiencia de vida ni formación política para ver bien de frente el cinismo en toda su crudeza. Quien no quiera verlo, que se haga cargo de su voluntaria ceguera; hoy el poder político nos lo dice claramente, con todas las letras y con la misma impunidad con la que se desplomará la lluvia.