viernes, noviembre 30, 2007

El que se hace ilusiones

A veces, cuando el ritmo de publicación de este sitio se desacelera y/o se llena de agujeros, me siento tentado de hacer la gran blogger: enlazar una noticia reciente y escribir frases como "mirá vos", "qué cosa" o "lean acá". Después se me pasa. Pero algún síntoma persiste, como esa tos que es eco último del resfrío.
La cuestión es que ayer el Ministerio de Cultura de España ha otorgado el Premio Cervantes 2007 a Juan Gelman. Mirá vos, qué cosa, lean acá... o en El País.
Los poemas de Gelman siempre han sido de los mejores que he leído. Mejor dicho, los poemas de un Gelman temporalmente acotado a su producción de los años sesenta del siglo pasado. Antes hay búsqueda juvenil de unas retóricas y de unas temáticas, después hay figuras brillantes y muchos años de oficio, pero en los textos de los sesenta hay, para mi gusto, el vértigo emotivo de las rupturas poéticas del lenguaje.
Hoy lo releo y me sigue maravillando pero allá lejos y hace tiempo, cuando accedí por vez primera a sus entonces Obras completas (Corregidor, Buenos Aires, 1975), simplemente me partió la cabeza. Me produjo ese efecto de "¡ah, se trataba de esto!". O, si se quiere, de "mirá vos, qué cosa, lean acá" que hoy día no significa lo mismo.
Mérito a medias de Gelman porque después supe que no era el primero sino el primero que yo leía, pero en sus desvíos sintácticos, en sus inventivas ortográficas y en sus paradojas semánticas, empecé a pensar la plasticidad, la complejidad y la utilidad de esa cosa que se llama lenguaje. Articulado al decir popular del aquí y ahora. Y que uno vive tratando de poner a punto, cual motoneta de tercera o cuarta mano.
Digresión casi filosófica. Leí esas Obras completas de prestado, hace casi treinta años, y a la fecha no he devuelto el volumen. Pocos años después asumí que debía devolverlo y, con ese plan, me compré la última reedición. El mismo día de su compra, lo presté a un compañero aparentemente deslumbrado por la poesía de Gelman y a la fecha no me lo ha devuelto. Quizás influido por las circularidades que cultivó Jorge Luis Borges, decidí que había purgado mi culpa y podía conservar el ejemplar en mi poder. Y por la certeza de que su propietario original había prosperado de tal modo en su carrera política que ya podía comprarse los libros que quisiera aunque quizás no quisiera.
Gelman ha recibido el Premio Cervantes por su obra y si bien a mí me importan tan poco los premios como a un falso meteorólogo, me alegra tal reconocimiento. Aunque más no sea por estos breves poemas que -junto a esas maravillosas "Traducciones" de John Wendell, Yamanokuchi Ando y Sidney West- han marcado una parte vital de mi juventud:
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,/ desde la nuca le subía un encanto particular,/ una especie de olvido donde guardar los ojos,/ esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención/ pero ella invadía como el amor, como la noche,/ las últimas señales que hice para el otoño/ se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,/ caían a pedazos la furia, la tristeza,/ la señora llovía dulcemente/ sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,/ con un cuchillo brusco me maté,/ voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,/ él moverá mi boca por la última vez.
"Gotán" en Gotán, 1962.

el que se hace ilusiones/ el bello malviviente pregunta/ ¿por qué bajo la gloria de este sol/ tristeo como un buey?
¿por qué crepito y lloro/ como cegado por un fuego/ y hago ruidos humanos/ bajo la gloria de este sol?
¿cuándo nos crecerán las manos/ amados indefensos?/ dice el gran besador/ el que se hace ilusiones
después mira el silencio/ que crece como un pueblo/ y escribe en cada gente/ "viva la gloria de este sol"
"Preguntas" en Cólera buey, 1963.


O este otro fragmento que escribió en algún otro momento, en algún otro lugar:

hoy llueve mucho, mucho,/ y pareciera que están lavando el mundo/
mi vecino de al lado mira la lluvia

