lunes, septiembre 24, 2007

Te quiero igual

Hace algunos años me enganché en una sala de chat. Nunca había chateado y tenía un fuerte prejuicio contra el chat, pero me sedujo la idea de interesantes debates que sugería el hecho de ser el sitio de Jorge Lanata, Data 54.
A la distancia creo que sería acertado decir que el 5% de mi tiempo en esa sala de chat lo ocupó un interesante debate, el 95% restante fue boludeo, a veces divertido, pero las menos.
Obviamente como el chat no es más que un medio, se reprodujeron todos los lugares comunes de la sociedad.
En poco tiempo fue un club de "amigos", sectario, con situaciones similares a las de la peor telenovela de Migré, a veces con un sublime toque almodovariano.
Pero lo que me llamó la atención fue la rapidez con la cual algunas personas nos querían. Bastaba con usar tres veces seguidas el mismo nick, y bingo, amor asegurado.
Sé que el amar/odiar grupal es preadolescente, esa edad de los mejores amigos y peores enemigos (los de la otra cuadra), en la que todo desborda y se habla a los gritos (una cuestión hormonal) pero ver eso en hombres y mujeres adultos realmente me sorprendió.
Todo empezó con un saludo y un "los quiero mucho" (en mayúsculas), y me pregunté a quién se lo diría. Después comprendí que era a todos, hasta al bot vigía, esa gente que pone amor delante del ventilador. Como esos PPS dirigidos a "la persona más querida", o "tu mejor amigo", y son reenvíos masivos a toda la libreta de direcciones (y a veces ni conocés a quien lo envió).
En poco tiempo se generalizó, y todos (casi, nobleza obliga) querían a todos, incluso a esos que en privado defenestraban.
También comprendí que el decirle a alguien "te quiero mucho" parecía obligar al otro a responder "yo también". Solía salir de esas incómodas situaciones respondiendo "yo también me quiero mucho", lo que sonaba simpático, ya que era leído desde el juego de palabras y no se atendía a lo que no estaba diciendo.
Como todo grupo, era dinámico, por lo tanto cada tanto alguien que estaba dejaba de estar, y aparecía otro, pero el nivel de amor grupal siempre se mantenía.
Me sentí un tanto deprimida, asumí que debo ser una vieja amargada, ya que para mí el amor es algo complicado, y no ando desparramándolo sin compromiso por el mundo.
Con el tiempo empecé a valorar y respetar a algunas de esas personas que confluían en ese espacio, con más tiempo empecé a quererlas. En algún momento le dije a alguna de esas personas que la quería, y me sonó tan torpe, tan trillado, tan vaciado de significado.
Un político dirá que algo se producirá en sucesivas etapas, jamás dirá que es un proceso, porque "proceso", en Argentina, tiene un significado, y la elección de palabras dice todo. Hace un tiempo no tenía problemas en decirle a alguien "tu actitud es insufrible", ahora ni loca, porque todo es actitud, y ya no sé lo que significa.
Entonces fue necesaria la adjetivación, o adverbiación, "te quiero de verdad", "te quiero mucho en serio".
Todo el mundo sabe que el enunciado de sentimientos sin acciones coherentes con él no significa nada, ni las acciones en sí mismas, que pueden significar cualquier cosa, pero extraño un momento en el cual decirle a alguien que lo querías, en cualquiera de las formas del amor, era un momento importante, casi siempre difícil, íntimo, y no tenía esa onda de remera del Che o deseos de paz mundial.
Con tanto amor en el aire mi único refugio es saber que puedo querer igual, aunque vaya a llover.

lunes, septiembre 17, 2007

Que se nos deje en paz

Como dice Grismar hacia el cierre de su último artículo, Antonin Artaud suele dejar sin palabras, excepto las balbuceadas, garabateadas, borroneadas palabras escritas por el propio Artaud.

