En este país no se puede techar
Mi casa está hecha de vejeces muy diversas pero todas ellas viejas. Tiene una medianera de ladrillos a la vista cuyos cuarenta o más centímetros de longitud -y los desmesurados setenta de ancho del propio muro- fechan cómodamente en el siglo XIX. Tiene unas reformas que hacia los años 30 adecuaron el conventillo decimonónico a propiedad horizontal, alguna otra de indudable sabor a los 70 y las que yo mismo operé antes del último fin de siglo.
Un techo de fibra de vidrio cubre el patio otrora abierto a las inclemencias meteorológicas que separa las piezas del baño y la cocina. Hace casi ocho años, el constructor responsable de las reformas a mi cargo me dijo en frío lenguaje ingenieril: "este techo está al borde de su vida útil". Durante casi ocho años me dediqué a constatar, lluvia tras lluvia, cómo ese borde era crecientemente rebasado. La brutal granizada del pasado julio me sacó violentamente de mi analítico lugar de observador cuando unas bochas de hielo gigante perforaron la cosa -yo lo ví- con la misma displicencia con que un cañonazo traspasa el papel barrilete.
Sabía que debía reemplazar el techo, sí, pero lo que me aterrorizaba era volver a enfrentarme a los displicentes proveedores del gremio de la construcción.
Hace unas semanas entro a la web y dejo cuatro mensajes en otros tantos sitios de empresas del rubro. Sólo una de ellas responde en el día, incluso con un esbozo de presupuesto estimativo; otra deriva la demanda a un tipo, Valentín, que seis días más tarde me deja un mensaje telefónico y su número de móvil.
Dos días más tarde me dirijo a un comercio del barrio donde hace años había comprado una placa de policarbonato. Primero hablo con un aparente responsable que tras muchas preguntas suyas y respuestas mías me dice: "Ahí viene el responsable". Repetimos la escena con un anciano que acaba de bajar de una camioneta: él también tiene muchas preguntas y ninguna respuesta. Apunta una serie de datos -con la certeza de que cada uno constituye un problema insoluble- y promete la visita de un tercero -un cuarto- que jamás acontece.
A los tres días comprendo que el medio más eficaz es el teléfono y llamo a otras cinco empresas. Una es clara y directa: no hace el tipo de trabajo que requiero. Las otras cuatro, me llamarán. ¿Por qué me llamarán si en este preciso momento estamos hablando lo más bien? Una, incluso, me avisa que me llamará un tal Ordoñez al que aún espero ansioso por conocer; otra me llama pero resulta imposible de combinar una visita por razones irrazonables.
Un par de días después espero la imprecisa visita de Valentín -de 16 a 18- cuando a las 16:15 me llama Miguel, de la misma empresa, para arreglar un horario. Le informo la situación y entonces me certifica que si Valentín dijo que viene, viene. Obviamente, no viene.
El mismo día me deja un mensaje telefónico otro tipo de nombre ininteligible -¿Brasso?- pues sus vocales y consonantes tropiezan y se caen. Habla en nombre de una empresa que no recuerdo haber llamado y deja un número de móvil. Llamo, a mi cargo. Se trata de una señora que compró su celular hace un par de días, no sabe cuál es su número y lo pregunta a los gritos a otra que tampoco lo sabe. Vuelvo a marcar y vuelve a atender la señora: ahora me confirma que sí, que ése es su número y que de techos no tiene la menor idea. Gracias.
Al día siguiente vuelve a llamar el mismo pelotudo que no se llamaba Brasso sino Horacio -ahora casi se entiende- y vuelve a dejar un número de móvil, otro: parece que no era 6163 sino 6361 pero sólo a un obsesivo grave puede importarle semejante detalle. También llama la operadora de otra empresa para concertar una visita y le digo que estaré toda la tarde en mi casa a la espera de otro oferente. "Ah, no, -me dice- cuando hay competencia, nosotros nos retiramos". Ok, hagan como quieran, vengan o no vengan, autodetermínense, ejerzan su libertad.
Esa tarde, a la hora acordada, me visita un arquitecto de la empresa que respondió mi mail en el día. Me sorprende: no dice que es imposible ni que no le interesa sino que observa, mide, pregunta, escucha, sugiere, calcula, consulta y me pasa un plan y un presupuesto. No me agradan demasiado los plazos ni el precio pero ¿cuál es la alternativa? Le seño el oneroso trabajo que, espero, esté terminado a fin de mes.
Y en la hipótesis de que esta gente hará la tarea y la hará bien -por favor no me pinchen el globo, gracias- me conforto en la comparación: han sido apenas 10 contactos. Cuando precisé reparar, pulir y plastificar pisos de pinotea trabajé casi un mes sobre un padrón de 25 ó 30 y tuve que cambiar de caballo a mitad del trabajo; cuando tuve que pintar carpintería sufrí a otra veintena de lúmpenes y debí abortar un par de contratos imposibles.
Esos mismos pequeños empresarios, contratistas, explotadores y/o estafadores han de ser los que repiten cual refrán criollo: "En este país no se puede trabajar".
Y, no, no se puede, porque está saturado de gente que no tiene la menor idea de qué manera se les va a largar a llover.
9 comentarios:
Absolutamente identificado con la situación, aunque tuviste más suerte que este servidor. En mi caso hubo menor respuesta de parte de las estrellas del rubro, al punto que de tanto investigar en el mercado terminé aceptando que es mejor asumir la dirección del proyecto y guiando la mano de obra.
