sábado, julio 11, 2009

La Patagonia trágica, rebelde o kirchnerista

Es sábado a la madrugada y acabo de ver por Canal 7, la televisión pública según su indiscutible eslogan, el largometraje documental Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia, emitido en el ciclo denominado Ficciones de lo real, nombre muy buen puesto, complejo, paradójico y reflexivo, hay que admitirlo. Agarré el film ya empezado pero igual puedo permitirme el comentario porque no soy un profesional de la crítica ni esto es una columna de espectáculos (aunque he leído y sufrido lo opuesto: un crítico profesional que llega tarde, lo confiesa y, no obstante, publica un juicio lapidario: en fin).
Querida Mara es obra del barilochense Carlos Echeverría -director y co-guionista entre otros rubros- y su fecha de producción resulta incierta. El film explicita un "octubre de 2008" lo cual es bastante precisión pero un medio chileno dice "2001, aunque el programa aparece como 2007" y la mayor base de datos mundial del discurso audiovisual en su entrada al director afirma 2009. No importa: ha de ser uno de esos laburos artesanales que insumen una trabajosa década y se van mostrando de a poco, cuando se va pudiendo.
Querida Mara tematiza las condiciones de vida y trabajo del obrero rural contemporáneo. La realización hace centro en un tal José Luis, proletario correntino de Curuzú Cuatiá, trabajador golondrina que migra miles de kilómetros para prestar servicio en el sur de este vasto, desértico y recontra puto país. José Luis es un muy buen y versátil obrero que, con igual eficiencia, esquila ovejas en la Patagonia o levanta paredes en Buenos Aires. Nunca puede levantar cabeza, visto la magnitud de la plusvalía que le extraen (esto lo digo yo, pero es obvio). En Curuzú Cuatiá no hace nada excepto hijos y relaciones amorosas, afectivas, familiares, amistosas, paternales, con su señora, su familia y sus vecinos, todos compañeros de clase: no hace nada excepto su vida.
Y hablando de clase, la película es buena no sólo porque está bastante bien hecha sino porque, en definitiva, resulta clasista en su desarrollo y cierre narrativos. José Luis sabe que es proletario y que eso lo distancia y diferencia de su contratista: cuando la convocatoria para una próxima esquila suena incierta -se comprueba promesa falsa- argumenta ante su mujer que el patrón defiende sus intereses: implícitamente, no los de José Luis y su prole, claro. Luego va a rezarle al Gauchito Gil en lugar de refundar la Internacional: y está bien porque es un film documental y no una instrucción bolchevique.
Digresiones o no tanto. El film me recordó dos experiencias de vida, muy distintas pero ambas patagónicas. La primera me rememoró una aproximación esencialmente romántica en su inocencia originaria pero frustradora de ilusiones y generadora de comprensiones hace allá tres décadas. Por entonces, me fui hasta General Roca -véase el nombrecito del pueblo- a fin de "trabajar" en la cosecha de la manzana. Las comillas significan la distancia entre fantasía y realidad, ni más ni menos. En General Roca pasé todo un día con dos peones muy parecidos al José Luis de Querida Mara que me enseñaron, con su mera práctica y su mejor disposición, un par de cosas: que yo no era para nada igual que ellos pero que me parecía más a ellos que a su patrón, el cual se parecía bastante al mío. Diferencias de grado que no son menores: salario sin vales, jornada laboral, cobertura médica, agua caliente, luz eléctrica, calefacción, una cama digna. Todas estas ignominias que sufría el peón rural en plena dictadura de los 70 (yo lo ví, che, no jodan) las sigue sufriendo el peón rural del siglo XXI según registra y dice Echeverría.
La segunda digresión es más digresiva. Hace unos 15 años ví en un bar universitario, centroestudiantil, un film acerca del único desaparecido en la ciudad de Bariloche: Juan: como si nada hubiera sucedido datada en 1987. Quise verla porque refería al único período de mi vida vivido en Bariloche (nunca más) en función de mi pertenencia a las Fuerzas Armadas (nunca más) debido a esa cosa degenerada que se llamaba servicio militar o colimba: período durante el cual uno perdía todos sus derechos y quedaba sometido al capricho de un bruto fascista, en general, enfermo mental. El documental me gustó por más que me decepcionara (pura demanda privada, obvio) en mostrar poco y nada a los hijos de mil puta que supe conocer en carne propia. ¿Por qué esta digresión? Porque Juan: como si nada hubiera sucedido es un buen laburo de hace dos décadas del mismísimo Echeverría: un tipo, parece, persistente y coherente respecto de un enfoque y una ética político- artística a lo largo de veinte años; y de una obsesión documentalista- regional. Es decir, un fenómeno medio raro visto el resto de lo que hay.
Buena parte de Querida Mara transcurre en el interior de la provincia de Santa Cruz, en estancias superexplotadoras de mano de obra durante la esquila, bajo condiciones laborales que no se subrayan con afán panfletario sino que se dejan leer a través de las imágenes documentadas y los dichos de patrones contratistas y peones estacionales. En ocasión de una visita a Puerto San Julián, aislada e indigna visita de los obreros a cierta lejana urbanidad, se hace explícita la referencia a la masacre perpetrada por el yrigoyenista (al menos en su fidelidad a su comandante político) Coronel Héctor Varela contra peones que se levantaron ante condiciones de trabajo iguales a las que hoy, otros peones, sufren en la misma región, bajo los mismos o análogos patrones.
En la televisión pública que ha puesto en el aire valorables envíos de muy diversa índole (y no es ironía), Querida Mara es un punto a favor de la difusión de ciertos trabajos que difícilmente pudieran llegar a un público masivo vía la televisión privatizada y regida por la pauta del rating.
Ahora bien, Canal 7 y Ficciones de lo real cierran sin hacerse algunas preguntas necesarias que me gustaría dejar aquí: ¿Quién gobernó Santa Cruz durante la última década del siglo pasado y parte de éste y, en apariencia (según muestra el documental), no cambió nada en las relaciones de superexplotación entre estancieros y peones rurales respecto de las últimas nueve décadas? ¿Y quién gobernó (a un mismo tiempo: personalmente la Nación y Santa Cruz a través de personeros) durante los últimos seis años sin que, en apariencia, haya habido algún cambio al respecto? ¿Puede un gobierno progresista y popular durante casi dos décadas de gestión refrendada cada vez por el voto masivo no imponer un digno estatuto del peón rural para la provincia e, incluso, no velar por el respeto de la ley nacional de contrato de trabajo? (un día hablaré del creciente trabajo en negro en la Administración Pública Nacional pero hoy priorizo al recontra jodido peón rural reducido a su pobre subsistencia).
En la televisión pública se acaba de decir lo que muchos ya sabíamos: sí, puede, y también puede versear con una incontrastable redistribución del ingreso y tantas otras mentiras. Entretanto, el peón golondrina migra para ser explotado hoy en la esquila y mañana en la construcción; es puro cuerpo laburante sin más derecho que el de, bajo el paraguas que le mienten, votar y esperar la inminente lluvia.