La verdad es un efecto de sentido de la discursividad, pero la verdad a la que me refiero es el aspecto de ese (d)efecto que propone y convoca la intuición de lo indecible. De eso, quizás, y sólo de eso, hayan tratado los diversos textos de Artaud y esa compulsión vital por el compromiso del cuerpo, por la salud o por la locura, que al fin de cuentas son los dos nombres arbitrarios de la condición humana. Por lo tanto, tras meditar qué decir como comentario a una magnífica entrada que dice todo o casi todo de lo muy poco que puede decirse, decidí escribir otra entrada, derivante, o no, quién sabe. Y opté por una entrada casi autobiográfica, de revisión caprichosa de la propia historia, de situación relativa respecto de un recorrido, o no, quién sabe.

Uno: Fui a buscar un libro flaquito que es el único de autoría atribuída a Artaud que atesora mi brevísima biblioteca. Es una cosa llena de historia. Tapa violeta con retrato del ya deteriorado autor -ya sometido a benéficas e innumerables sesiones de electroshock- sobre un estallado e irregular fondo blanco. Se llama Textos como si eludiera su poder decir nada más que lo obvio respecto de lo que no es capaz de decirse. Está editado por López Crespo Editor en Buenos Aires hacia mayo de 1976, y es una edición técnicamente pobre pero digna; sus hojas se desprenden tal vez porque no tengan otro destino que el desprendimiento. La selección y traducciones corresponden a Antonio López Crespo y Alejandra Pizarnik, lo cual me lleva a pensar, injustamente, que remiten en exclusivo a la Pizarnik quien redactó el último de sus varios prólogos: "Sí, el Verbo se hizo carne. Y también y sobre todo en Artaud, el cuerpo se hizo verbo. ¿En dónde, ahora, su viejo lamento de separado de las palabras?". Etcétera.

Dos: Me robé ese librito en alguna librería de la Avenida Corrientes hace -¿el crimen prescribió?- casi treinta años. La sustracción delictiva de libros en mesas de librería es un motivo clásico del supuesto intelectual anarco-algo, pero resulta que yo no soy ni he sido tal cosa y por más que revise y revise mis contados anaqueles, no hallo otro volumen obtenido de ese modo ilegal. Hay, sí, un par de libros tomados en préstamo y jamás devueltos como hay un par de espacios vacíos fundados en la operación inversa, pero ésa es otra categoría. La cuestión es que aquí tengo un libro expropiado y arrancado de su eventual lugar de impertinente pertenencia, sólo uno, y es, causalmente, el único que poseo del muy lúcido Artaud.

Tres: Unos años después y por amorosas razones de convivencia, compartí mi pobrísima biblioteca con un ser humano en pleno proyecto, una niña semianalfabeta entre sus tres y seis años. Hoy reabro el ejemplar de Textos, relevo sus páginas y constato que la número 15 era la primera absolutamente en blanco. Era, porque aquella niña, con un criterio que me sorprende y maravilla, decidió inscribir algo entre esos textos de Pizarnik y Artaud: una suerte de sol primitivo, unos círculos irregulares, otro más grande y final que parece incluir una firma o una cadena de ADN o vaya a saberse qué. Aquella niña no hizo un solo garabato fuera de esa única página en blanco, escribió donde se invitaba a la escritura, y yo no puedo dejar de pensarlo fuera de tanta desesperada convocatoria primigenia y libertaria del propio Artaud.
Aunque pueda equivocarme de sujeto individual: tres lustros después, volví a dejar esa nimia biblioteca al alcance de mi sobrina, otra niña de la misma edad que juzgó oportuno escribir sobre el propio continente: el mueble, otro espacio convocante con su seductor color blanco. Cualesquiera de las dos haya sido, ¿a quién realmente podría importar?

Cuatro: Y antes, unos cuantos años antes, yo había participado de un taller literario bastante pedorro por no decir algo mucho peor. Por entonces había leído casi nada de Artaud, lo suficiente para intentar cierta producción poética a partir de sus recursos provocativos, reproducidos de un modo demasiado inocente, demasiado elemental, demasiado livianito. Lo suficiente para que me echaran del taller y, con mi expulsión, sancionaran y decretaran el fin de ese indigno proyecto de educación artística. Eran tiempos de dictadura militar y el (ir)responsable del espacio era un cuadro peronista que militaba haciendo muy buena letra, según me explicó largamente durante la instancia de mi explícita separación. Me dijo que estaba abocado a un trabajoso proyecto político y que no podía permitirse que yo lo pusiera en riesgo con semejante pelotudez. Y yo, que era un nabo, lo entendí claramente.

