La destruKción del INDEC y la "papa gobierno"
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) ha comunicado vía su Indice de Precios al Consumidor (IPC) que la variación del costo de vida durante junio de 2007 ha sido del 0,70% respecto del mes anterior. Durante julio, en cambio, el incremento se redujo al 0,50%. Para los mismos períodos, y siempre según la información oficial del INDEC, el Indice de Salarios (IS) registró una variación mensual, respectivamente, del 2,54 y 2,27%.
Si estoy sacando bien las cuentas, dice el INDEC que en el referido bimestre los salarios aumentaron cuatro veces más que los precios de servicios y bienes de consumo. Tal dato estadístico es un cabal dato peronista que habla muy bien de la lucha intransigente del gobierno popular y democrático por redistribuir el ingreso en favor de los más desposeídos. El único inconveniente es que se trata de un dato completamente falso.
En la producción de datos estadísticos, cualesquiera sean, siempre entran en juego y se articulan dos variables: un saber específico acerca de números y fórmulas matemáticas y un saber general basado en criterios y sentidos comunes. Tras casi tres décadas de laburar dentro o al borde de este campo, he debido estudiar un poco de los primeros; por el contrario, si pude trabajar, aprender y vivir de esto fue porque se me han dado, desde siempre, bastante bien los segundos. Y fue gracias a los segundos que he podido simular bastante mi relativa ignorancia respecto de los primeros.
El INDEC es un organismo técnico del Estado que tiene la función de medir cosas y medir cosas siempre es un problema; pero un problema es algo a resolver, no a disolver. Escuchaba el otro día a uno de tantos técnicos desplazados por la infame intervención kirchnerista -en El juego limpio por el canal TN- decir que ya en enero hubo una diferencia entre una medición provincial y el índice nacional. El INDEC, entonces, habría explicado que su índice no había tomado el mayor costo local de la medicina prepaga porque tal incremento no estaba legalmente autorizado. Esta argumentación oficial es llanamente aberrante y amerita, de por sí, procesar al funcionario a cargo de hacer pública semejante boludez. De hecho, está procesado, pero la Justicia es una cosa demasiado lenta que de ciega parece no tener nada.
Si hay algo que el INDEC no debe ni puede hacer es asumir una función de fiscalización, inspección o corrección de sus objetos de análisis. Cuando uno mide, releva o analiza debe prescindir de lo "autorizado" porque de lo contrario no mediría, relevaría ni analizaría nada. Digamos que salgo a investigar el consumo de sustancias psicoactivas pero no registro ninguna confesión de haber fumado un porro porque no está "autorizado". ¿Qué carajo mediría? Nada. Un relevamiento cualquiera del nuevo INDEC intervenido acerca de hechos delictivos daría resultado cero porque ninguno está "autorizado". Para que el INDEC y sus encuestadores resulten confiables es preciso -y siempre lo fue- que el relevamiento no se contamine con inapropiadas funciones de instrucción de algún aparente ideal que, dicen, debería ser.
Hay, además, una larga serie de cuestiones teórico- prácticas debatidas al interior del INDEC -y no sólo allí- desde siempre. No quisiera extenderme en tecnicismos así que trataré de sintetizar. Y para ello nada mejor que la papa que, ya se ha dicho, no existe.
El IPC se basa en una canasta básica de consumo y tal canasta radica en lo que la población declara consumir. La gente, no sé por qué, dice comprar papa, bastante papa. Es fácil: el INDEC debe relevar cuánto paga el ciudadano medio por la papa, registrar las eventuales alzas y bajas de ese precio y nada más. Pues no, el INDEC intervenido ya no mide un carajo sino que se instituye en censor: declara que -amañados e inservibles subsidios mediante, que pagamos todos- la papa debe estar a $1,40 y por lo tanto eso le cuesta al consumidor promedio.
Y callate, porque si decís algo distinto, te echamos.
Debo confesar -nobleza obliga- que la semana pasada fui a un supermercado y rodeé un par de veces la góndola de papas y otras hortalizas. La papa -la papa de verdad- oscilaba entre los $3,60 y $4,70 pero al cabo descubrí una bolsita de dos kilos a $1,40 de algo así como la papa. Cuando digo una me refiero a una: tan solita estaba la bolsita que miré para todos lados, no fuera cosa que hubiera una cámara oculta esperando escrachar al boludo que la llevara; hacía meses que no veía un precio semejante.
Se trata -la compré, la cociné, la ingerí- de una papita de cáscara colorada que tiene poco sabor y, en comparación con la papa de siempre, más desperdicio. Se come bien, del mismo modo que también se comen tantas cosas al alcance del ser humano. En mi siguiente visita al mismo local, este fin de semana, la así denominada "papa gobierno" estaba agotadísima y en su lugar sólo había un poco de tierra. Y a su lado, una papa que no bajaba de $3,90.
