miércoles, agosto 29, 2007

Nada personal

Hace unos meses me robaron el celular, lo cual no es nada extraño. Cuando alguien baja de un auto en una zona céntrica, deja la puerta abierta porque "vuelvo enseguida" y el aparatito ahí arriba, brillando bajo el parabrisas, casi merece que lo roben.
Como buena ciudadana llamé de inmediato a Personal para informar del desliz y para que me cortasen la línea. Una cosa es que comprenda que algún circunstancial transeúnte haya sido tentado por mi estupidez, y otra que haga llamados que yo pague.
Un "buenosdías, muchasgraciasporcomunicarseconPersonal, minombreesfulano ¿enquélapuedoayudar?" respondió luego de hacerme pasar por varias decenas de opciones del tipo "si usted quiere comunicarse con alguien marque uno, si usted es pesimista agréguele el tres" y de obligarme a escuchar el jingle de la empresa tantas veces que podría jurar que quedó en el aire el resto del día. Informado el percance me comunicaron que de inmediato se suspendería el servicio de mi línea, y mis opciones.
Estas opciones se limitaban a dos: comprarles a ellos un nuevo aparato, con lo que conservaría mi número, o darlo de baja, previo pago de una multa. Me enteré entonces que ese teléfono que me habían regalado unos meses atrás me comprometía, en una suerte de contrato que yo no firmé (y quien me lo regaló asegura que tampoco) que estipula que si quiero darlo de baja antes de doce meses tendré que pagar una multa, más el mes en curso, equivalente a unos cuantos meses de uso.
Luego de algunas puteadas que el pobre empleado escuchó con suspiro de conocedor, aprovechando el instante en el que tomé aire, me informó que podía adquirir un nuevo móvil en alguna de las sucursales o bien por teléfono, y me lo enviarían a mi domicilio en las siguientes 72 horas. "Voy a comprarlo y después llamo para que me activen el chip" le respondí tratando de no pensar en estupideces como el abuso, la justicia o el asesinato. "Bien" me respondió con un tono de duda que deben practicar meses antes de tomar el puesto. Lógicamente consiguió lo que buscaba, que le pregunte si había algún inconveniente. "Ninguno" se apresuró en responder "excepto que en ese caso debe limitarse a lo que tenga la sucursal en existencia".
Imaginé estúpidamente que no podían ser tan hijos del imperio como para que no hubiera varios modelos en su stock. Pero lo son, el teléfono menos caro que tenían costaba medio sueldo docente, aunque, claro, tenía mp4, grabadora y licuadora de mano.
Después de varios intentos me resigné a pedir por teléfono uno más acorde a mi sueldo, color negro (detalle requerido y aclarado específicamente), el cual en 72 horas me enviarían, en caso contrario que me comunique al *150.
Cinco días y varias horas de jingle después me comuniqué. Tomaron mi reclamo aclarando gentilmente que si en 72 horas aún no lo había recibido me comunique al *150.
"Por eso yo no uso celular" me dijo un cuasiamigo. Comentario un tanto inoportuno y poco sostenible. Con ese criterio no debería tener teléfono fijo, TV o vivir en este planeta.
Cuatro reclamos cada 72 horas después llegó el dichoso aparatito en una caja que bien podía contener un teléfono público. Debajo del primer envoltorio con el logo del correo, otro con el logo de Personal, luego otro sin logo, y un cuarto por las dudas. Al fin asomó una caja, dentro de la cual había otra caja, esta vez la del teléfono. Luego de retirar papeles, cajas, boletas, manuales y publicidades varias me encontré al fin con el aparato, exactamente la marca y modelo que pedí... en un nacarado rosa.
Confieso haber tardado un par de minutos hasta que mis neuronas volvieron a hacer sinapsis. Gris, azul, hasta rojo, hubieran causado menos estupor. Debo confesar también que tengo cierta rosafobia.
Mientras hacía explotar compulsivamente las burbujas de la bolsita que lo contenía marqué *150.
"Su pedido indica el modelo Z375 pink" me informó algún minombrees. No es mi culpa si quien lo tomó no distingue entre pink y black.
"No quiero un teléfono rosa" aclaré explotando siete burbujas juntas. "Pero es el que pidió" fueron sus últimas palabras antes de que misteriosamente se cortase la comunicación.
"Tendría que hablar con un supervisor" me explicó otro después de varios intentos. "Ustedes amenazan con que la comunicación puede estar siendo grabada" le dije al supervisor "busquen la mía y listo".
Opciones: efectuar el reclamo que sería respondido en las próximas 72 horas, en caso contrario comunicarme con el *150, esperar que en las siguientes 72 horas, en caso contrario..., vinieran a retirar el aparato, volver a comunicarme con ellos y hacer un nuevo pedido, esperar que en las siguientes 72 horas... o joderme.
Debo reconocer que esta pobre gente tiene serios problemas de comunicación, además de informáticos, ya que el sistema se les cae en cuotas. Se les cae en los reclamos, pero no en las ventas, se les cae cuando tienen que acreditar, nunca para cobrar.
Se les cayó el sistema cinco veces antes de activarme el chip, que no pudo activarse porque se les cayó el sistema pero dentro de las 72 horas se activará, en caso contrario comunicarme con el *150 o marcar 0800-LLUVIA.