sábado, noviembre 17, 2007

Sola en la cancha

Siempre me gustó observar el modo en que los medios informan los hechos policiales, cuándo se pone el acento en la víctima y cuándo en el delincuente o delito, cómo se va enunciando la proximidad, casi familiaridad, de ciertas víctimas con técnicas de negociador que cualquiera que haya visto alguna vez Standoff conoce, y el "joven secuestrado" se convierte en "Mariano" o "Axel"; o se destaca la profesión indicando que se trata de una víctima VIP, que supone más espacio o tiempo en el medio, ya que no es lo mismo "mujer violada en Catamarca" que "cirujana plástica asaltada en Palermo", y, obviamente, mucho menos que "chofer de Mirtha Legrand pasó semáforo en rojo".
Hace algunas semanas la noticia en todos los medios era el asesinato de tres policías en una planta de comunicaciones del Ministerio de Seguridad provincial. Las primeras informaciones daban cuenta de la búsqueda de dos barrabravas.
Cuando lo escuché me pregunté de qué club, ya que aquí, en La Plata, donde se cometió el crimen, hay un par de equipos locales, además del simple hecho de que se puede ser barrabrava de cualquiera. De inmediato me di cuenta de lo absurdo de mi duda, no sólo porque no tenía la menor relevancia sino porque estaba pensándolo como lo presentan los medios, y el "ser" barrabrava adquiría status de profesión.
Hace unos meses asesinaron a Martín Acro, identificado por todos los medios como "barrabrava de Ríver", y se imputó el crimen a algunos de sus ¿colegas?. El tema entonces era la lucha interna entre barras bravas, quedando implícito que todos sabemos de qué se trata. Y todos sabemos.
Pensé que quizás la RAE podría haber incluído el término y su status profesional entre los tantos que forman parte de su última actualización (la mayoría de los cuales no se usan desde la década de los cincuenta, pero de ese modo podían hacer el combo actualización-arcaísmo).
La RAE me derivó de "barrabrava (individuo)" (sic) a "barra brava", dos términos, y me informó que la frase sustantiva significa "grupo de individuos fanáticos de un equipo de fútbol que suelen actuar con violencia".
Ahí se me complicó un poco, si barra brava es un conjunto, un colectivo, no puede ser un individuo, o, en todo caso, debería indicar que se trata del individuo perteneciente a una barra brava; pero no es grave, solemos entendernos a pesar de la RAE.
Lo cierto es que no existe la profesión de barrabrava, aunque parezca, aunque tantos se identifiquen con ella, aunque sean full time, aunque aún no estén sindicalizados y aunque "ganen" más que cualquier simple empleado estatal, pero en el saber colectivo se "es" barrabrava como se "es" abogado, maestro o plomero.
Me surgen entonces algunas dudas ¿en los expedientes judiciales se aceptará esa definición como profesión? ¿existen listas legales, blanqueadas, en los clubes, de estos personajes? ¿cuáles son los requisitos para ser miembro? Si en su definición, a priori, se establece una ilegalidad ("actuar con violencia"), darle a alguien (o a sí mismo) status de tal ¿no es apología del delito? Cuando se define a alguien como delincuente, ladrón, mafioso o violador está implícita la condena, pero ser barrabrava no parece implicar un juicio de valor, sino de simple descripción de actividad.
Quizás sea muy ingenuo de mi parte asombrarme, quizás no debería resultarme extraño que el barrabrava ya no necesite una cancha, ni un partido de fútbol, para existir como tal, quizás sea tan lógico como que la lluvia no necesita viento.

