About films
En materia de cinematografía hay dos cosas que en general me resultan difíciles de soportar: el cine argentino y el cortometraje. Con sus honorables excepciones, claro, porque hay interesantes films argentinos y excelentes cortos. Pero, como se sabe, hay también mucho cortometraje argentino, cruce fatídico en el cual se potencia lo peor de ese estilo regional y lo peor de ese formato fílmico. Por si fuera poco, hay la sección nocturna de una señal de cable que tiende a esa encrucijada exasperante bajo el llano y explícito título de Cortos I-Sat.
El cine argentino arrastra desde siempre un problema grave: todo lo que en él se dice, se dice mal. No hay palabra que no suene fuera de lugar, extemporánea, salida de caja, impertinente, gratuita y ajena. Alrededor de ese obstáculo, sus films suelen oscilar de extremo a extremo: ponen en boca de sus personajes altas reflexiones de corte abstracto- filosófico o recurren a una caricatura de lenguaje arrabalero plagado de puteadas y poco más. Con sus honorables excepciones, ya he dicho.
Las escuelas de cine, que a juzgar por sus productos de fin de curso resultan bastante malas, parecen estar intentando un camino distinto. Es aún peor. Seguramente alentada por esa definición aberrante según la cual hacer cine sería contar una historia en imágenes, la tendencia consiste en expulsar toda palabra del lenguaje fílmico. Expulsar, que no es lo mismo que eludir o que evitar, implica arrancar la palabra de donde siempre estuvo, de donde es inconcebible que no esté.
Así, el cine argentino -pero muy en especial el corto argentino- nos instala en un mundo imposible. No es el mundo del sordo porque el sordo habla y ve mover los labios de quien habla; tampoco el del sordomudo porque el sordomudo satura la vista con su habla gestual. Es más bien un mundo expoliado del lenguaje verbal aunque pleno del resto de sonidos. Sólo en el seno de este inhumano país de fantasía puede comprenderse que una pareja o dos amigos se reúnan en un bar al sólo efecto de agitar sus cucharitas dentro de sus pocillos de café. Lo peor es que nos invitan a compartir ese tilín- tilín- tilín que parece ser todo lo que el film tiene para decir.
Sin embargo, si uno mira de vez en cuando Cortos I-Sat termina descubriendo, cada tanto, una perla. Normalmente se trata de realizaciones simples y baratas que ponen en movimiento lo que al resto le falta: algún recurso y algún talento para narrar, para decir, para dar a ver y a oir. Es el caso del atractivo e inteligente About freedom de Guillermo Gravino, exhibido en la madrugada de ayer. Y si bien en cine suele ser problemática tal atribución individual al director, en este caso es de una indiscutible justicia porque Gravino resolvió por sí mismo todos los rubros que precisó resolver.
Un turista de origen inglés visita un balneario bonaerense, Quequén, y a media mañana se dirige hacia la playa con una cámara de mano. El turista (Gravino) no para un minuto de hablar. Horror para los catedráticos del "contar visual": un único protagonista al que no le vemos más que, un par de veces, los pies; una voz que es pura palabra desde el principio al fin. Siempre en off, dice el mismo tipo de tontería que cualquiera diría para sí si estuviera solo a orillas del mar, en una playa poco concurrida en la cual nadie comparte su idioma. Protesta por la presencia de perros, observa a los distintos bañistas, fija su atención en una joven, lamenta que la joven tenga un perro, etc. Luego les pone nombres a sus vecinos de arena y les inventa historias verosímiles: inventa una molestia de Irma por algún viejo asunto de familia -incluso simula la voz de una Irma que masculla contra su hermana mientras sumerge las pantorrillas en el agua-, bautiza como Jorge a un presunto bancario que disfruta del mar con su novia y denomina Ricardo a un humilde surfer que sortea olitas enfundado en neoprene.
El tipo de registro exclusivamente documental, los bordes ennegrecidos que enmarcan los planos, el sonido de fondo de una aparente cámara ruidosa -el trabajo está realizado en MiniDV-, el frecuente y desprolijo uso del zoom siempre en función narrativa y la constante voz off que comenta e interpreta todo lo que vemos producen un efecto de inmersión en ese punto de esa playa: olvidamos que estamos frente a un artefacto montado. ¿Acaso no es ése uno de los objetivos de cualquier ficción bien narrada? ¿Y no es también ese olvido -"that willing suspension of disbelief" según dijera Samuel Coleridge- un fragmento de nuestra pequeña libertad?
