lunes, diciembre 22, 2008

Cifras pequeñas y grandes estafas

Hay, básicamente, dos grandes clases de grandes robos. Del primero de ellos se ha hablado mucho, tanto en la crónica periodística cuanto en la ficción literaria o fílmica. Se trata de una clase de redistribución ilegal del ingreso que, en mí, mueve simpatías ligadas al héroe romántico, al paladín justiciero y a la figura de Robin Hood, aún si el destino de la redistribución fuere su patrimonio personal. Me refiero al ladrón talentoso que inventa un modo original de desvalijar a un banco o pergeña el robo de un objeto valiosísimo a otro ladrón de mayor peso. Por mí, cien años de perdón, como dice el refrán.
Del segundo modo de perpetrar afanos de (mayor) magnitud se ha hablado mucho menos y el sagaz lector intuirá por qué motivo. Me refiero al atraco menor que se multiplica por millones debido al lugar monopólico -y, por lo tanto, al puto poder- que detenta el maleante. Esta clase de robo no cuenta con ninguna de mis simpatías y se vincula a gigantescos saqueos basados en la sumatoria de magnitudes deleznables. Hay miles de casos pero sólo mencionaré tres para, luego, denunciar la más insólita de la categoría.
1. El valor de una llamada telefónica producida desde un locutorio está fijado en $0,23. El concesionario de turno redondea siempre a $0,25; es decir que por la supuesta falta de centavos roba el 8,7% del valor establecido y sobre el robo perpetrado, obviamente, no paga impuestos. Diez llamadas son $2,30 pero el concesionario siempre reclama $2,50 y acá no hay argumento respecto de monedas -que no es responsabilidad del usuario, claro- que justifique tal choreo sino el choreo en sí.
2. Vale también referir al histórico volumen de las botellas de cerveza -entre otros envases- cuyo "litro" consiste en confesos y supuestos 970 cm3. Un 3% menos que pasa desapercibido como también el 5% escamoteado al "litro" de fernet y el 12% faltante de la birra históricamente denominada como de "tres cuartos". Pero estos casos son discutibles, es verdad: se sabe y lo explicitan sus envases. Distintos a esta estafa más evidente y peor justificada: "se sabe que espinaca a la crema es acelga con salsa blanca". Y bué.
3. Telefónica de Argentina (que no es de Argentina, claro) hace años que factura el concepto "Imp deb/cred ley 25413" que, obviamente, no explicita más. En mi última factura por $49,25 sin impuestos y $59,59 con impuestos el "Imp deb/cred ley 25413" asciende a $0,43.
La ley 25413 llamada "de competitividad" y/o "de impuesto al cheque" -no veo vínculo alguno entre esos nombres- fue sancionada y promulgada el 24 de marzo de 2001 -la fecha significa but no comment- y previene que "se establece un impuesto a aplicar sobre los débitos y créditos en cuenta corriente bancaria y otras cuestiones conexas". No sé hasta dónde llegan esas cuestiones conexas porque no he entendido nada de su articulado, pese a hallarme más o menos entrenado en la lectura de normativa jurídica. Pero nada de nada.
Yo no tengo cuenta corriente bancaria, no emito ni recibo cheques y en el supuesto -arbitrario y estimado- de que a cinco millones de líneas fijas se le facturen $0,43 mensuales por tal concepto, daría alrededor de $25.800.000 al año en concepto de robo.
4. Por último, el caso que ha motivado este artículo. Durante cuatro décadas he utilizado con cierta frecuencia el estatal Ferrocarril Belgrano (Norte) que hace unos quince años (Menem lo hizo, Kirchner lo apoyó y ratificó) fue concesionado a la privada y pirata Ferrovías SA. Desde hace años, Ferrovías ha resuelto que los trenes no se arrimen a la cabecera de la línea -Retiro- sino que lleguen y partan desde unos considerables metros distantes de la efectiva terminal. Hoy he medido esa distancia en pasos: 140. Calculemos que 140 de mis pasos sean apenas unos 125 metros (la cifra es útil para el redondeo) y recalquemos que es la distancia que los usuarios deben recorrer desde el punto en que finaliza el ramal hasta el primer vagón ferroviario. Ancianos, niños, embarazadas, madres y padres que cargan críos, lisiados y paralíticos, discapacitados permanentes -en particular pienso en rengos- o transitorios -enyesados que usan muletas- y cualesquiera otros usuarios debemos recorrer unos 125 metros de más para abordar el puto tren.
Hagamos números y redondeemos en 400 los servicios semanales de ese ramal ferroviario: 200 que van y 200 que vienen, todos los cuales se ahorran 125 metros, porque no llegan a destino o parten de más allá. La cuenta me da unos 2600 kilómetros al año que pagan -por anticipado- millones de usuarios y jamás le son brindados. Es como facturar y cobrar un servicio de ida y vuelta desde Buenos Aires hasta Neuquén, Tucumán o Salta pero jamás prestarlo.
En mi caso, que suelo pagar por unos 14 kilómetros de transporte ferroviario, el robo es del orden del 0,9%.
Poco, muy poco, pero muy cerca de la tasa con que cada cual parece contribuir a diario con la lluvia que caerá.