Naturaleza y cultura en la República Cromañón
En otros lugares, otra gente se reunía por razones elementalmente dolorosas: quería saber si sus familiares desaparecidos estaban muertos o querían velar sus cadáveres en algún lugar, tal vez, de relativa intimidad. En la calle Viamonte y en la calle Guzmán, ante la desesperada y silenciosa espera de la mayoría, un manojo de movileros lograban arrancar demandas y proclamas. Así, algunos reclamaban por un cura que se hiciera presente para oficiar misa, otros por psicólogos y sociólogos, otros por algún miembro del Poder Ejecutivo Nacional, otros por policías y patrulleros. Lo heterogéneo.
Otros, que se presentaban como amigos de familiares de víctimas, desarrollaban una denuncia fríamente argumentada respecto de la ausencia de toda instancia oficial -alguno ofrecía su primer plano en el piso del programa de Mauro Viale- quizás sin tomar en cuenta el trabajo que sin duda han hecho en estos días feriados bomberos, médicos, paramédicos, enfermeros, empleados judiciales, anatomopatólogos y administrativos de más de una repartición pública. El dolor es el dolor y el duelo es duelo, pero la desconfianza en toda proclama a veces permite leer estrategias políticas allí donde se pretende que sólo haya solidaridad y conmiseración. Algunos ya conocemos el discurso incoherente y balbuceante de Blumberg e incluso el patético e histriónico discurso fascista.
Hace dos días el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, dijo que la tragedia se resumía en la irresponsabilidad de permitir el ingreso de más público que el aceptado, la imprudencia de encender bengalas dentro de un lugar cerrado y la negligencia de cerrar las salidas de emergencia. Un eficaz movilero sensibilizado le cuestionó a los gritos que le estuviera echando la culpa a "los chicos". "Los chicos son chicos", le espetó, en un alarde tautológico. Sólo que "los chicos" son todas las víctimas. Aún las de más de 18 años, aún las de más de 21, 30 o 40 años. A veces se hiperboliza y se dice "chiquitos" o "nenes". Algo que ya suponíamos: todos somos chicos, muy chicos, chiquitos, nenes... Es una necesidad.
¿De qué hablamos cuando hablamos? Si hablamos del evidente drama de perder un hijo, si hablamos de perderlo por negligencia criminal, entonces no precisamos que mueran 200: ese drama personal ocurre a diario en la ciudad, en el país, en el mundo. Pero somos cuantitivistas y el 200 -o el 174, el 188, etc.- nos conmueve como nunca nos hemos conmovido.
Entonces, seamos cuantitivistas. Hace apenas una semana el maremoto del Indico mató, dicen, a más de 150 mil personas y dejó a otros 5 millones en riesgo de vida. Hace apenas una semana... Hay miles de familias en Tailandia, Indonesia y Sri Lanka que ya no sufren puesto que ya no existen. Hay pueblos enteros que ya no existen. Un maremoto es "natural" pero las medidas políticas de prevención social son bastante "culturales". Pero no importa: digamos que es un fenómeno "natural".
Estoy persuadido de que el que enciende una bengala en un local cerrado lleno de gente es un estúpido potencialmente criminal. Sinceramente no quisiera compartir espacios con quien defiende que esa mierda es parte de la cultura del fútbol o del rock y, por lo tanto, legítima: lo considero un imbécil peligroso. Ahora, ¿algún sensibilizado en extremo por el lamentable y condenable incendio de República Cromañón ha hecho alguna cuenta de los muertos "evitables" en las Repúblicas de Afganistán e Irak durante los últimos años?
¿Qué decir de quienes arrojan centenares de misiles -no bengalas- sobre Kabul, Bagdad, Mosul, Bassora o Fallujah? ¿Estadísticamente han matado a más o menos de 174, 188 o 150.000? ¿Habrá que calcular el porcentaje sobre la población total y multiplicar por algún factor geográfico, cultural o étnico? ¿Cuántos chicos, chiquitos y nenes habrán muerto aplastados, quemados o mutilados? Y políticamente ¿a quiénes reclamar? ¿A Néstor Kirchner, a Aníbal Ibarra o al Jefe de Guardia del Hospital Ramos Mejía? Y no pretendo defender a ninguno de los tres, pero por favor, cada cosa en su sitio y cada acusación en su lugar.
Omar Chabán: un empresario. Los teórico-prácticos del capitalismo hablan de "riesgo empresario". Cuando el riesgo -ya hace un par de siglos- no consiste en la inversión productiva, porque la vaca está atada al Estado y al Gobierno, deviene imputación criminal individual. El burgués decide atar su vaca y con ella se ata a los vaivenes políticos. En general, zafa; a veces, se jode un par de años en una celda vip. Claro que casi ninguna víctima, casi ningún movilero -que por definición es subhumano-, casi ningún sujeto social -que por definición es gente- comprende esta lógica cerrada que es la de "lo natural".
Como dijo Roland Barthes, allí donde algo se nos presenta como natural es donde más ha trabajado la cultura para naturalizarlo. Y cómo dijo algún otro, la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. Y hay demasiadas manifestaciones sensibleras, mediáticas, político- vergonzantes, doloridas y estratégicas dándole de comer al chancho.
Hoy se cumplen 11 meses del incendio de República Cromañón. Estas líneas fueron escritas a 48 hs. de la tragedia, cuando las paredes aún no se habían enfriado y decenas de familias ignoraban la suerte de sus hijos. Desde entonces, corrió mucha agua -podrida- bajo el puente. Chabán fue encarcelado, excarcelado y vuelto a encarcelar, Ibarra suspendido y sometido a un oportunista juicio político, unos cuantos funcionarios de gobierno imputados y procesados y algunas víctimas y familiares cortaron para siempre una calle porteña y se apropiaron del espacio público para montar un supuesto santuario de la memoria.
Hubiera preferido equivocarme y que las cosas se hubieran encauzado de otro modo y hacia otro lugar. Y prefiero que definitivamente fracase el trágico pronóstico de que va a llover.