La chica del perro de la cual el inglés invisible se ha enamorado pero no se ha atrevido a acercársele, finalmente decide abandonar la playa. Siempre bajo el ojo atento de la cámara, camina lentamente por la arena hacia un chalet blanco de dos plantas y techos azules que miran al mar. El narrador resuelve inventarse para él mismo una historia feliz: la hace su joven esposa, la hace adelantársele a preparar un almuerzo en pareja y a refrescar la habitación en la que dormirán la siesta. Pero la chica se sale del guión recién pergeñado y antes de alcanzar la casa, recoge una bicicleta y se dispone a partir. El narrador decide entonces defender su happy end, la película vuelve unos cuantos segundos atrás, la voz off repite el relato del chalet compartido, el almuerzo y la siesta… Corta a negro y el film culmina antes de que la bella esposa pueda montar el rodado y estropear su final.
"Lástima que esto no pueda hacerse en la vida real -dice el narrador sobre el cierre-, ¿o sí?". En parte no, en parte sí, así de complejas son estas cuestiones acerca de la libertad que About freedom aborda con sencillez, belleza, talento y eficacia. Pero lo que con certeza queda demostrado es que en la vida real y con más criterio que dinero puede hacerse un corto muy atractivo, lleno de palabra, fresco y soleado, sin amenaza de calladas lluvias.
El cine argentino arrastra desde siempre un problema grave: todo lo que en él se dice, se dice mal. No hay palabra que no suene fuera de lugar, extemporánea, salida de caja, impertinente, gratuita y ajena. Alrededor de ese obstáculo, sus films suelen oscilar de extremo a extremo: ponen en boca de sus personajes altas reflexiones de corte abstracto- filosófico o recurren a una caricatura de lenguaje arrabalero plagado de puteadas y poco más. Con sus honorables excepciones, ya he dicho.
Las escuelas de cine, que a juzgar por sus productos de fin de curso resultan bastante malas, parecen estar intentando un camino distinto. Es aún peor. Seguramente alentada por esa definición aberrante según la cual hacer cine sería contar una historia en imágenes, la tendencia consiste en expulsar toda palabra del lenguaje fílmico. Expulsar, que no es lo mismo que eludir o que evitar, implica arrancar la palabra de donde siempre estuvo, de donde es inconcebible que no esté.
Así, el cine argentino -pero muy en especial el corto argentino- nos instala en un mundo imposible. No es el mundo del sordo porque el sordo habla y ve mover los labios de quien habla; tampoco el del sordomudo porque el sordomudo satura la vista con su habla gestual. Es más bien un mundo expoliado del lenguaje verbal aunque pleno del resto de sonidos. Sólo en el seno de este inhumano país de fantasía puede comprenderse que una pareja o dos amigos se reúnan en un bar al sólo efecto de agitar sus cucharitas dentro de sus pocillos de café. Lo peor es que nos invitan a compartir ese tilín- tilín- tilín que parece ser todo lo que el film tiene para decir.
Sin embargo, si uno mira de vez en cuando Cortos I-Sat termina descubriendo, cada tanto, una perla. Normalmente se trata de realizaciones simples y baratas que ponen en movimiento lo que al resto le falta: algún recurso y algún talento para narrar, para decir, para dar a ver y a oir. Es el caso del atractivo e inteligente About freedom de Guillermo Gravino, exhibido en la madrugada de ayer. Y si bien en cine suele ser problemática tal atribución individual al director, en este caso es de una indiscutible justicia porque Gravino resolvió por sí mismo todos los rubros que precisó resolver.
Un turista de origen inglés visita un balneario bonaerense, Quequén, y a media mañana se dirige hacia la playa con una cámara de mano. El turista (Gravino) no para un minuto de hablar. Horror para los catedráticos del "contar visual": un único protagonista al que no le vemos más que, un par de veces, los pies; una voz que es pura palabra desde el principio al fin. Siempre en off, dice el mismo tipo de tontería que cualquiera diría para sí si estuviera solo a orillas del mar, en una playa poco concurrida en la cual nadie comparte su idioma. Protesta por la presencia de perros, observa a los distintos bañistas, fija su atención en una joven, lamenta que la joven tenga un perro, etc. Luego les pone nombres a sus vecinos de arena y les inventa historias verosímiles: inventa una molestia de Irma por algún viejo asunto de familia -incluso simula la voz de una Irma que masculla contra su hermana mientras sumerge las pantorrillas en el agua-, bautiza como Jorge a un presunto bancario que disfruta del mar con su novia y denomina Ricardo a un humilde surfer que sortea olitas enfundado en neoprene.