jueves, agosto 23, 2007

Fantasmas eran los de antes

En Cinecanal han estado dando White Noise (Voces del más allá, 2005), un film nada trascendente (en rigor es malo) basado en una atenta producción, un alto presupuesto y la solvencia actoral de Michael Keaton. La cosa es más o menos así: Anna y Jonathan Rivers son un matrimonio feliz hasta que ella desaparece y al cabo reaparece muerta tras un aparente accidente. Poco después el viudo se engancha en la captación de señales que la mina le manda desde el otro mundo exhortándolo a que vaya de acá para allá y arriesgue su propia vida en el salvamento de desconocidos. Y el tipo va. Finalmente unos fantasmas horrendos toman venganza contra él por hacer caso a su esposa muerta e interferir sus planes perversos.
Es difícil no asociar con Ghost (La sombra del amor, 1990). En ambos filmes, variaciones de unos viejos temas: el finado que no puede irse del todo, el alma en pena que clama justicia, el espíritu que no ceja en sus afanes de comunicar. Nada de muertos vivos que regresan como zombis de cuerpos mutilados o podridos sino típicos fantasmas que tienen unas tareas pendientes y regresan para hacerlas. En Ghost, Sam Wheat fue asesinado y persigue a su joven viuda, Molly, con prevenciones, advertencias y tardías declaraciones de amor. Como buen muerto, Sam carece de medios para los trabajos de la comunicación y debe recurrir a la anatomía de Oda Mae Brown, una medium entre las ánimas y sus deudos. Finalmente unos fantasmas horrendos hacen justicia con el criminal quien, para colmo, andaba cual lobo en celo detrás de Molly.
Sam, triunfante, se despide de su amada viuda y se retira en paz, bañado en luz, a disfrutar de toda la eternidad. Jonathan, ¿triunfante?, queda despatarrado y tieso en el fondo de una barraca, toma la posta de su insufrible esposa y promete romper las paciencias de quienes siguen vivos. No aprendió nada.
En Ghost el muerto deviene muerto definitivo y la sobreviviente sobrevive libre del acoso del mal: triunfo del amor y premio eterno. En White Noise la muerta sigue muertísima, el sobreviviente muere en pos de una justicia estéril y termina pidiendo perdón, desde el más allá y vía radio de FM, a su hijo huérfano de madre... y padre: culpa, disculpa y derrota en toda la línea.