Después supe más acerca de muchas cosas, o creí saber algo más sobre algunas pocas, lo cual es lo mismo. Y siempre Artaud me susurró al oído sus atrocidades, sus crueldades o sus realidades que, bien miradas, son las de todos y cada uno en todos y cada uno de nuestros días.
Y la cita, claro: "Sabemos hasta qué deformación consentida, hasta qué renunciamiento de nosotros mismos, hasta qué parálisis de sutilezas nuestro mal nos obliga cada día. No nos suicidamos todavía. Entre tanto, que se nos deje en paz".
Un manifiesto completo -y completamente legítimo- de plena cara a la inminente lluvia pero antes de la lluvia que va a caer.

miércoles, septiembre 12, 2007

Artaud

"El deber del escritor, del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro, una revista de los que ya nunca más saldrá, sino al contrario/ salir afuera/ para sacudir/ para atacar/ al espíritu público/ si no/ ¿para qué sirve?/ ¿Y para qué nació?" decía Antonin Artaud en su Carta a los Poderes (compilado de textos escritos para la publicación La Révolution Surréaliste, 1925).
Fue el primer texto de Artaud que leí, cuando aún era una niña que se creía una adolescente que se creía adulta, y me fascinó. Tuve un instante "de esto se trata" de esos que recorremos para ir creciendo, o, como diría mi hijo, el instante "te cayó la ficha".
El Flaco Spinetta con su propio Artaud profundizó mi fascinación surrealista.
Pasaron luego Bretón, Verlaine, Baudelaire, Rimbaud... pero jamás alcancé con ellos esa magia empática que Artaud reclamaba desde El Teatro y su Doble, y jamás alcanzó.

Hace unos días vino un reciente desconocido a mi casa, alguien que cree firmemente en el "dime lo que lees y te diré quién eres", y se entretuvo en recorrer mi biblioteca. "Cuánto surrealismo, te hacía más posmo" dijo, riéndose hasta que mi expresión lo decidió a cambiar de tema. "Artaud me cansa, era un depresivo total" desvió, tomando la curva demasiado rápido como para ver el barranco.

Artaud pasó parte de su vida internado en instituciones psiquiátricas, los Asilos de Locos, esas "víctimas individuales por excelencia de la dictadura social". Seguramente era depresivo, definición que he leído en más de una biografía, pero lo que "sacó afuera" es su angustia.
La depresión es egocéntrica, el yo deprimido se ahoga en su propio caldo de dolor e impotencia y desde allí sume y consume al mundo en su opaca resignación. La angustia reconoce el mundo desde la receptividad del absurdo y la muerte, y desde allí produce, crea la destrucción.
Leer Artaud es caer en su poder onírico, pero, lejos del sentido social del sueño, caemos en la pesadilla.
Nada en sus textos exuda la ominosa cadencia depresiva, sino una violenta implosión que arrasa con el universo establecido, que cuestiona el juicio social desde la condena.
Leer Artaud es resistir el cada vez más masivo discurso de la locura como valor agregado del ser social, en el cual todos somos locos y eso es cool, para reconocer su verdadero valor, el concreto y efectivo quiebre que aterra tanto como la muerte, lo incontrolable.
Y esa locura, la que no se reconoce a sí misma como tal, como uno no se reconoce como otro, no busca ocultarse, sostiene "la legitimidad absoluta de su concepción de la realidad". Es el otro, el que identifica su realidad con la social, quien intenta olvidarla, ocultándola detrás de algún muro, desmembrándola en psicopatías específicas, desvirtuándola en civilizados y amables "qué loco que sos". O negando la enceguecedora brillantez con un "era depresivo".
Artaud ofende. Sus palabras agreden. Leerlo desde nuestra civilizada socialidad implica un esfuerzo, una negación a todo lo establecido para leer desde nuestra individualidad, ya que "todos los actos individuales son antisociales".
Leerlo me dejó siempre sin palabras, sin pensamientos, sólo allí, con la extraña sensación del ser desarticulado, como frente a una tormenta.

