El desagradable sonido del timbre la despertó. “Tengo que cambiarlo” pensó mientras miraba el reloj: 7:20 de la mañana. Se dijo que nadie en su sano juicio vendría a despertarla un domingo a las 7:20 de la mañana. Miró la cuna donde Julia, su hija de 5 meses, seguía durmiendo plácidamente y decidió imitarla.
Un nuevo y ya insoportable zumbido acompañado esta vez por golpes en la puerta le dijo que tendría que levantarse.
Observó por las hendijas de la ventana, era la hija de Estela.
Estela, su vecina, una inteligente mujer de casi 70 años, había muerto hacía una semana de "muerte natural", significase lo que significase. Conocía a su hija superficialmente, de haber intercambiado un par de palabras esas pocas veces que iba a visitar a su madre.
Abrió la puerta protegiéndose del sol, despertándose.
"Disculpame que te moleste a esta hora", se apresuró a decir, "pero ya entregamos la casa de mamá y quise despedirme".
Se preguntó cómo habrían hecho para vender el enorme caserón de Estela en tan poco tiempo, pero se calló, no eran cosas de ella. Se despidió diciéndole cuánto lamentaba la muerte de su madre, lo cual era absolutamente cierto, durante casi 10 años habían establecido una relación profunda, llena de complicidades y apoyo mutuo.
La hija asintió con la cabeza y continuó: "también quería darte ésto, mamá dejó dicho que era para vos" y le extendió un paquete cerrado sobre el cual en grandes letras negras se leía la indicación de entregárselo.
Ella lo tomó y la miró interrogante. "No tengo idea, parece un libro" dijo la hija con una sonrisa y se despidió.
Cerró la puerta, fue hasta la cocina y preparó un café dejando el paquete sobre la mesa, con una incomprensible molestia. Frente a la taza de café vacío, y ya por su tercer cigarrillo se decidió y lo abrió. Era un viejo cuaderno que había visto alguna vez.
"Es mi Diario, donde digo lo que no quiero decir" le había explicado Estela cuando la sorprendió escribiéndolo.
"¿Por qué a mí?" se preguntó. No se atrevió a abrirlo. Quizás quiso dejarle su vida, que la conociera profundamente. Pero Estela confiaba en ella, y dejarle ese diario sería la forma de asegurarse de que nadie lo leería, que estaría tan protegido como mientras vivía. Se debatió entre el deseo de leerlo y la idea de que ese era también el deseo de su amiga, y su compromiso.
“Digo lo que no quiero decir” recordó, y comprendió que no podría violar su confianza. Lo envolvió en el mismo papel, agregó otro que lo protegiera. Escuchó el contundente llanto con el que Julia la reclamaba y dejó el Diario en un cajón. Antes de cerrarlo tuvo un instante de temor, tomó un lápiz y con grandes letras negras escribió sobre la envoltura un “NO” que evitase que el tiempo y la distancia de Estela en su memoria la hicieran caer en la tentación de leerlo. Cerró el cajón y fue a buscar a su hija.
Julia entró en la silenciosa casa de su madre. Su muerte la había tomado por sorpresa aunque supiera que estaba enferma. Había decidido ir sola, y tomarse el tiempo que necesitara, aún no asimilaba la idea de que no estaría más en sus días y no podía evitar el rechazo al tomar esos objetos que le pertenecían. Pronto cumpliría 40 años pero sentía un absurdo temor de ser descubierta como cuando era chica y jugaba con esos mismos objetos, que sabía prohibidos.
Comenzó a guardarlos, deteniéndose en algunos que provocaban recuerdos, y descubriendo que tocaba por primera vez muchos de ellos que hasta ese momento sólo formaban parte de una imagen de esa casa y de su madre.
Abrió un cajón y encontró un paquete que parecía un libro, con un extraño “NO” en el papel que lo envolvía. Lo abrió con curiosidad y comprendió de inmediato que era un Diario. Se dijo que ese “no” no era para ella, su madre confiaba lo suficiente como para no tener nada que ocultarle.
Se preparó un café, se sentó en el sillón junto a la ventana donde su madre solía sentarse a leer, encendió un cigarrillo y lo abrió.