Pero más allá de estos finales, otra diferencia. Anna no precisa servirse del cuerpo de ningún medium; basta que Jonathan se provea de unos sencillos equipos informáticos para que ella se le aparezca en pantallas y parlantes con sus "my love" y sus "go now!". No sólo ella: también otros espíritus fallecidos o por fallecer. Eso sí, con pésima calidad de imagen y sonido porque no es fácil producir buenos audiovisuales una vez que se ha muerto.
White Noise incluye separadores que semejan la imagen difusa que muestra el monitor de Jonathan y cualquier otro televisor que no capte o capte mal la señal emitida. A veces, unas figuras reverberan en sus equipos y Jonathan las graba, colecciona y reproduce en VHS. Esos registros respetan encuadres típicos del discurso audiovisual: el espíritu de Anna en plano pecho, los fantasmas malos en plano conjunto, unas letras de molde en plano detalle. Incluso coinciden con las que veremos en pantalla: la mujer que suplica por su bebé desde el interior del auto accidentado, el fragmento de cartel que indica el sitio del último salvataje, aparecen en los planos del filme tal como los habíamos visto -también en el filme, por supuesto- en el monitor de Jonathan, junto con Jonathan.
No pude dejar de recordar The Ring (La llamada, 2002) en la cual Samara Morgan, una niña asesinada por su madre demente, distribuye en VHS un fatal film de su supuesta producción independiente. El curioso video es de un cabal interés poético y llama la atención esa artística y esas técnicas pergeñadas por una niña, medio loca, muerta y abandonada en el fondo de un pozo: muchos cineastas no le llegan a los talones, adultos, medio sanos, vivos y rodeados de costoso equipamiento.
Por si esto fuera poco, al día siguiente veo The Mothman Prophecies (Mensajero de la oscuridad, 2002) en la cual el viudo John Klein recibe y graba llamados de su querida esposa fallecida y de un tal "hombre polilla", un fantasma que la tiene clara respecto de lo que va a pasar y se comunica por teléfono con decenas de mortales sin responsabilidad alguna por la facturación del servicio.
Parece que aún hace década y media, los espíritus vagaban sin ton ni son hasta encarnar transitoriamente en un cuerpo que les permitiera interactuar con el mundo de los vivos: un medium. En estos tiempos, ya no: las ánimas se las arreglan para comunicarse a través de los medios técnicos que utilizamos a diario.
¿Resulta que los fantasmas nos dicen lo que dicen en lenguajes audiovisuales? ¿Hay en el más allá cámaras, micrófonos e islas de edición? ¿Hay tecnología para emitir señales por aire, cable o satélite? ¿Con qué cuerpos podrían operar los muertos tales dispositivos mediáticos?
Tal vez un segmento de la discursividad mediatizada se haya naturalizado a tal punto que ya integra cierto verosímil junto a mitos de larga data: el del muerto que regresa, el del espíritu que reclama, el de la lluvia que va a caer.