El tipo de registro exclusivamente documental, los bordes ennegrecidos que enmarcan los planos, el sonido de fondo de una aparente cámara ruidosa -el trabajo está realizado en MiniDV-, el frecuente y desprolijo uso del zoom siempre en función narrativa y la constante voz off que comenta e interpreta todo lo que vemos producen un efecto de inmersión en ese punto de esa playa: olvidamos que estamos frente a un artefacto montado. ¿Acaso no es ése uno de los objetivos de cualquier ficción bien narrada? ¿Y no es también ese olvido -"that willing suspension of disbelief" según dijera Samuel Coleridge- un fragmento de nuestra pequeña libertad?
La chica del perro de la cual el inglés invisible se ha enamorado pero no se ha atrevido a acercársele, finalmente decide abandonar la playa. Siempre bajo el ojo atento de la cámara, camina lentamente por la arena hacia un chalet blanco de dos plantas y techos azules que miran al mar. El narrador resuelve inventarse para él mismo una historia feliz: la hace su joven esposa, la hace adelantársele a preparar un almuerzo en pareja y a refrescar la habitación en la que dormirán la siesta. Pero la chica se sale del guión recién pergeñado y antes de alcanzar la casa, recoge una bicicleta y se dispone a partir. El narrador decide entonces defender su happy end, la película vuelve unos cuantos segundos atrás, la voz off repite el relato del chalet compartido, el almuerzo y la siesta… Corta a negro y el film culmina antes de que la bella esposa pueda montar el rodado y estropear su final.
"Lástima que esto no pueda hacerse en la vida real -dice el narrador sobre el cierre-, ¿o sí?". En parte no, en parte sí, así de complejas son estas cuestiones acerca de la libertad que About freedom aborda con sencillez, belleza, talento y eficacia. Pero lo que con certeza queda demostrado es que en la vida real y con más criterio que dinero puede hacerse un corto muy atractivo, lleno de palabra, fresco y soleado, sin amenaza de calladas lluvias.
10 comentarios:
Comparto el punto de vista en materia de cine local y, puntualmente, en tu referencia a los cortometrajes. Suelo quedarme ante la pantalla cuando I-Sat los anuncia, es una manera de escudriñar en esos pequeños universos, tal me parecen.
No tuve la oportunidad de espiar en éste de tu post, pero a juzgar por la excelente descripción hubiera experimentado las mismas emociones.
Gran post, estimado Cinzcéu.
Más allá del cortometraje que motiva la nota -el cual no tuve la oportunidad de ver-, esa intro en la que desmenuzás y exhibís las miserias de cierto cine argentino es contundente y muy cierta.
En lo que a mí respecta, debo haber visto muy pocos cortometrajes argentinos, al punto tal que no recuerdo el título ni autoría de ninguno. Pero sí puedo referirme al largometraje nacional.
En mi opinión, más allá de cierto cine de grandes audiencias bien hecho (como el de Burman, Szifrón, Cateano y hasta algún Campanella) me cuesta encontrar en el cine argentino algo que me motive y que me coloque en ese lugar tan genuino e inocente de espectador dispuesto a vivir un relato bien contado. Y la principal distancia es esa impostación constante, esos personajes de cartón, esos diálogos sacados de borrador de colegio secundario que nunca terminan de conectar conmigo. Digo: muchas películas locales, microscópicas, secundarias... con unas pretensiones de grandiosidad, de seriedad, que quedan -como poco- torpes. Me gustaría encontrar un cine argentino independiente que no intente ser, como se dice, "más grande que la vida".
Pero mi comentario se está volviendo muy largo así que mejor lo dejamos para la próxima.
hemos visitado tu blog lo encontramos fascinante, si tienes un momento entra en el nuestro, el mas irreverente, iconoclasta, ecléctico y libertario
http://telamamaria.blogspot.com
en Reus - Catalunya
gracias por todo
Hang: Yo también me quedo, a veces, a escudriñar esos pequeños universos de Cortos I-Sat que en general me suscitan puteadas (nadie está a salvo del masoquismo). Gracias por tu lectura y saludos.
Fede: Tampoco recuerdo títulos ni autorías pero en general apestan. Es verdad que acá hay un "cine de grandes audiencias bien hecho" al que agregaría unos Aristarain, Bielinski, Sorín y algunas varias cosas sueltas. El cine debería trabajar para ser "más chico que la vida" porque para grande ya está la vida... ¿no? Gracias por la visita (y elogio) y hasta la próxima.
Té la mà Maria: Yo tampoco he leído nunca tu blog pero también lo encuentro fascinante. Claro que tengo un momento (más de uno) pero, visto tu comentario, lo usaré para otra cosa. A mi criterio lo "irreverente, iconoclasta, ecléctico y libertario" implica cierta coherencia y ubicación, aún respecto de lo que se irreverencia, se destruye, se mixtura y ¿se liberta?. Saludos.