sábado, noviembre 10, 2007

Google & Wikipedia again

Ayer Esteban Podeti, colaborador de Clarín.com en su curiosísima sección denominada "blogs" publicó el artículo "¡Cómo usar Google incorrectamente!". Podeti es un humorista -un buen humorista- y su blog albergado y sostenido por el gran diario argentino es un blog humorístico.
Podeti aborda un par de tópicos que ya tratamos por aquí: que Google es un robot estúpido y que Wikipedia es un copiador pelotudo.
El blog de Podeti es humorístico pero su agudo humorismo puede criticarse desde su propia lógica crítica. El artículo confunde dos niveles absolutamente distintos y los amalgama con relativa impericia, cuando no malicia: el del buscador y el de la fuente. Y también hemos hablado de este elemental criterio de la fuente en referencia específica a internet.
Algunos comentarios incurren y potencian la misma confusión: "Google y la Wikipedia más de una vez me sacaron las papas del fuego"; "Parece que no es apropiado hablar mal de Gugll y de Wiskipeda... Reastaste un montón de puntos" [éste estaría borracho o drogado]; "Wikipedia es Dios y Gúgle su profeta"; etc. El de Podeti es, lo dije, un blog humorístico.
Hay un tipo de pelotudo contemporáneo que coincide 100% con la definición de Podeti y endiosa al enunciador de Wikipedia: "('es que hice el Bachillerato', se pavonea), y Google, siguiendo su burda técnica de recomendación, lo pone al frente de cualquier tema, sea la vida de Ringo Starr o la fusión en frío; y admira a Walter Ikipedia en silencio. 'Qué bocho que es', piensa".
Pero Podeti asocia y empasta dos fenómenos tan distintos y dos objetivos tan opuestos que no puedo menos que apelar a su necesaria diferenciación.
Google es, efectivamente, el más exhaustivo y obsesivo bibliotecario pelotudo. Bienvenido en su inmensa potencialidad técnica, impensable para el más capacitado bibliotecario inteligente.
En la biblioteca de mi barrio, que ostenta muchas menos entradas que Google, hay Una excursión a los indios ranqueles, Introducción a una antropología de la cultura mapuche y Nuevas andanzas del indio Patoruzú. ¿Está mal? ¿Puedo culpar a la biblioteca o a su catálogo si soy un franco nabo?
A mí no me pasa lo que a Podeti: casi nunca Google me muestra primero (ni segundo, ni tercero) la basura que presupone Wikipedia. Será porque busco mejor o porque tengo más suerte. A mí Google me muestra más o menos lo que le pido: un listado exhaustivo que yo debo jerarquizar en términos de mis saberes y de mis criterios. Me lo muestra ordenado conforme a un algoritmo complejo y, sí, cuantitativo a full y basado en enlaces a enlaces y en entradas a entradas. A ver, cualitativistas, artistas, sensibilistas y demás: ¿han armado un mecanismo más amplio, eficaz o mejor? Entonces no jodan.
Wikipedia puede aparecer al tope de las búsquedas de Google porque se ha empezado a instituir como saber colectivo y eficiente. Google no es culpable, del mismo modo que no es culpable la biblioteca que catalogue un volumen de Paulo Coelho o de Ernesto Sábato. ¿Culpable de qué? ¿De hacer su humilde, preciso y responsable trabajo técnico?
La diferencia entre Google y Wikipedia es enorme y amerita ser explicitada. Google es un buscador, hoy líder de todos los buscadores. A un buscador se le pide que busque y no que evalúe según parámetros de gusto, estilo o pertenencia sociocultural.
Wikipedia es un negocio inteligente y artero que se está posicionando como enciclopedia universal sobre la base de habilitar y sostener entradas anónimas de idiotas útiles a los cuales nadie supervisa ni corrige y nadie reconoce ni paga. Y de explotar la estupidez generalizada, carente de criterio por definición. Wikipedia es la expansión de la impunidad y Google es la herramienta que, en todo caso, daría cuenta de tal expansión.
Nunca fui partidario de matar al cartero.
Cuando millones entran a Wikipedia a investigar nada, Google nos dice que millones entran a Wikipedia a investigar nada. Sinceridad total y eficiencia a full. Otro tema es quiénes entran a dónde a investigar qué y asumen que Wikipedia es algo distinto de cero.
Ruego que se apuren a entender de qué va esta cosa porque por acá se dice que una fuerte lluvia va a caer.