viernes, agosto 17, 2007

Cuando pase el temblor

Cuando escuché la noticia del terremoto que sacudió Perú el miércoles pasado, y especialmente la mención de la provincia de Cañete, lo primero que vino a mi mente es mi amigo Polo, arequipeño, y su mujer, Marisol, oriunda de San Vicente, capital de la provincia, donde vive casi toda su familia. Sólo después pensé en la magnitud del desastre más allá de lo personal.
Al comunicarme con ellos supe que los caminos oficiales para obtener información no les brindaron ninguna ayuda, y sólo a través de una red de conocidos (Internet mediante) pudieron saber que sus familiares estaban a salvo, si es que se puede hablar de estarlo en esas circunstancias.
Hablando con gente que me crucé en estos días comprobé que casi todos tienen algún amigo, o, al menos, conocido, peruano. Quizás por ser ésta una ciudad universitaria, y porque la comunidad peruana dentro de la UNLP es enorme.
Leyendo aquí y allá supe que hoy, viernes, dos días después del sismo, el gobierno argentino despachó un Hércules con ayuda para las víctimas, que llegó después de la enviada por España y Francia. Un avión de la FAB (Fuerza Aérea Boliviana) fue el primero en llegar, a pocas horas del desastre.
Bolivia, el país pobre de la pobre Sudamérica, contó en unas pocas horas con doce toneladas de medicamentos y alimentos para enviar, además de quince voluntarios de búsqueda y rescate. Estados Unidos, the biggest of the world, aún está pensando si mandar aspirinas o mejor un equipo antiterrorista, por las dudas.
Leyendo un poco más me topé con algunas noticias que no tuvieron gran trascendencia, lo cual, ante la magnitud de lo ocurrido en Perú, tiene sentido.
La primera se refería a un terremoto de 3,5 grados de magnitud Ritcher que ocurrió ayer, jueves, en California, donde una semana antes se había registrado otro de 4,5 grados. Ambos con epicentro en zonas deshabitadas, sin víctimas, por lo tanto, poco noticiables. Casualmente, también ayer, otro movimiento sísmico, esta vez de 4,7 grados Ritcher, se registró en el centro de Chile, con epicentro en Pichilemu, 210 kilómetros al sur de Santiago.
Para completar el panorama, hoy, cuando aún se sienten las réplicas en Perú, otro sismo, de 6,2 grados, con epicentro 300 kilómetros mar adentro, sacudió la costa de Indonesia.
Los que dicen que saben de estas cosas opinan que no hay relación entre los cinco movimientos sísmicos en un lapso de tres días. Creo recordar que son los mismos que cuando un tsunami mata a medio millón de personas, un huracán a cinco mil o un terremoto a cincuenta mil, dicen que es imposible predecir, que no hay forma, que hay demasiado en la lógica del planeta que nuestra lógica no comprende. Pero ellos, que no pueden predecir, predicen que no pasará nada, que es pura casualidad.
Que el planeta se sacude a diario, que cada minuto en algún lugar del mundo saltan los sismógrafos, ya se sabe, pero cuando cuatro de ellos superan los 4 grados de magnitud Ritcher quizás habría que pensar un poco antes de soltar un alfiano "no hay problema". No se trata de alarmismo, ni de que estemos al umbral del famoso "Big" del cual tanto se habla en la costa oeste de EE.UU., sino de tener al menos un poco de coherencia, si no puedo predecir el sí, tampoco el no.
Mucho se habló de la paradoja de la destrucción de Pisco el día que se conmemora la muerte de José de San Martín, poco se dijo de la nada paradójica muerte de cientos por lo precario de sus viviendas.
Mucho se dijo de los aviones que desde ayer llegan a Lima con ayuda para las víctimas, poco se dice de los miles que tratan de sobrevivir sin agua, sin techo, sobre un suelo que aún tiembla, donde no llega aquello que se supone que esos aviones transportan.
"Un terremoto de la misma magnitud en una ciudad como Tokyo o Los Ángeles, con edificación antisísmica, hubiera causado muchas menos pérdidas", dijo un ignoto académico por CNN. No sé si hablaba de pérdidas de vidas, bienes, o de ambos, pero creo que Darwin se refería a otra cosa con lo de "selección natural", a menos que ya entonces predijera la cercana tormenta.

domingo, agosto 12, 2007

Réquiem por la coma vocativa

Soy de los que cultivan la firme creencia de que la escritura del lenguaje verbal, sin prisa pero sin pausa, se está yendo al carajo. No soy de los que de manera rápida (y entonces, superficial) afirman que la causa del problema se origina en la utilización de internet y los medios que alberga. Entiendo que la cosa es bastante más compleja y no encuentro ninguna relación necesaria entre servirse de mails, chats o blogs y escribir con total prescindencia de la gramática de la lengua en la que se pretende escribir. Quizás la relación sea inversa y, por razones que no alcanzo a entender, internet resulte una plataforma atractiva para que escriban quienes no saben escribir ni su propio nombre. De todas maneras, basta leer una sola noticia en la prensa gráfica o seguir unos minutos los videograph televisivos para constatar que el fenómeno es muy extenso y está en constante ampliación.
Lo que preocupa, en mi caso, no es la alteración de una supuesta pureza del idioma ni la violación de unas reglas formales perimidas en su uso. No soy de los que se alarman por la intrusión de neologismos o palabras foráneas en nuestro flexible castellano que, como toda lengua, no es más que un compendio históricamente inestable de términos griegos, latinos, árabes, nahuatls, quechuas, ingleses y demás. Lo que preocupa, en mi caso, es que la escritura (vaya perogrullada) es soporte y vehículo de comunicación y de un tiempo a esta parte, a veces me resulta más fácil leer algo bien escrito en otro idioma que descifrar la escritura de esta suerte de neoespañol.
Las manifestaciones son innumerables por lo que enumeraré sólo unas pocas:

