miércoles, octubre 24, 2007

Candidatas

¿Puede la reproducción de un título de un solo término asumido como propio constituir plagio? En todo caso no es éste el caso porque confieso que estas reflexiones me fueron germinadas por el agudo y lúdico artículo Candidatas que hace unos días publicara Gabriel Báñez.
Y ahora, a hablar de las inminentes elecciones presidenciales que son -dicen por allí- la quintaesencia de la civilidad e incluso -lo escuché hoy- la instancia más relevante de un país. Un país organizado y ciclotímico -esto lo asumo yo- que pauta lo importante con riguroso cronómetro y lo reduce a la cada vez más abierta payasada electoral.
Candidatas y cándidas: términos demasiado semejantes como para obviar su evidente raíz común y, entonces, no ir a investigar un poco al DRAE, fuente no tanto de conocimiento cuanto de argumento.
candidato, ta. (Del lat. candidātus).
1.m. y f. Persona que pretende alguna dignidad, honor o cargo.
2.m. y f. Persona propuesta o indicada para una dignidad o un cargo, aunque no lo solicite.
3.m. y f. coloq. Arg. y Ur. Persona cándida, que se deja engañar.

cándido, da. (Del lat. candĭdus).
1.adj. Sencillo, sin malicia ni doblez.
2.adj. Simple, poco advertido.
3.adj. blanco (de color de nieve o leche).
Como esto es Argentina -yo creo que vale para el mundo pero me restrinjo al DRAE- resulta que una candidata es, a la vez, quien pretende una dignidad y quien se deja engañar; quien es propuesta para un cargo y quien, sin malicia ni doblez pero poco advertido, entra como caballo/ lla a cualquier establo.
Candidatas son la Cris (Kernández de F), la Lili (Carrió) y candidatos el Rober (Lavagna), el Ricar (Leyde Murphy) y así; todos tan humanas/os y cercanas/os. Pero candidatos también son el resto de los ciudadanos "blancos" obligados por la norma a sufragar el domingo por alguno de estos clowns de turno. Todos somos iguales ante la ley, como afirma la sacrosanta Constitución Nacional. Lo que no sabía hasta hoy con tal meridiana claridad semántica -claridad política tenía desde hace un tiempito- es que todos somos, en alguna acepción, candidatos: los postulados y los pelotudos.

Entonces, correspondería algún slogan publicitario o algo así que sirviera de cierre a mi muy pobre campaña.
Toma 1: "Si Ud. es sencillo, simple y poco advertido, no vote a quien pretende alguna dignidad, honor o cargo". Muy DRAE, pero horrible.
Toma 2: "Si Ud. es cándido y se deja engañar, jódase pero ¡no me joda a mí!". Justo, pero nada político.
Toma 3: "Si Ud. es candidato, no vote candidatos". Bueno, pero no se entendería.
Toma 4: "Váyanse todos al carajo si no pueden ver que voten lo que voten, si votan, vendrá la lluvia". Sincero, pero demasiado agresivo.
Toma 5: "No sea candidato de los candidatos, ¡vote nulo!". Esta me gusta, pero le falta lluvia.
Toma 6: "No sea el candidato cándido del candidato que le vende espejos, ¡no vote antes de la lluvia!". Justo, pero violento y medio ombliguista.

Entiendo que no soy capaz de cerrar este artículo con coherencia y que eso me pasa por meterme con temas electorales. Valga, entonces, una cita apócrifa que hallé en un container futuro -encuentro pila de cosas raras entre la basura- como más o menos digna sutura:
"La candidez del candidato (a)sumido en su simple blancura era el objetivo más relevante del candidato (a)sumido en su fría carrera hacia el poder político. Por definición, el segundo siempre cagaba al primero: estaba en su naturaleza de escorpión demócrata. Toda esta tremenda pendejada pertenece a la situación histórica en la que se encontraba la especie humana antes de la lluvia".