lunes, septiembre 03, 2007

Puto el que lee

Hace un par de semanas intercambiamos con Grismar unos enlaces acerca de algo que la prensa mundial juzga noticiable. Tal vez porque la noticiabilidad de un cable internacional no se evalúa ni discute, se reproduce sin más; tal vez porque su difusión sea parte de acuerdos comerciales confidenciales o porque la gacetilla de prensa bien colocada resulta más barata y eficaz que la pauta publicitaria tradicional. La cosa es que Clarín.com informa:
Un software detectó que la CIA y el Vaticano intervinieron perfiles y contenidos de Wikipedia
Desde las computadoras de esas instituciones se incluyeron comentarios y adjetivos en artículos sobre el presidente de Irán y el líder del Partido Republicano de Irlanda del Norte, entre otras personalidades. La herramienta también detectó que el Partido Demócrata estadounidense introdujo calificativos negativos en el perfil de un presentador de radio conservador.

Una herramienta de Internet creada para revelar la identidad de las organizaciones que colaboran con las páginas de Wikipedia asegura que instituciones como la CIA, el Partido Demócrata estadounidense y el Vaticano intervinieron contenidos.
Wikipedia es una enciclopedia libre elaborada por voluntarios, en la que los artículos son creados a través de la Web. La mayoría de las modificaciones detectadas por el software Wikipedia Scanner son correcciones ortográficas o aclaraciones de datos inexactos.
Sin embargo, la prensa británica informó que el programa detectó que desde computadoras de la CIA se incluyó una interjección de descrédito (Wahhhhhh!) delante del párrafo sobre los planes presidenciales del presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, así como modificaciones en los perfiles de Oprah Winfrey y del miembro de la CIA, Peter Goss.
Además, desde el Vaticano se modificó la entrada del dirigente del líder del Partido Republicano de Irlanda del Norte, Gerry Adams, y desde el Partido Demócrata estadounidense se introdujeron calificativos negativos en el perfil de Rush Limbaugh, un presentador de radio de tendencia conservadora.
That's all, folks. Me permito unos comentarios (y unos adjetivos, por qué no) a esta noticia y a estos temas que bien podrían iniciar una serie muy extensa pero, por ahora, quedarán en cuatro y ya es mucho.
1. No sabía que en las páginas de Wikipedia colaboraran organizaciones de ninguna índole, excepto la Fundación Wikimedia que recauda unos dineros aquí y allá para sostener una estructura rentada de -dicen ellos- dos empleados en Florida y un ingeniero en California. Más bien tiendo a ver entradas anónimas de pésima calidad -me refiero a contenidos, rigurosidad, bibliografía, ortografía, sintaxis y una larga serie de etcéteras- y cuando hallo alguna referencia a sus editores, se trata de nicknames o direcciones IP. Si colaboraran organizaciones, podría caer la fantasía de una comunidad hecha de individuos igualmente libres, participativos, responsables y autorizados; podría revelarse que en la inmensa mayoría de los temas, cualquier publicación especializada, dentro o fuera de la web, es mucho más confiable que unos Carlos JG, Driver-17 o 20.11.14.83.
2. La expresión "desde las computadoras de esas instituciones" revela nada sobre "la identidad de la organización que colabora" (esta estupidez es literal de la nota de la BBC que Clarín.com enlaza). Yo mismo escribo desde la terminal de un Ministerio y juro que no he sido instruido por el Ministro ni por ninguno de sus secuaces; de hecho no están enterados y les importa un comino. La CIA ha de estar llena de empleados que hacen un poco de huevo -alguien debe hacer el trabajo sucio: archivar legajos, atender teléfonos, regar helechos, tipear boludeces- y no sólo de agentes encubiertos y expertos en inteligencia graduados en West Point. Y hablando de inteligencia, no suena creíble que la CIA tenga un Programa de Inclusión de Interjecciones de Descrédito en Wikipedia. Sería el PIIDW o El Pidu en la jerga interna: "Estoy laburando en El Pidu pero no te puedo tirar más data porque es re-secreto, man".
3. Lo mismo el Vaticano, frente a cuyas computadoras debe haber mucha gente haciendo tiempo mientras espera el retorno del mesías y su prometida salvación. No me figuro al Pepe (perdón, al Papa) Ratzinger impulsando una Campaña Ecuménica de Modificación de Entradas en Wikipedia o CEMEW; tampoco a sus benditos adláteres tomándose en serio la misión pastoral de suprimir enlaces o adjetivar artículos. Poco verosímil que un joven cuadro del Opus Dei le dijera a un colega: "Yo trabajo para La Ceméu pero, por un convenio de intercambio estoy haciendo una pasantía en El Pidu. Son mucho más zarpados que nosotros: el otro día uno entró a Wikipedia y agregó 'turco mal parido' en la entrada de Bin Laden. No sabés cómo nos cagamos de la risa".
4. Pero lo más curioso es lo que la noticia no afirma pero, me parece, desliza: intervenir perfiles y contenidos de Wikipedia con descréditos (wahhhhhh!) y adjetivos (racista, intolerante) no sería correcto, menos si lo hicieran miembros de organizaciones como la CIA, el Vaticano o el Partido Demócrata yanqui. ¿Y por qué no? En la introducción de su versión castellana, el sitio invita: "Wikipedia es una enciclopedia escrita de forma colaborativa por sus lectores. […] No tengas miedo de editar páginas en Wikipedia -cualquiera puede editar, y recomendamos a nuestros usuarios que sean valientes editando páginas" (bastardilla en el original). Cualquiera significa cualquiera -es el bastión propagandístico del proyecto- y no veo el problema de que editara cualquiera de la CIA o cualquiera del Vaticano; tampoco que utilizara el criterio y los términos que su valentía habiliten para expresar en libertad lo que le venga en ganas. ¿O no era así de abierto, amplio y general el convite?, ¿o la invitación no aplica para enclaves confesionales y vigilantes imperialistas?