1. Si partimos del grafema, la unidad ultramínima, ya encontramos problemas con las "k" que sustituyen a las "q", las "w" que reemplazan a las "u", etc. Por otra parte, en caligrafía manuscrita (y acá no pueden echarse culpas informáticas, creo) las "a", "e" y "o" pueden constituir trazos idénticos en un mismo texto de un mismo autor.
2. Las palabras se reducen sensiblemente, pierden vocales o consonantes y sustituyen partes caídas por apóstrofes o letras "x". Así tenemos "x" que significaría "por", "q' " que significaría "que", y el entonces muy lógico "xq' ". Otros términos se acortan sin más, como "info". Hay que decirlo, ambas operaciones ocurrieron siempre y así nacieron la letra "ñ" y todos los apócopes.
3. La ortografía pierde todo consenso social y se transforma en transcripción aleatoria de fonemas. El problema es que el consenso fijaba una norma y hacía previsible la lectura. Ahora, por estos lares en que las "s", "c" y "z" suenan igual, sus grafemas resultan intercambiables. O la "j" y la "g". O la "y" y a veces la "ll", a veces la "i". Ni hablar de la "h", muda, que existe al cuete.
4. Los signos de puntuación ya no se encuentran en los sitios que prestaban servicio y las aparentes frases se hacen eternas e ilegibles. Algunos de ellos se han mudado y agrupado en nuevos barrios enfáticos. Así, en los confines de oraciones incomprensibles, aparecen familias numerosas de signos de interrogación y/o de admiración, a veces vecinas de unos puntos suspensivos que ya nunca son tres sino diez, veinte o más.
5. La mayor parte de los acentos ha muerto de muerte natural y algunos sobrevivientes se refugian al azar sobre vocales solidarias pero sólo a veces pertinentes. Resulta curioso que alguna gente no carente de educación ni de capacidad, sostenga muy suelta de cuerpo que, cuando escribe un mail, no usa acentos. Incluso he leído el blog mal escrito de un periodista profesional que afirmaba que allí no cabían ésas ni otras sutilezas. Tendría la misma lógica defender que, cuando escribo una carta, no uso puntos ni comas u omito las letras "d" y "v".

Pero hablando de comas, recordé a qué quería referirme: a las comas vocativas, ésas que siempre deben separar la interpelación de la persona interpelada en el texto. Tales comas de uso obligatorio están en franca extinción. No pretendo promover su conservacionismo como si se tratara del aguará guazú, el oso panda o la ballena azul, sólo que su añorada ausencia me hace releer esas interpelaciones una y otra vez hasta inferir, tal vez, su sentido.
Leo, por ejemplo, "Pedro compra leche". Me pregunto que relevancia tendría y porqué me lo cuentan a mí, hasta que razono que es una tarea que le encomiendan a Pedro: "Pedro, compra leche". ¡Ah, ok! ¿Y por qué no le dicen "comprá" como decimos los rioplatenses? Sí, claro, le dicen "comprá", pero le escriben "compra" debido al lamentable deceso del tilde.
Imagínese la enorme diferencia jurídica entre el descriptivo "Carlos mata a tu madre" del eventual testigo y el imperativo "Carlos, matá a tu madre" del infame instigador.
Vamos a un ejercicio práctico de lectura. Supongamos que recibo un correo de Fulano que inicia "Cinzceu como estas". Paso uno: reponer los acentos. "Cinzcéu como éstas". ¿Como éstas?, ¿como éstas cuáles? Paso dos: corregir el paso uno. "Cinzcéu como estás". Ya inferí que se dirige a mí, Cinzcéu, pero falta algo, ¿como estás triste?, ¿como estás viejo?, ¿como estás loco? Paso tres: revisar el paso dos. Ah, entiendo, es una fórmula de saludo, una interrogación amable acerca de cómo me encuentro. Pasos cuatro, cinco y seis: reponer el omitido acento, colocar la extinta coma, agregar signos de pregunta. Ahora sí.
-"Cinzcéu, ¿cómo estás?".
-"Bien, Fulano, gracias, interpretando dónde carajo irán los tildes y otros signos en tu atento mail. Y vos, ¿cómo estás?".
-"yo bien ak ando esperando q' haga lindo dia xq' dice mengano q' por hay se hecha a llover!!!!!!!!!............. :("
-"Y sí, Fulano, tiene razón Mengano: mientras escribamos así, menos nos entenderemos y mucho más probable que se eche a llover".