En pocas líneas se dio cuenta que no había sido escrito por su madre, era de Estela, aquella amiga de la que le había hablado varias veces. Comprendió el significado de aquel “NO” y lo cerró, pero antes de guardarlo sintió curiosidad por ver la fecha final, por saber desde cuándo su madre conservaba intacta aquella confianza.
Abrió las últimas páginas y descubrió que no era la anotación de un diario privado, que estaban dirigidas a su madre.
Un nuevo y ya insoportable zumbido acompañado esta vez por golpes en la puerta le dijo que tendría que levantarse.
Observó por las hendijas de la ventana, era la hija de Estela.
Estela, su vecina, una inteligente mujer de casi 70 años, había muerto hacía una semana de "muerte natural", significase lo que significase. Conocía a su hija superficialmente, de haber intercambiado un par de palabras esas pocas veces que iba a visitar a su madre.
Abrió la puerta protegiéndose del sol, despertándose.
"Disculpame que te moleste a esta hora", se apresuró a decir, "pero ya entregamos la casa de mamá y quise despedirme".
Se preguntó cómo habrían hecho para vender el enorme caserón de Estela en tan poco tiempo, pero se calló, no eran cosas de ella. Se despidió diciéndole cuánto lamentaba la muerte de su madre, lo cual era absolutamente cierto, durante casi 10 años habían establecido una relación profunda, llena de complicidades y apoyo mutuo.
La hija asintió con la cabeza y continuó: "también quería darte ésto, mamá dejó dicho que era para vos" y le extendió un paquete cerrado sobre el cual en grandes letras negras se leía la indicación de entregárselo.
Ella lo tomó y la miró interrogante. "No tengo idea, parece un libro" dijo la hija con una sonrisa y se despidió.
Cerró la puerta, fue hasta la cocina y preparó un café dejando el paquete sobre la mesa, con una incomprensible molestia. Frente a la taza de café vacío, y ya por su tercer cigarrillo se decidió y lo abrió. Era un viejo cuaderno que había visto alguna vez.
"Es mi Diario, donde digo lo que no quiero decir" le había explicado Estela cuando la sorprendió escribiéndolo.
"¿Por qué a mí?" se preguntó. No se atrevió a abrirlo. Quizás quiso dejarle su vida, que la conociera profundamente. Pero Estela confiaba en ella, y dejarle ese diario sería la forma de asegurarse de que nadie lo leería, que estaría tan protegido como mientras vivía. Se debatió entre el deseo de leerlo y la idea de que ese era también el deseo de su amiga, y su compromiso.
“Digo lo que no quiero decir” recordó, y comprendió que no podría violar su confianza. Lo envolvió en el mismo papel, agregó otro que lo protegiera. Escuchó el contundente llanto con el que Julia la reclamaba y dejó el Diario en un cajón. Antes de cerrarlo tuvo un instante de temor, tomó un lápiz y con grandes letras negras escribió sobre la envoltura un “NO” que evitase que el tiempo y la distancia de Estela en su memoria la hicieran caer en la tentación de leerlo. Cerró el cajón y fue a buscar a su hija.
Julia entró en la silenciosa casa de su madre. Su muerte la había tomado por sorpresa aunque supiera que estaba enferma. Había decidido ir sola, y tomarse el tiempo que necesitara, aún no asimilaba la idea de que no estaría más en sus días y no podía evitar el rechazo al tomar esos objetos que le pertenecían. Pronto cumpliría 40 años pero sentía un absurdo temor de ser descubierta como cuando era chica y jugaba con esos mismos objetos, que sabía prohibidos.
Comenzó a guardarlos, deteniéndose en algunos que provocaban recuerdos, y descubriendo que tocaba por primera vez muchos de ellos que hasta ese momento sólo formaban parte de una imagen de esa casa y de su madre.
Abrió un cajón y encontró un paquete que parecía un libro, con un extraño “NO” en el papel que lo envolvía. Lo abrió con curiosidad y comprendió de inmediato que era un Diario. Se dijo que ese “no” no era para ella, su madre confiaba lo suficiente como para no tener nada que ocultarle.