Wikipedia en particular y el concepto wiki en general (wiki wiki= rápido) resultan la versión informática de un fenómeno de muy larga data: los graffitis en paredes y puertas de los baños públicos.
Se sabe que cualquier sanitario que registre el perfil "Boca, el más grande" convoca a la libre colaboración de un usuario anónimo que, tarde o temprano, corregirá: "Boca, el más grande PUTO". Y lo hará velozmente para evitar que una fracción de la barra brava xeneize con urgencias urinarias lo sorprenda en plena acción cooperativa.
Más tarde, un también anónimo simpatizante de Boca -que bien podría ser, además, comisario de la Federal u Obispo de alguna diócesis- tachará o borrará y plasmará su contribución: "River, el más grande PUTO". Sólo hasta que otro, por ejemplo un sufrido seguidor de Tigre, decida participar de la escritura colectiva: "River Y Boca, el más grande PUTO, Tigre campeón". Y después siempre llega el analista social que engloba y califica, flechita mediante, todos los aportes al abierto work in progress: "Este país está como está por los negros de mierda". Y así.
La enciclopedia libre ya está escrita en los retretes del mundo y en sus acápites innumerables ya está escrita esa sentencia infantil pero aguda, lúcida pero pavota, que ironiza a la vez sobre la relevancia del propio texto y la contingencia de sus lecturas: "Puto el que lee".
Qué se le va a hacer: lo wiki ya existía antes de la web social 2.0 e incluso antes de la web a secas, como es probable que ya existieran garabatos anónimos y colectivos en el París ilustrado y efervescente de Diderot, D'Alembert y sus reconocidos e identificables colaboradores. Los nuevos gurúes y los vivos de siempre nunca llegan primero, sólo un rato antes que sus epígonos de turno.
Por otra parte, la rapidez nunca ha sido buena compañera de ningún saber sólido: basta imaginar cuántos se habrán calado hasta los huesos antes de que el hombre aprendiera a leer los indicios de una fuerte lluvia por caer.