lunes, agosto 06, 2007

Imagine

Hace unos pocos días los ríos Támesis y Severn crecieron por lluvias de tal modo que inundaron grandes zonas rurales y urbanas de Inglaterra y el País de Gales. Casi todos los medios le dedicaron al hecho tiempo y espacio considerables, y así todos pudimos enterarnos de los miles que debieron trasladarse a los centros de evacuación, de las cuatro víctimas fatales, con nombre, edad y circunstancia en la cual lamentablemente murió cada uno. También pudimos ver imágenes de sitios como Gloucester bajo agua, y muchos datos, como que el Primer Ministro Gordon Brown ordenó crear un Comité de emergencia llamado Cobra, que miles de personas carecían de agua potable en sus casas, por lo que el gobierno se vio forzado a proveerla, y de energía eléctrica por el cierre preventivo de la planta eléctrica de Castlemead, y algunos datos menores, como que Inglaterra aumentó el fondo para inundaciones de 600 a 800 millones de libras, que el titular de Medio Ambiente, David Miliband, anunció que las zonas damnificadas recibirán indemnizaciones, y que las aseguradoras temen que los reclamos lleguen a los dos mil millones de libras (2,9 millones de euros). También que las aguas provocaron un "pánico de compra" que llevó a miles de ingleses a vaciar los mercados.
Mientras leía esos datos recordaba que estamos en época de monzones, lo cual durante siglos fue una bendición económica para grandes zonas de Asia, pero en los últimos años provocaron desastres. Por eso no me sorprendió escuchar que en India, Nepal, Bangladesh y parte de China las inundaciones habrían provocado miles de anónimos muertos, y más de 25 millones de evacuados, ni que la escasez de agua potable no provenía sólo de sus canillas, sino del mundo que los rodea. De electricidad ni hablar.
Que miles de autoevacuados en embarcaderos o en los techos de sus casas, sin agua ni alimentos, esperen por días que, con suerte, alguien los rescate, que los brotes de malaria y encefalitis comiencen a crecer y no haya ni médicos ni medicinas, que estén simplemente allí, sobreviviendo o no, parece parte de un paisaje repetido, que no asombra a nadie, que no conmueve a nadie.
Por supuesto que no es una comparación válida, no significa que en Asia sufran y en Inglaterra no, en ambos lugares se enfrentaron a una catástrofe natural similar. Lo que no se parece en nada es lo que sucede a partir de allí, que tiene todo que ver con lo que sucedía antes del agua.
Cuando escuché la noticia en TN me llamó la atención que se refirieran a los millones de evacuados asiáticos como "desplazados", luego leí en varios medios el mismo término, mientras que los británicos eran "evacuados". Era un detalle marginal, pero, como soy curiosa, recurrí a la Real Academia para que me explicase el por qué de la diferencia, y allí me informaron que "desplazado" es "dicho de una persona: inadaptada, que no se ajusta al ambiente o a las circunstancias", mientras un "evacuado" es aquel "que ha sido obligado a abandonar un lugar por razones militares, políticas, sanitarias, etc.". Comprendí, el nepalés es un inadaptado que no se ajusta al agua, el inglés fue obligado a abandonar un lugar.
No sé por qué recordé el final de una vieja película, A time to kill (Tiempo de matar), de Joel Schumacher, cuando el abogado Jake Brigance (Matthew McConaughey) describe para el jurado la brutal violación de una niña negra y termina con la famosa frase "y ahora... imaginen que es blanca".
Veamos cómo viven en Asia las inundaciones, cómo es cada uno de sus días desde que los ríos desbordaron, y ahora... imaginemos que son blancos, de clase media, occidentales. O mejor aún, imaginemos que llueve para todos.