martes, octubre 16, 2007

Perdiendo el tiempo

Supongo que, siendo fiel a mi estilo, debería escribir un post sobre las inminentes elecciones y la campaña electoral.
Escribir, por ejemplo, Cristina está cebada y protesta, indigna, la oposición a lo lejos.
O alguna metáfora del despiste del avión de la primera dama devenida en primera candidata, o de la crítica acérrima de TN y compañía por la ausencia de debate entre los candidatos (que, casualmente, casi siempre se lleva a cabo en ese medio).
O sobre lo inédito de que sean dos mujeres quienes ocupan la punta, sin caer en el patético feminismo que ya he leído por ahí. O simplemente un paneo sobre la paupérrima campaña.
Pero dicen las encuestas que Cristina gana y sin vueltas, y aunque creo tanto en encuestas como en el horóscopo, temo que es verdad.
Y no es que no quiera escribir porque me deprime, ni que no me asquée ver que el argumento político más usado por la oposición es que Cristina es bipolar (aunque más bipolar parece Lilita, dándole la mano a López Murphy y a Binner), sino que no tengo ganas, que estoy harta, hastiada, podrida, aburrida, indignada, saturada y un poco cansada de la obviedad, mediocridad y total ausencia de caminos alternativos y de política en este juego llamado democracia.
Entonces, no voy a decir nada sobre la campaña electoral. Simplemente enviaré a mi hijo a la escuela cuando no haya más paros docentes, iré a un hospital cuando no haya sólo guardias de emergencia por huelga, trataré de aprovechar para hacer trámites cuando no hayan parado los estatales, caminaré por la ciudad intentando rodear alguna de las tantas manifestaciones diarias contra los gobiernos provincial y nacional. Luego haré mate, cantaré "qué culpa tiene el tomate", me sentaré frente a la pc, encenderé un cigarrillo y escribiré el post sobre la amistad que dije alguna vez que escribiría, evitando preguntarme por qué va a ganar CFK y si eso que se escucha a lo lejos es un trueno.

sábado, octubre 06, 2007

La destruKción del INDEC y la "papa gobierno"