Vayamos, entonces, a otra discusión teórico- práctica de la época en que el INDEC era un organismo de medición: cuando el papel higiénico pasa de 60 a 30 metros y, a la vez, de $0,60 a $0,45, ¿baja de precio o aumenta? Aumenta un 50% por más que algún soldadito obsecuente del actual gobierno interventor decida registrar un decremento estadístico del 25%. Y cuando el papel higiénico desaparece de la oferta comercial y en su lugar hay trapos viejos, diarios viejos o un cartel que sugiere limpiarse el culo con yuyos silvestres, ¿podría sostenerse que el producto continúa a $0,45? Me parece que no.
Me consta que la encuesta diaria en el Mercado Central de Buenos Aires no mide (¿medía?) cosas tales como el precio de la manzana. El genérico "manzana" observa (¿observaba?) distinciones según variedad, tamaño, calidad y origen que el viejo INDEC tomaba de las propias nominaciones y apreciaciones del mercado de frutas. Una dulce y jugosa red deliciosa de 300 gramos nunca fue lo mismo que una pobre manzanita verde sólo apta para compota.
El nuevo INDEC afirma -según Clarín- que los incrementos de precios no impactan en "el comportamiento reales [sic] de los consumidores, quienes generan un efecto sustitución ante variaciones de precios, reemplazando un producto por otro". Es decir que si, por ejemplo, aumentara el costo de la medicina, los consumidores la sustituirían por la brujería, que es más barata. Y si, por ejemplo, la carne de vaca disparara su precio, comeríamos palomas, ratas y lagartijas que son de acceso gratuito... para quien las cace.
Se supone que el gobierno manipula los datos estadísticos con un objetivo político- electoral: que todos creamos que no hay inflación y que la papa -y hay verduras y hortalizas que duplican y triplican el incremento de la papa- está baratísima. Ocurre que nadie puede creer semejante pelotudez, sencillamente porque todos compramos papa, entre otras muchas cosas que han aumentado. Y que no hay actor social, fuera y aún dentro del gobierno, que no haya denunciado con pelos y señales esta aberración político- estadística; esta barbaridad que destruye la función misma de un organismo público.
Y voy a decir algo que lamento tener que decir, pero es cierto: ni durante la dictadura militar- genocida de los 70, ni durante la liquidación estatal- menemista de los 90, un gobierno se atrevió a destruir de este modo salvaje, impune, ilegal y escandaloso un organismo técnico del Estado y su ya débil capital de credibilidad social.
Tengo en la manga otros detalles de cómo opera esta política pseudo- centro- izquierdista (¿?) sobre jefaturas de incuestionable carrera; escenas infames de armas de fuego sobre el escritorio (no es metáfora) como silencioso refuerzo de explícitas amenazas: sabemos de tu vida privada, tus opciones ideológicas, tus cosas de familia, te estamos monitoreando, ¿entonces qué vas a hacer?
Néstor Kirchner lo hizo. Y lo hace. Y lo hará hasta que Cristina Fernández tome la posta matrimonial y decrete, por necesidad y urgencia, que el INDEC nunca existió.
Y que la lluvia es esa cosa horrible que hostigaba el pasado -esa memoria que no alcanza a Julio López, desaparecido demasiado reciente para entrar en la medición- pero ya nunca más, nunca más nos lloverá.
Si estoy sacando bien las cuentas, dice el INDEC que en el referido bimestre los salarios aumentaron cuatro veces más que los precios de servicios y bienes de consumo. Tal dato estadístico es un cabal dato peronista que habla muy bien de la lucha intransigente del gobierno popular y democrático por redistribuir el ingreso en favor de los más desposeídos. El único inconveniente es que se trata de un dato completamente falso.
En la producción de datos estadísticos, cualesquiera sean, siempre entran en juego y se articulan dos variables: un saber específico acerca de números y fórmulas matemáticas y un saber general basado en criterios y sentidos comunes. Tras casi tres décadas de laburar dentro o al borde de este campo, he debido estudiar un poco de los primeros; por el contrario, si pude trabajar, aprender y vivir de esto fue porque se me han dado, desde siempre, bastante bien los segundos. Y fue gracias a los segundos que he podido simular bastante mi relativa ignorancia respecto de los primeros.