Se preparó un café, se sentó en el sillón junto a la ventana donde su madre solía sentarse a leer, encendió un cigarrillo y lo abrió.
En pocas líneas se dio cuenta que no había sido escrito por su madre, era de Estela, aquella amiga de la que le había hablado varias veces. Comprendió el significado de aquel “NO” y lo cerró, pero antes de guardarlo sintió curiosidad por ver la fecha final, por saber desde cuándo su madre conservaba intacta aquella confianza.
Abrió las últimas páginas y descubrió que no era la anotación de un diario privado, que estaban dirigidas a su madre.
Leyó las sospechas que Estela había detallado para su madre hacía casi 40 años: la insistencia de su hija en vender esa casa que Estela quería conservar, su malestar físico después de cada una de las extrañamente frecuentes visitas de esa hija en los últimos días, la denuncia que no podía expresar porque mientras sentía que envenenaban su cuerpo se destruía todo lo que le daba sentido a su vida.
Un trueno la sobresaltó y el Diario cayó de sus manos, quedando abierto en precario equilibrio sobre su falda.
Se quedó unos instantes mirando hipnotizada la frase final: “si este Diario llega a vos en los próximos días sabrás que tenía razón y lo que debés hacer, no puedo confiar en nadie más para que haga justicia”.
Mientras el viejo cuaderno caía al suelo, cerrándose, Julia levantó la vista hacia la ventana. Había comenzado a llover.
Un trueno la sobresaltó y el Diario cayó de sus manos, quedando abierto en precario equilibrio sobre su falda.
Se quedó unos instantes mirando hipnotizada la frase final: “si este Diario llega a vos en los próximos días sabrás que tenía razón y lo que debés hacer, no puedo confiar en nadie más para que haga justicia”.
Mientras el viejo cuaderno caía al suelo, cerrándose, Julia levantó la vista hacia la ventana. Había comenzado a llover.
12 comentarios:
Esto se dice una y otra vez en los blogs cuando se quiere hacer un comentario que no sea el también repetido una y otra vez 'me ha gustado mucho'... sin embargo, lo diré a fuer de ser repetitivo. Es lo mejor que he leido en meses. Enhorabuena y un beso.
¡ ... !
Más de lo mismo, Grismar, un relato genial.
Un saludo
Es un relato conmovedor. Muy, muy bueno.
Muy buen relato que habilita incertidumbres radicales respecto de la confianza, el respeto, la curiosidad, el deseo y cierta relatividad de las éticas. Y, por supuesto, del propio término "no" que nunca se sabe bien qué niega ni para quién. Dijo la crítica: "Grismar, con vuelo propio, convoca a una suerte de Sartre antes de la lluvia".
Precioso
Uno se impregna de esa sustancia rancia, amarillenta, grasosa, humeante de café y cigarrillo mal apagado. De ese olor, esa pátina que deja el recuerdo de la ausencia de un ser querido. Aquí la muerte es un secreto, un misterio que se devela inutilmente, mientras llueve más allá de la cocina.
Me ha gustado mucho ese asesinato cotidiano y simple, esa falta absoluta de justicia.
Vitore: ésto se dice una y otra vez...sin embargo lo diré a fuer de ser repetitiva: gracias.
1+: ...
Cobre: más de lo mismo: gracias.
Hang_Tucker: muy, muy agradecida.
Cinzcéu: nunca se sabe qué niega ni para quién, lo correcto suele ser sólo un punto de vista.
Filomena: un placer leerla por aquí, muchas gracias.
Mono: siempre empieza a llover.
Besos a todos.
¡Estupendo! Casi se puede leer el diario a la luz del relámpago.
Maun: gracias, quizás el acento esté muy marcado ¿o habrás querido decirme que soy monotemática?.
Emilio: me encantó que casi se pueda leer a la luz del relámpago, gracias.
Un beso a ambos.
Un gran relato, un final intrigante!
Qué habilidad para describir las sensaciones, los deseos y emociones!
Volveré para leer otros ;-)
Marcos: gracias, vuelva cuando guste, abrimos las 24 hs.
un beso
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