El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) ha comunicado vía su Indice de Precios al Consumidor (IPC) que la variación del costo de vida durante junio de 2007 ha sido del 0,70% respecto del mes anterior. Durante julio, en cambio, el incremento se redujo al 0,50%. Para los mismos períodos, y siempre según la información oficial del INDEC, el Indice de Salarios (IS) registró una variación mensual, respectivamente, del 2,54 y 2,27%.
Si estoy sacando bien las cuentas, dice el INDEC que en el referido bimestre los salarios aumentaron cuatro veces más que los precios de servicios y bienes de consumo. Tal dato estadístico es un cabal dato peronista que habla muy bien de la lucha intransigente del gobierno popular y democrático por redistribuir el ingreso en favor de los más desposeídos. El único inconveniente es que se trata de un dato completamente falso.
En la producción de datos estadísticos, cualesquiera sean, siempre entran en juego y se articulan dos variables: un saber específico acerca de números y fórmulas matemáticas y un saber general basado en criterios y sentidos comunes. Tras casi tres décadas de laburar dentro o al borde de este campo, he debido estudiar un poco de los primeros; por el contrario, si pude trabajar, aprender y vivir de esto fue porque se me han dado, desde siempre, bastante bien los segundos. Y fue gracias a los segundos que he podido simular bastante mi relativa ignorancia respecto de los primeros.
El INDEC es un organismo técnico del Estado que tiene la función de medir cosas y medir cosas siempre es un problema; pero un problema es algo a resolver, no a disolver. Escuchaba el otro día a uno de tantos técnicos desplazados por la infame intervención kirchnerista -en El juego limpio por el canal TN- decir que ya en enero hubo una diferencia entre una medición provincial y el índice nacional. El INDEC, entonces, habría explicado que su índice no había tomado el mayor costo local de la medicina prepaga porque tal incremento no estaba legalmente autorizado. Esta argumentación oficial es llanamente aberrante y amerita, de por sí, procesar al funcionario a cargo de hacer pública semejante boludez. De hecho, está procesado, pero la Justicia es una cosa demasiado lenta que de ciega parece no tener nada.
Si hay algo que el INDEC no debe ni puede hacer es asumir una función de fiscalización, inspección o corrección de sus objetos de análisis. Cuando uno mide, releva o analiza debe prescindir de lo "autorizado" porque de lo contrario no mediría, relevaría ni analizaría nada. Digamos que salgo a investigar el consumo de sustancias psicoactivas pero no registro ninguna confesión de haber fumado un porro porque no está "autorizado". ¿Qué carajo mediría? Nada. Un relevamiento cualquiera del nuevo INDEC intervenido acerca de hechos delictivos daría resultado cero porque ninguno está "autorizado". Para que el INDEC y sus encuestadores resulten confiables es preciso -y siempre lo fue- que el relevamiento no se contamine con inapropiadas funciones de instrucción de algún aparente ideal que, dicen, debería ser.
Hay, además, una larga serie de cuestiones teórico- prácticas debatidas al interior del INDEC -y no sólo allí- desde siempre. No quisiera extenderme en tecnicismos así que trataré de sintetizar. Y para ello nada mejor que la papa que, ya se ha dicho, no existe.
El IPC se basa en una canasta básica de consumo y tal canasta radica en lo que la población declara consumir. La gente, no sé por qué, dice comprar papa, bastante papa. Es fácil: el INDEC debe relevar cuánto paga el ciudadano medio por la papa, registrar las eventuales alzas y bajas de ese precio y nada más. Pues no, el INDEC intervenido ya no mide un carajo sino que se instituye en censor: declara que -amañados e inservibles subsidios mediante, que pagamos todos- la papa debe estar a $1,40 y por lo tanto eso le cuesta al consumidor promedio.
Y callate, porque si decís algo distinto, te echamos.
Debo confesar -nobleza obliga- que la semana pasada fui a un supermercado y rodeé un par de veces la góndola de papas y otras hortalizas. La papa -la papa de verdad- oscilaba entre los $3,60 y $4,70 pero al cabo descubrí una bolsita de dos kilos a $1,40 de algo así como la papa. Cuando digo una me refiero a una: tan solita estaba la bolsita que miré para todos lados, no fuera cosa que hubiera una cámara oculta esperando escrachar al boludo que la llevara; hacía meses que no veía un precio semejante.
Se trata -la compré, la cociné, la ingerí- de una papita de cáscara colorada que tiene poco sabor y, en comparación con la papa de siempre, más desperdicio. Se come bien, del mismo modo que también se comen tantas cosas al alcance del ser humano. En mi siguiente visita al mismo local, este fin de semana, la así denominada "papa gobierno" estaba agotadísima y en su lugar sólo había un poco de tierra. Y a su lado, una papa que no bajaba de $3,90.
Vayamos, entonces, a otra discusión teórico- práctica de la época en que el INDEC era un organismo de medición: cuando el papel higiénico pasa de 60 a 30 metros y, a la vez, de $0,60 a $0,45, ¿baja de precio o aumenta? Aumenta un 50% por más que algún soldadito obsecuente del actual gobierno interventor decida registrar un decremento estadístico del 25%. Y cuando el papel higiénico desaparece de la oferta comercial y en su lugar hay trapos viejos, diarios viejos o un cartel que sugiere limpiarse el culo con yuyos silvestres, ¿podría sostenerse que el producto continúa a $0,45? Me parece que no.
Me consta que la encuesta diaria en el Mercado Central de Buenos Aires no mide (¿medía?) cosas tales como el precio de la manzana. El genérico "manzana" observa (¿observaba?) distinciones según variedad, tamaño, calidad y origen que el viejo INDEC tomaba de las propias nominaciones y apreciaciones del mercado de frutas. Una dulce y jugosa red deliciosa de 300 gramos nunca fue lo mismo que una pobre manzanita verde sólo apta para compota.
El nuevo INDEC afirma -según Clarín- que los incrementos de precios no impactan en "el comportamiento reales [sic] de los consumidores, quienes generan un efecto sustitución ante variaciones de precios, reemplazando un producto por otro". Es decir que si, por ejemplo, aumentara el costo de la medicina, los consumidores la sustituirían por la brujería, que es más barata. Y si, por ejemplo, la carne de vaca disparara su precio, comeríamos palomas, ratas y lagartijas que son de acceso gratuito... para quien las cace.
Se supone que el gobierno manipula los datos estadísticos con un objetivo político- electoral: que todos creamos que no hay inflación y que la papa -y hay verduras y hortalizas que duplican y triplican el incremento de la papa- está baratísima. Ocurre que nadie puede creer semejante pelotudez, sencillamente porque todos compramos papa, entre otras muchas cosas que han aumentado. Y que no hay actor social, fuera y aún dentro del gobierno, que no haya denunciado con pelos y señales esta aberración político- estadística; esta barbaridad que destruye la función misma de un organismo público.
Y voy a decir algo que lamento tener que decir, pero es cierto: ni durante la dictadura militar- genocida de los 70, ni durante la liquidación estatal- menemista de los 90, un gobierno se atrevió a destruir de este modo salvaje, impune, ilegal y escandaloso un organismo técnico del Estado y su ya débil capital de credibilidad social.
Tengo en la manga otros detalles de cómo opera esta política pseudo- centro- izquierdista (¿?) sobre jefaturas de incuestionable carrera; escenas infames de armas de fuego sobre el escritorio (no es metáfora) como silencioso refuerzo de explícitas amenazas: sabemos de tu vida privada, tus opciones ideológicas, tus cosas de familia, te estamos monitoreando, ¿entonces qué vas a hacer?
Néstor Kirchner lo hizo. Y lo hace. Y lo hará hasta que Cristina Fernández tome la posta matrimonial y decrete, por necesidad y urgencia, que el INDEC nunca existió.
Y que la lluvia es esa cosa horrible que hostigaba el pasado -esa memoria que no alcanza a Julio López, desaparecido demasiado reciente para entrar en la medición- pero ya nunca más, nunca más nos lloverá.