El INDEC es un organismo técnico del Estado que tiene la función de medir cosas y medir cosas siempre es un problema; pero un problema es algo a resolver, no a disolver. Escuchaba el otro día a uno de tantos técnicos desplazados por la infame intervención kirchnerista -en El juego limpio por el canal TN- decir que ya en enero hubo una diferencia entre una medición provincial y el índice nacional. El INDEC, entonces, habría explicado que su índice no había tomado el mayor costo local de la medicina prepaga porque tal incremento no estaba legalmente autorizado. Esta argumentación oficial es llanamente aberrante y amerita, de por sí, procesar al funcionario a cargo de hacer pública semejante boludez. De hecho, está procesado, pero la Justicia es una cosa demasiado lenta que de ciega parece no tener nada.
Si hay algo que el INDEC no debe ni puede hacer es asumir una función de fiscalización, inspección o corrección de sus objetos de análisis. Cuando uno mide, releva o analiza debe prescindir de lo "autorizado" porque de lo contrario no mediría, relevaría ni analizaría nada. Digamos que salgo a investigar el consumo de sustancias psicoactivas pero no registro ninguna confesión de haber fumado un porro porque no está "autorizado". ¿Qué carajo mediría? Nada. Un relevamiento cualquiera del nuevo INDEC intervenido acerca de hechos delictivos daría resultado cero porque ninguno está "autorizado". Para que el INDEC y sus encuestadores resulten confiables es preciso -y siempre lo fue- que el relevamiento no se contamine con inapropiadas funciones de instrucción de algún aparente ideal que, dicen, debería ser.
Hay, además, una larga serie de cuestiones teórico- prácticas debatidas al interior del INDEC -y no sólo allí- desde siempre. No quisiera extenderme en tecnicismos así que trataré de sintetizar. Y para ello nada mejor que la papa que, ya se ha dicho, no existe.
El IPC se basa en una canasta básica de consumo y tal canasta radica en lo que la población declara consumir. La gente, no sé por qué, dice comprar papa, bastante papa. Es fácil: el INDEC debe relevar cuánto paga el ciudadano medio por la papa, registrar las eventuales alzas y bajas de ese precio y nada más. Pues no, el INDEC intervenido ya no mide un carajo sino que se instituye en censor: declara que -amañados e inservibles subsidios mediante, que pagamos todos- la papa debe estar a $1,40 y por lo tanto eso le cuesta al consumidor promedio.
Y callate, porque si decís algo distinto, te echamos.
Debo confesar -nobleza obliga- que la semana pasada fui a un supermercado y rodeé un par de veces la góndola de papas y otras hortalizas. La papa -la papa de verdad- oscilaba entre los $3,60 y $4,70 pero al cabo descubrí una bolsita de dos kilos a $1,40 de algo así como la papa. Cuando digo una me refiero a una: tan solita estaba la bolsita que miré para todos lados, no fuera cosa que hubiera una cámara oculta esperando escrachar al boludo que la llevara; hacía meses que no veía un precio semejante.
Se trata -la compré, la cociné, la ingerí- de una papita de cáscara colorada que tiene poco sabor y, en comparación con la papa de siempre, más desperdicio. Se come bien, del mismo modo que también se comen tantas cosas al alcance del ser humano. En mi siguiente visita al mismo local, este fin de semana, la así denominada "papa gobierno" estaba agotadísima y en su lugar sólo había un poco de tierra. Y a su lado, una papa que no bajaba de $3,90.
Vayamos, entonces, a otra discusión teórico- práctica de la época en que el INDEC era un organismo de medición: cuando el papel higiénico pasa de 60 a 30 metros y, a la vez, de $0,60 a $0,45, ¿baja de precio o aumenta? Aumenta un 50% por más que algún soldadito obsecuente del actual gobierno interventor decida registrar un decremento estadístico del 25%. Y cuando el papel higiénico desaparece de la oferta comercial y en su lugar hay trapos viejos, diarios viejos o un cartel que sugiere limpiarse el culo con yuyos silvestres, ¿podría sostenerse que el producto continúa a $0,45? Me parece que no.
Me consta que la encuesta diaria en el Mercado Central de Buenos Aires no mide (¿medía?) cosas tales como el precio de la manzana. El genérico "manzana" observa (¿observaba?) distinciones según variedad, tamaño, calidad y origen que el viejo INDEC tomaba de las propias nominaciones y apreciaciones del mercado de frutas. Una dulce y jugosa red deliciosa de 300 gramos nunca fue lo mismo que una pobre manzanita verde sólo apta para compota.
El nuevo INDEC afirma -según Clarín- que los incrementos de precios no impactan en "el comportamiento reales [sic] de los consumidores, quienes generan un efecto sustitución ante variaciones de precios, reemplazando un producto por otro". Es decir que si, por ejemplo, aumentara el costo de la medicina, los consumidores la sustituirían por la brujería, que es más barata. Y si, por ejemplo, la carne de vaca disparara su precio, comeríamos palomas, ratas y lagartijas que son de acceso gratuito... para quien las cace.
