sábado, septiembre 16, 2006

La noche de los lápices

El 16 de septiembre de 1976 las Madres aún no se conocían, cada una vivía su infierno a solas, recorriendo desesperada aquellos lugares en los cuales pudiesen darle información del paradero de sus hijos secuestrados por fuerzas militares, paramilitares o policiales. Aquellos lugares en los que se conocerían y unirían. Hijos y Abuelas eran aún para esas Madres una idea inconcebible.
En las calles nadie hablaba de las 3 D: democracia, dictadura, desaparecidos.
El reclamo por el boleto secundario había sido un excelente elemento de unión de los estudiantes, una pequeña lucha enmarcada en otra mucho mayor.
La ciudad de La Plata, ciudad universitaria, ciudad de estudiantes, era un objetivo militar, “nido de terroristas y zurditos” diría alguna vez el torturador y asesino Miguel Etchecolatz antes de pronunciarse víctima y preso político.
En las primeras cinco horas de ese 16 de septiembre de hace treinta años grupos militares secuestraron a seis estudiantes de diferentes escuelas secundarias platenses. Los testimonios de las torturas a las que fueron sometidos ocupan muchas páginas del documento "Nunca más" y la memoria de miles.
Aunque no fueron ellos los únicos desaparecidos en La Plata ni en Argentina ni fue sólo uno el sobreviviente de aquella Noche de los lápices ideada por el genocida Ramón Camps, se convirtieron en el símbolo de la peor barbarie.
Pero no eran símbolos. Eran seis jóvenes estudiantes con sueños, proyectos y el mismo dolor, temor, deseos y derecho a la vida que vos y yo. Seis jóvenes que lucharon por un mundo sin lluvia.





miércoles, septiembre 13, 2006

Color humano

Como no podía ser de otro modo el primer lustro desde el atentado al Pentágono y las Torres Gemelas estuvo plagado de documentales, películas y programas especiales que comenzaron varios días antes del 11 de septiembre.
Todos ellos coinciden en un único punto: las víctimas eran inocentes. A partir de allí el universo se abre desde aquellos que sólo mostraron cuerpos cayendo desde las Torres a los análisis políticos del atentado y sus consecuencias. Algunos apuntando al fundamentalismo musulmán, otros al estadounidense, algunos viendo a las miles de víctimas pos 11/9 como inevitables, otros como crímenes de lesa humanidad.
Que los atentados a las Torres y el Pentágono han sido funcionales sólo a la administración-empresas Bush y sus aliados creo que no es necesario repetirlo.
Pero más allá de esa lectura política hay otras lecturas. Una de ellas es la que refiere a las propias víctimas.
Discovery con su semidocumental “Las Torres Gemelas: entre los escombros”, de 2 horas de duración, repetido al menos cinco veces a partir del domingo 10 es quizás el ejemplo más claro de esa lectura. “Vuelo 93” con sus nueve repeticiones programadas en Cinecanal a partir del 6 de septiembre, también.
Coinciden en varios puntos. Ambos repiten que se basan exclusivamente en datos y documentación reales y que se ajustan a los hechos, aunque ambos caen una y otra vez en agujeros ficcionales que no resisten el menor análisis ni confrontación con esos hechos, en algunos casos ni siquiera con las leyes de la física. Y en ambos el tema es el heroísmo “americano”, un heroísmo digno de Harrison Ford pero que poco tiene que ver con la esencia humana.
No tengo dudas de que en ese insondable infierno que debió ser estar dentro de una de las Torres o avión secuestrado se habrán vivido y observado todas las facetas de reacción humanas, desde empujar a alguien por una ventana por un poco de aire hasta dar la vida intentando ayudar a un desconocido. Nadie tendría el derecho de arrogarse el juicio, nadie desde la comodidad del estar a salvo, pero al menos una vez serían tan humanos como los demás, la soberbia de su perfección eterna ofende al resto de la humanidad y a las mismas víctimas.
Pero ambos, también, tienen una lectura más sutil, desviada por la emotividad.
La mayor parte de las víctimas en las Torres Gemelas fueron empleados (casualmente las altas esferas jerárquicas ese día no fueron a sus oficinas) y un gran porcentaje de esos empleados se componía por lo que llaman "latinos", todos aquellos americanos que no somos WASP, "afroamericanos", negros y "asiamericanos" que se limita a Asia oriental, los grupos mongólicos (chinos, coreanos, japoneses, etc.) y no a los polinesios o caucásicos que parecen no formar parte del continente.
Ninguno de los héroes mostrados en ambos canales lo era, al contrario, todos ellos fueron hombres y mujeres blancos, preferentemente de ojos claros. El latino, afro y asiamericano no estuvo ausente (cumplieron con el porcentaje obligado para "minorías"), pero en un rol completamente diferente.
Negro es quien fue salvado por un blanco que no lo conocía pero arriesgó su vida por él, negra es la empleada que después del atentado seguía disculpándose por teléfono tratando de explicar que no podría hacer el trabajo porque tenían “problemas” (hasta que un grupo WASP llegó a rescatarla), latino es el que tenía miedo de moverse, asiamericano el que “cobardemente” abandonó a su blanco amigo que dio su vida por ayudar a un desconocido.
Afroamericanos, latinos y asiamericanos son aquellos que no pudieron salvarse por sí mismos, que no tuvieron iniciativa, que no rescataron a nadie, de hecho fue por salvar a un par de negros que algunos blancos se salvaron, como premio divino a su generosidad. Blancos eran los bomberos, negro el empleado de limpieza salvado por blancos que no olvida recoger su balde antes de seguir bajando los 45 pisos restantes. Ni siquiera el polvo y cenizas que cubrían a todos por igual disimulaban sus colores.
Más allá de las lecturas políticas, del respeto que merecen todos los muertos aquella mañana en New York, del más de un millón de víctimas de la “justicia infinita”, puedo hasta comprender que se quiera mostrar a las víctimas con una deshumanización ofensiva, que no puedan sustraerse de su “Independence day” aún a costa de quienes dicen honrar, pero ciertos homenajes sólo son negrísimos nubarrones que aproximan la lluvia.