domingo, noviembre 04, 2007

El falso meteorólogo

Todo empezó por necesidad. Dicen que la necesidad tiene cara de hereje y por qué habría de tener sólo la cara; por qué la herejía sería antes apariencia que existencia.
Desde mis primeras y dudosas letras, creo que algo me decía que allí, en la escritura, había algo por crear. Un mundo, claro, pero también la propia historia e identidad.
Recorrí el previsible camino del cómodo bachillerato y las fallidas opciones académicas. Escribí consabidos textos adolescentes y me gané la vida aquí y allá. Continué una escritura fragmentada, indecisa y oscilante entre el poema, el relato, la crónica y la canción. Escribí una novela, dos novelas, que en vano envié a concursos pese a la crítica favorable de los círculos íntimos. Muté al guión de cine con resultados análogos.
Pero no es relevante mi trayectoria literaria, pobre cuando no falsa. La historia se remonta a contrapelo y me divierten esas sinopsis biográficas de solapa que en verdad no dicen nada y todo el sentido está dado por la propia publicación; a partir de ella se inventa la improcedente biografía del autor; no había antes historia ni había autor.
Tampoco importa contar en qué yo andaba cuando, por azar, se me abrió la puerta del periodismo gráfico. Baste consignar que precisaba de un empleo para solventar mis gastos. Mi primer trabajo fue redactar el pronóstico meteorológico para el día posterior. A poco constaté que la fuente no poseía mayores certezas ni se regía por mayores rigores que los que dictaba mi imaginación. Todo pronóstico era un albur y la norma prescribía pronosticar tormenta en vísperas de Santa Rosa y ascenso de temperatura en tiempos de San Juan. Cuando, día por medio, la comunicación con el Servicio Meteorólogico resultaba imposible, optaba por delinear amenazantes nubarrones o despejar cielos primaverales conforme me dictara mi estado de ánimo y la fase de la estación. Debo de haberlo hecho conforme a las expectativas, ya que al poco tiempo se me propuso un pase a redactor. Lo acepté porque implicaba un incremento de mi magro salario, no hubo otra razón.
El jefe de redacción era un tipo duro, adusto y convencido de la relevancia de su rol social, un comunicador en el cabal sentido del término. Mi primera tarea consistió en entrevistar a un aburrido fulano que se pretendía autorizado a exponer sobre no sé qué cuestión. Me importaba un bledo lo que el tipo decía, pero le dediqué varias cómplices sonrisas y desgrabé hasta los silencios que el sujeto producía entre afirmación y afirmación. Luego, me serví una ginebra, encendí un cigarrillo y me dispuse a darle forma a la nota. Por momentos sospeché estar subvirtiendo lo que el sujeto sostenía, pero a mi juicio sonaba francamente mejor.
A la mañana siguiente entregué el trabajo. Mi jefe leyó de un tirón con las cejas fruncidas, apretó los labios y sacudió la cabeza en señal de aprobación. Se publicó sin modificaciones y yo esperé en vano durante largos días la llamada del fulano para denunciarme y acusarme de tergiversación. El tipo, finalmente, llamó. Habló con mi jefe y se deshizo en elogios para con mi labor.
A las dos semanas estalló una huelga ferroviaria y me asignaron la tarea de cubrir los aspectos humanos del conflicto. Son palabras de mi jefe: "aspectos humanos del conflicto". Anduve todo un día de aquí para allá, recorriendo estaciones y talleres sin hallar material de interés. En el sindicato, un empleado me cerró las puertas en la cara sin ningún argumento. Me senté en un bar y me asumí probablemente despedido.
Pensé y pensé en Chazarreta. Chazarreta era un personaje de una de mis fallidas novelas. Hombre del interior, padre de familia, activista sindical. Yo conocía a Chazarreta mejor de lo que conocía a nadie. Pedí otra ginebra, lo senté frente a mí y literalmente lo entrevisté. Y Chazarreta me respondió. Tuve la inútil precaución de referir a "un activista que opta por no revelar su nombre". La nota se resolvió con suficiencia, mi jefe volvió a balancear su cabeza de arriba hacia abajo e incluso sonrió, satisfecho.
Después vinieron crónicas que produje por completo en la intimidad de un ruidoso bar, en general casos policiales en los cuales una suscinta declaración abría numerosas puertas y caminos al ingreso de personajes de mi narrativa que actuaban por su cuenta e incluso me sorprendían. Resolvían por mí el testimonio de tan difícil captación.
Cuando se me indicó cubrir el doble asesinato de un legislador y su secretaria, el atronador silencio que rodeaba al crimen me obligó a poner a alguien a hablar.
El resto se conoce: diez días en tapa, conmoción nacional, repercusión mundial. En mis laureadas crónicas desfilaron todos los personajes de mis fallidas novelas. Volvió Chazarreta, esta vez como lacónico portero de un edificio vecino. Renunciaron dos ministros y otros seis funcionarios: habrán tenido sus razones.
No viví el Delfín de Plata como mi consagración profesional, quizás porque me importe un bledo la consagración profesional. Traté de usufructuar tal frágil éxito poniendo una de mis viejas novelas a consideración de una empresa editorial. La reescribí, es cierto, pues cuesta defender lo que uno fue pero no es. Tuve el honor de ser entrevistado por un joven emprendedor que ostentaba el cargo de algo así como Gerente Editorial.
-"La escritura es impecable -me dijo el tipo- pero la ficción no está vendiendo. ¿Por qué no escribe sobre la cuestión ésa del diputado? Ahí tiene material de sobra y el público está ávido de esas cosas".
Asentí, le solté un par de pelotudeces, lo saludé con mi mejor sonrisa y me comprometí a no sé qué. De todos modos, él me olvidó segundos después.
El famoso Delfín me catapultó a la categoría de redactor especial. Gano mucho más y escribo lo que quiero. De hecho, estoy publicando mis novelas por capítulos bajo el incierto rótulo de "columna de opinión" y, a veces, filtro a Chazarreta y a otros personajes en supuestas crónicas testimoniales.
Cambio nombres y circunstancias que es todo lo que se me reclama. Y ya ajeno a mis inicios meteorológicos, nunca hago referencia a la lluvia que va a caer.