Se supone que el gobierno manipula los datos estadísticos con un objetivo político- electoral: que todos creamos que no hay inflación y que la papa -y hay verduras y hortalizas que duplican y triplican el incremento de la papa- está baratísima. Ocurre que nadie puede creer semejante pelotudez, sencillamente porque todos compramos papa, entre otras muchas cosas que han aumentado. Y que no hay actor social, fuera y aún dentro del gobierno, que no haya denunciado con pelos y señales esta aberración político- estadística; esta barbaridad que destruye la función misma de un organismo público.
Y voy a decir algo que lamento tener que decir, pero es cierto: ni durante la dictadura militar- genocida de los 70, ni durante la liquidación estatal- menemista de los 90, un gobierno se atrevió a destruir de este modo salvaje, impune, ilegal y escandaloso un organismo técnico del Estado y su ya débil capital de credibilidad social.
Tengo en la manga otros detalles de cómo opera esta política pseudo- centro- izquierdista (¿?) sobre jefaturas de incuestionable carrera; escenas infames de armas de fuego sobre el escritorio (no es metáfora) como silencioso refuerzo de explícitas amenazas: sabemos de tu vida privada, tus opciones ideológicas, tus cosas de familia, te estamos monitoreando, ¿entonces qué vas a hacer?
Néstor Kirchner lo hizo. Y lo hace. Y lo hará hasta que Cristina Fernández tome la posta matrimonial y decrete, por necesidad y urgencia, que el INDEC nunca existió.
Y que la lluvia es esa cosa horrible que hostigaba el pasado -esa memoria que no alcanza a Julio López, desaparecido demasiado reciente para entrar en la medición- pero ya nunca más, nunca más nos lloverá.
8 comentarios:
Dicen que dicen que decía Borges que la democracia es un abuso de la estadística. Últimamente parece sencillamente un abuso. ¿Cuál será el índice de precios del chaparrón torrencial?
Saludos, Cinzcéu.
Excelente post. Lástima que esté todo tan bien explicado, y que uno lo termine leyendo con una sensación de fracaso e inevitabilidad... y deseando que le caiga encima una última lluvia.
Un abrazo.
Isa: La democracia es sencillamente un abuso, pero un abuso legitimado por las mayorías. El índice del chaparrón es nulo: dice el gobierno que no existe. Saludos.
Padre: No se deprima ni se deje derrotar por lo "bien explicado" (gracias). Ni aún vencido se sienta vencido, como dijo Almafuerte... o Hermética o uno de esos. Saludos.
Cinzcéu, ¿puedo suscribir cada palabra de esta precisa y excelente nota? Lo hago. Dos veces lo hago. Entre la lluvia que nos tiene con el agua al cuello y lo que mide el servicio meteorológico de agua caída, un diluvio. Recordé nuevamente a Mrozek. El abrazo.
Gabriel: Podés suscribir, las veces que quieras. Confieso que no conocía ni el nombre de Mrozek pero tu mención me llevó a leer algunas de sus cosas y, ahora, ya recuerdo a Mrozek. Gracias y abrazo.
¿Cómo pueden ser algunos mandatarios tan inmorales?. Y sobre todo. ¿Por qué seguirán pensando que somos idiotas?. Excelente aunque deprimente entrada. Por aquí se alegraban hoy en las noticias de que vamos por 2.222 victimas mortales en carretera... No se alegraban de su muerte sino de que llevamos 200 muertos menos que el año pasado por estas fechas. Descorchemos champagne. Abrazos.
No tengo mucho que agregar a lo que ya dijiste respecto del INDEC, sólo una derivación. No estoy segura de hasta dónde es real que "nadie puede creer semejante pelotudez". Es verdad que todos compramos y vemos, pero ¿qué vemos? Creo que si hay algo que tienen muy bien medido es el porcentaje de compra de los discursos presidenciales, que suma a la dibujada inexistente inflación una mano dura contra la inflación con "acuerdos" de precios, pero no parece verse nada más allá, ni siquiera la incoherencia. Durante el Proceso decían que los argentinos éramos derechos y humanos, y yo decía que nadie podía creer semejante pelotudez. Resulta que sí.
Excelente análisis. Un beso.
Vitore: Como sugiere Grismar, tal vez no piensen que somos idiotas sino que una enorme proporción lo seamos. Me alegro por los muertos, perdón, me alegro de que sean 200 menos... Un abrazo.
Grismar: Muy justa tu precisión. Si algo demuestra la historia es que cualquier pelotudez puede ser (y es) creída por millones. De lo contrario, el mundo sería otro y no amenazaría lluvia. Un beso.
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