En este país no se pueden hacer las cosas más simples, mucho menos techar o construir: El domingo a la noche quise comprar un buen vino para acompañar la cena y salí a buscar un comercio abierto. Pasé de largo el local de una extendida cadena y entré a un mercadito de barrio porque mi simpatía siempre está con el más débil. Encontré que en la góndola de vinos sólo la mitad (la mitad de menor calidad) tenía indicado el precio. Elegí un malbec de mi agrado y me dirigí al mostrador, donde había dos empleados, para preguntar cuánto costaba. Los tipos se miraron entre sí y uno contestó "No sabemos, si no dice ahí no tengo idea". Tras un segundo de asombro pregunté quién podía saberlo. "Y... el dueño, pero ahora está en la cancha y no va a atender el teléfono". Cada vez más asombrado atiné a preguntar cómo podíamos hacer entonces para que yo les comprara el vino. "Y... no podemos, imagínese que si no sé cuánto vale no se lo puedo vender!!!".
Por supuesto, volví sobre mis pasos y terminé comprando en el local de la cadena, donde todos los artículos tenían precio, pero no puedo evitar imaginarme al dueño del mercadito diciéndole a sus amigos a la salida de la cancha que su negocio cada vez vende menos, que no puede competir contra los supermercados y que "en este país no se puede vivir del comercio".
Querido Cinzcéu, después de semejante nota te has convertido en otro corresponsal espontáneo de "elpaisbananero.com"
Hace tiempo ya que gracias a nuestra gracia hacemos más bella la desgracia de vivir entre mediocres con diploma... Especialistas on-line en incomunicación atada con alambre inalámbrico, rudos trabajadores de la inoperancia activa, tecnócratas de la ciencia ficción bananera.
Uno ya empieza a reaccionar como un viejo nostálgico, atesorando el cálido recuerdo de aquellos plomeros que ahora parecen verdaderos ingenieros hidráulicos, de aquellos electricistas que dominaban hasta la ley de la relatividad. Trabajadores manuales, cuentapropistas, médicos, que no conocían ni el teléfono y, sin embargo, estaban allí ante el primer problema y nos dejaban con una sonrisa. La "cultura del trabajo" tenía también sus aspectos detestables, pero la falta absoluta de cultura -o tanto peor- el derroche pornográfico de esta cultura de cuarta, de la cuadratura cerebral fruto de años de dictadura del dinero y de la mediocridad sin grandes riesgos, ni pasiones, ni cojones.
Y yo que pensaba pedirte que me recomendaras a alguien para que arreglase mi blog...
Hang: Pero para dirigir el proyecto hay que conocer el tema y para guiar la mano de obra hay que contratarla. Mi alternativa sería estudiar ingeniería y montar una constructora al sólo efecto de techar mi patio...
1+: El pobre comerciante tiene derecho a ir a la cancha y a no poner el precio a los vinos. Si no, ¿cómo haría para cambiarlos según la hora del día o la cara del cliente?
Maun: Cuando se largue a llover no habrá techo que aguante pero ya que te dedicás al ramo, ¿no me pasarías un presupuesto? Ah, están demasido lejos, ¿Deustch cuánto?, ok, ok (otro que pone excusas para no techar).
Mono: Mucho no entendí pero estoy comletamente de acuerdo. No te puedo recomendar a nadie para arreglarte el blog pero si lo del patio sale bien, te recomiendo al tipo para que te teche la barra lateral o los comentarios.
Sé positivo, los cambios climáticos llegan para quedarse por lo tanto es posible que se repita, y ya tenés la dirección del techista. Besos.
Por aquí por las Españas tenemos un nombre genérico para toda esa pléyade de inutiles totales: "La Chapuza Hispánica". Un ejemplo. Yo trabajo en Obras Públicas y hace poco instalaron en un Cuarto Técnico de Transformadores de un túnel que estamos construyendo un SAI (Sistema de Alimentación Ininterrumpida). Al fabricante chapuzo hispánico no se le ha ocurrido otra cosa que poner en la inmensa batería de 5 toneladas de peso un botón (¡a la vista de cualquier operario!) que dice: NO TOCAR. EL SISTEMA DE ALIMENTACIÓN ININTERRUMPIDA SERÁ DESCONECTADO SIN POSIBILIDAD DE ARREGLO.... ¿Por qué carajo han puesto el botón ahí?. ¿¿Por qué??.
Grismar: Ok, seré positivo, pero más que la dirección del techista preciso el techo. Un beso.
Vitore: Yo tocaría ese botón sólo para ver qué pasa, en un arranque de infantilismo (y si avisan que no, más). Mi problema es previo a la también conocida chapuza argentina: simplemente casi nadie parece interesado en venderme sus chapucerías. Saludos.
arreglé grosso mi casa el año pasado, quiero decir, un arreglo grande, es casi otra. yo estaba viviendo en otro lado pero igual, (teóricamente, el arreglo tardaba 2, 3 como muuuuucho)que fueron 6, y además había un arquitecto conocido que "de onda" venía una vez por semana a ver todo y a combinar con los albañiles y el plomero-gasista. no voy a detallar tooodas ni siquiera algunas de las peripecias por las que pasé y conste, que me enojé con todos los que me dijeron que era un gremio de mierda, que los albañiles eran resentidos y que si se podía hacer algo bien o mal, ellos iban a hacerlo mal, argumenté con todas las teorías materialistas disponibles y me manejé con los que trabajaron según lo pactado.
a pesar de todo, recuerdo esos seis meses como una película sin director, con un personaje (yo) que incursionaba en un planeta donde todo era inesperado y desagradable.
suerte con el techo
Damaris: Conozco esa película sin director. Mi techo ya está instalado al modo de "la chapuza hipánica" (Vitore comment) pero en versión criolla. Por ejemplo, la canaleta de desagüe tiene una leve caída... hacia el extremo cerrado. De todos modos no puedo hacer una evaluación más completa antes de la lluvia...
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