All of my love
Desde siempre los celos han sido hijos mimados de la narrativa, no importa el género, en algún momento aparecen como causales de grandes catástrofes, uniones, desuniones, introspectivas varias y diálogos esclarecedores.
La psicología les dedica incontables horas de investigación y toneladas de papel con conclusiones, la filosofía los toca de refilón, se los emparenta-diferencia con el amor, envidia, identidad, seguridad, cada uno desde su categoría, celos amorosos, profesionales, familiares, nacionales.
Los celos que no son el celo. Los celos se identifican como algo negativo, el celo es positivo. Ser celoso es malo, pero todos decimos que sentir celos es natural, ni siquiera es privilegio humano, el resto de los animales también lo sienten. Y como con cualquier sentimiento o sensación, lo importante es lo que hagamos con ellos.
Siempre me llamó la atención que la simple explicación de actuar por celos justificase casi todo, y que la respuesta de quien recibe esa acción no tenga relevancia. Pero sin duda esa interacción define relaciones.
La dosis de gataflorismo en la apreciación del celo del otro es significativa, si siente celos me quiere, si me cela no me lo banco, y bajo esa ambigua consigna se abre todo un abanico que va desde el provocar los celos del otro para lograr ¿atención? hasta 113 puñaladas.
Domingo. 3:15 p.m. Sentada en la raíz del ombú de Parque Saavedra me debatía entre terminar de leer un bodrio pseudointelectual, uno de esos textos plagados de lugares comunes con aires de revelaciones basadas en el uso constante de términos "eruditos" (como diría alguien por ahí, una abstracción pedorra) o cerrarlo y convencerme a mí misma de mi derecho a opinar así aún sin haberlo terminado. Decidí que tenía derecho y que era mejor el sol que esa suerte de Bucay místico con el que me había topado.
Una musiquita estridente atrajo mi atención, y descubrí que provenía del celular de una chica de unos 25 años que se acercaba rápidamente.
"Hola, sí, estoy yendo" respondió disminuyendo apenas la velocidad. De repente se detiene y levanta la voz "¿no ves que sos un boludo? te digo que ya llego, estoy en el parque". Levantándola aún más, y definitivamente quieta a pocos pasos de mí, continúa "estoy sola ¿no me creés? te digo que estoy sola, boludo".
Escucha unos segundos, de pronto extiende el teléfono hacia mí al mejor estilo notero de Crónica y me grita (innecesariamente, ya que estábamos demasiado cerca): "flaca ¿con quién estoy?".
La psicología les dedica incontables horas de investigación y toneladas de papel con conclusiones, la filosofía los toca de refilón, se los emparenta-diferencia con el amor, envidia, identidad, seguridad, cada uno desde su categoría, celos amorosos, profesionales, familiares, nacionales.
Los celos que no son el celo. Los celos se identifican como algo negativo, el celo es positivo. Ser celoso es malo, pero todos decimos que sentir celos es natural, ni siquiera es privilegio humano, el resto de los animales también lo sienten. Y como con cualquier sentimiento o sensación, lo importante es lo que hagamos con ellos.
Siempre me llamó la atención que la simple explicación de actuar por celos justificase casi todo, y que la respuesta de quien recibe esa acción no tenga relevancia. Pero sin duda esa interacción define relaciones.
La dosis de gataflorismo en la apreciación del celo del otro es significativa, si siente celos me quiere, si me cela no me lo banco, y bajo esa ambigua consigna se abre todo un abanico que va desde el provocar los celos del otro para lograr ¿atención? hasta 113 puñaladas.
Domingo. 3:15 p.m. Sentada en la raíz del ombú de Parque Saavedra me debatía entre terminar de leer un bodrio pseudointelectual, uno de esos textos plagados de lugares comunes con aires de revelaciones basadas en el uso constante de términos "eruditos" (como diría alguien por ahí, una abstracción pedorra) o cerrarlo y convencerme a mí misma de mi derecho a opinar así aún sin haberlo terminado. Decidí que tenía derecho y que era mejor el sol que esa suerte de Bucay místico con el que me había topado.