Excelente análisis, que supera lo argentino, he visto cortos de cualquier lugar que caen en el mismo vicio, aunque los locales parecen competir para ver quien es más forzado.
No vi About freedom, así que no puedo opinar al respecto, pero parece ser uno de esos pocos que merecen verse. Por lo general paso de largo por los cortos I-Sat, ya que su densidad me embola. No es lo mismo seguir el vuelo de una pluma que cierra la historia de Forrest Gump que ver un corto que "es" el vuelo de una pluma. Un beso.
Evito mirar cortos, me aburre justamente eso de tener que adivinar lo que el director quiere decir y no lo hace con palabras...
Con respecto al cine argentino, aquí llegan pocos films y solo de los "comerciables", pero recuerdo que para un trabajo especial que mi hijo tuvo que hacer para la clase de español sobre el lunfardo, eligió la película "nueve reinas" que vió unas 10 veces tratando de entender y con nuestra ayuda la forma de lenguaje y no criticó el lunfardo sino justamente la forma absurda de querer explicar una historia con imágenes y diálogos de mala calidad, teniendo un idioma tan amplio.
Saludosss!!
Grismar: Algunos cortos ni siquiera llegan a "ser" algo tan bello y sugerente como podría ser sólo el vuelo de la pluma en Forrest Gump. Digamos que son como una sucesión de planos fijos y eternos de una pluma... quieta. Un beso.
Maun: Y eso que Nueve reinas es de lo mejorcito del cine nacional para grandes públicos, ¡imaginate cómo será el resto! De hecho hay algunos films que ni su director soportaría ver, ya no 10 veces... sin dos. Un beso.
Esto de los cortos se parece a veces a cuando un escritor de renombre no es capaz de escribir un buen libro y lo llama "ensayo". Saludos.
Excelente análisis, como ya se ha dicho, y cargado de una ironía que ya desearíamos los mexicanos para observar críticamente el estado de nuestro cine. Acá ni siquiera hay esa cosa de cine comercial, inteligente y bien hecho, que permite a autores con algo qué decir (aunque sea sobre su propio ombligo) tener cierta resonancia entre el público. Y con el corto pasó lo mismo. Hubo una época, a principios de los 90s, en que la salud del cine mexicano estaba en su corto. En aquel entonces Carlos Carrera ganaba la Palma de Oro por una animación de 5 minutos sobre un suicidio en el metro; luego grandes de la literatura como Rulfo o Yañez, tuvieron sus equivalentes en cortometraje. Este era el medio para experimentar con las convenciones que definen el propio medio; no sólo un examen necesario para graduarse y acceder a la posibilidad del largometraje. Incluso, hubo un gran cineasta, Rubén Gámez, que ante la imposibilidad de hacer largos, se dedicó a dinamitar muchas fascetas de la identidad nacional a través de ejercicios de no más de 5 minutos. Luego, pasó lo que tú dices: los cortos se volvieron chiste, en los que los últimos 5 minutos resolvían con facilidad un dilema de no muchos vuelos. Como si el director quisiera parecer (hacerse) el chistoso... Más allá de todo lo que dices sobre este género, me quedo pensando tu reflexión sobre si el cine es contar una historia con imágenes y cuál es el lugar del lenguaje en esta tiranía de la mirada. De momento, pienso en la estilización del lenguaje que hace Paz Alicia Garciadiego para las películas de Ripstein: este lenguaje es rabiosamente mexicano, pero está fracturado y alienado de tal forma, que se vuelve un comentario irónico sobre lo que callamos cuando hablamos y sobre lo que decimos cuando callamos. La imagen, en este caso, convive en armonía con esos textos muy teatrales, muy irónicos, recitados con la parsimonia de quien cumple una ceremonia de autoinmolación... De todos modos, me sigue gustando lo que hace Burman, Sorín, lo que hacía Bielinski, Ezequiel Acuña (me conmovió mucho "Nadar solo"), lo de Lucrecia Martel (cuando vi "La ciénaga" por primera vez, la odie, y luego fue otra cosa revisarla; "La niña santa" fue una experiencia me nos intensa, pero creo que más depurada)... Un abrazo: me encantó lo que escribiste
Vitore: Con los cortos a veces pasa eso, pero es más frecuente que un director novel e ignoto, por razones de costo y talento (ambos bien cortos), "ensaye" con nuestro tedio. Un abrazo.
Mario: México ha dado un film "comercial, inteligente y bien hecho" (aunque no sólo eso) que es uno de los mejores que vi: Amores perros. También un experimento humilde e interesante (aunque un poco "ombliguista") titulado La tarea. También otros que no pude seguir de tan aburridos y ni retuve su nombre. De esos hay muchos acá, allá y acullá. Gracias y saludos.
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