martes, septiembre 05, 2006

Los dinosaurios van a desaparecer

Murió Francisco Angel Ludusid, más conocido como Fernando Siro.
Cuando escuché la noticia dije “qué bien”. Quienes me escucharon se horrorizaron, no se dice que esté bien que alguien muera. Callé el pensamiento inmediato: “lástima que su mujer aún no”.
¿Por qué está tan mal decir que la muerte de alguien no produce ningún sentimiento de pesar, y algunas veces incluso es bienvenida? Que desaparezcan de mi mundo los cómplices y defensores de los genocidas del Proceso es una buena noticia. Cuantos menos existan más a salvo estaremos.
“La muerte nos hermana a todos” decía por la radio una mujer intentando minimizar las palabras y actos de Ludusid para que sólo se recuerde y honre a Siro, el actor.
Siro, el actor, no es quien murió, él seguirá siempre “vivo” en sus películas. Murió Ludusid, el defensor de torturadores y asesinos.
La muerte no hermana más que por ser lo único en común que tenemos todos los seres vivos, pero la muerte no convierte a un asesino más que en un asesino muerto y a un fascista en un fascista muerto.
Ludusid tuvo el derecho y la libertad de expresar sus opiniones, con toda su bajeza, derecho y libertad que enérgicamente sostenía que hay que negarle a quienes piensen de otro modo. Nadie lo secuestró, torturó ni asesinó. Nadie le hizo lo que él defendía que se le hiciera a otros. Tuvo una buena vida, o al menos una vida, una vida en apoyo de que a miles se le negase la suya.
No me conmueve el dolor de Elena Cruz, ella y su marido eran para mí, ayer, dos seres humanos despreciables. Hoy lo siguen siendo.
El respeto a la muerte tiene mucho más que ver con los temores, con lo incontrolable, lo inevitable, lo insondable, con nuestra forma de enfrentarla y evitarla, que con la persona. Lo indecible de la muerte no quita una palabra a lo dicho en vida.
No soy religiosa ni creo en Juicios Finales. Veo finales sin juicio.
No soy hipócrita ni diré que ante la muerte hay que tener un respetuoso silencio.
No tengo flores para esas tumbas, esas flores ofenden. Sólo tengo rabias, rabia cuando veo que intentan olvidar, que desvían la mirada de quien es cada cual sólo porque murió, rabia cuando “el grito se lo lleva el viento”.
Nada podrá evitar que sienta que es bueno que hoy haya una nube menos en este cielo que pronto se dejará llover.