Una musiquita estridente atrajo mi atención, y descubrí que provenía del celular de una chica de unos 25 años que se acercaba rápidamente.
"Hola, sí, estoy yendo" respondió disminuyendo apenas la velocidad. De repente se detiene y levanta la voz "¿no ves que sos un boludo? te digo que ya llego, estoy en el parque". Levantándola aún más, y definitivamente quieta a pocos pasos de mí, continúa "estoy sola ¿no me creés? te digo que estoy sola, boludo".
Escucha unos segundos, de pronto extiende el teléfono hacia mí al mejor estilo notero de Crónica y me grita (innecesariamente, ya que estábamos demasiado cerca): "flaca ¿con quién estoy?".
"Ahora parece que conmigo" respondo sin el menor interés en ser escuchada por nadie más que ella. "¿Viste?...es una mina que está acá...qué sé yo quién es, boludo".
Mi primer impulso de alejarme de su historia cedió paso a la curiosidad, y me quedé mirándola abiertamente. Ella me había involucrado, que se hiciera cargo de mi presencia. No pareció inmutarse sino lo contrario, me hizo cómplice con una serie de gestos de fastidio mientras escuchaba lo que parecía ser un largo discurso.
"¿Y yo qué culpa tengo? si no soy yo la que te miente...bueno...sí...voy por 66, salí a buscarme si querés" dijo con una mezcla de resignación y ansiedad.
Mi primer impulso de alejarme de su historia cedió paso a la curiosidad, y me quedé mirándola abiertamente. Ella me había involucrado, que se hiciera cargo de mi presencia. No pareció inmutarse sino lo contrario, me hizo cómplice con una serie de gestos de fastidio mientras escuchaba lo que parecía ser un largo discurso.
"¿Y yo qué culpa tengo? si no soy yo la que te miente...bueno...sí...voy por 66, salí a buscarme si querés" dijo con una mezcla de resignación y ansiedad.
Apagó el celular y miró el cielo que comenzaba a nublarse mientras decía "me tiene harta, ahora llego y se pudre todo". "¿Tu novio?" pregunté sin interés en la respuesta, que di por segura.
"No, mi papá" respondió sin el menor indicio de ironía mientras guardaba el teléfono y retomaba el paso rápido antes de que empezara a llover.
8 comentarios:
Grismar:
Definitivamente son muy productivas en anécdotas tus salidas para leer.
Sin duda, color esperanza, casi tanto como mis entradas a leer en la web.
Para mí la solución consiste en tirar a la basura los celulares: sin ellos es imposible celar a nadie mientras cruza un parque. Además se evitarían los malditos ringtones y las charlas íntimas a grito pelado.
Para mí habría que tirar también a los padres o novios celosos y estridentes.
Solo que se corre el riesgo de que se vaya con otro hijo o con otro novio...
Cinzcéu, para celar no hace falta estar comunicado vía celular, sólo hace falta un sujeto (el celoso) y un objeto, que bien puede estar en cualquier lado, sin teléfono, o incluso haber dejado de existir siempre que el sujeto no lo sepa.
Igualmente, yo voto por tirarlos a la basura, tal vez así se revierta esta tendencia a mezclar la vida privada con la pública: Parece que "la onda" es contarle todo a todo el mundo todo el tiempo, y cada vez me siento más solo en mi caballeresca discresión (que creo el comportamiento correcto).
Quise decir discreción (DRAE dixit)
No será el tema del post, pero ya que derivamos, derivemos. Disiento con la costumbre de culpar a lo que no es más que un mero soporte por el uso que se haga de él. Es como querer terminar con la TV por los malos programas, con el teléfono por los llamados de bot publicitarios, o con los libros por Bucay.
La onda es contarle todo a todos, es vivir un eterno reality obligando a los demás a ser los espectadores. Eso no es responsabilidad de un celular, la cosa pasa por otro lado.
Es cierto Grismar, tenés razón, pasa por otro lado.
En cuanto a derivar: a la hora tardía en que mandé el comentario mi mente iba bastante a la deriva... también es cierto.
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