sábado, abril 29, 2006

Baldosas

Días atrás recordé este ejercicio literario de hace unos doce años que evoca una escena de hace treinta y cuatro. Lo creí perdido hasta que lo hallé en un viejo diskette, archivado en el raro formato del Chi Writer 3.12 for DOS que por entonces usaba y que hoy resulta inconvertible a nada excepto mediante una tediosa edición artesanal. Debido a esta feliz recuperación o a que simplemente tengo ganas, lo publico sin enmiendas ni más comentarios.

Algunas baldosas están partidas y pequeñas briznas de pasto proliferan a partir de sus grietas. En otros casos, las matas nacen y se abren paso en las juntas no siempre regulares de unas con otras. El sol de la tarde cae vertical. Hierve el alquitrán sobre el pavimento. Uno puede moldearlo con la punta de los dedos.
Aprovecho que la hierba está demasiado alta para prescindir de la máquina cortadora. Recurro entonces a tu vieja hoz, cuya hoja ennegrecida remata el mango de palo que vos mismo le hiciste. Una gota de sudor resbala lentamente por mi sien, bruscamente se detiene, vuelve a correr sobre la piel para incomodarme al meterse en mi ojo. Porque es salada, me recuerda una lágrima. Las cejas retienen aquellas que brotan abundantes de la frente. Cuando de tanto en tanto hago un alto en la tarea, el dorso de mi antebrazo desnudo las enjuga.
Con precaución y firmeza sostengo la herramienta con la mano izquierda. La luz del sol relumbra de vez en cuando sobre el filo metálico. Con mi otra mano sujeto la piedra porosa, frágil y liviana. Una vez por arriba, la siguiente por debajo, siempre hacia afuera, la piedra frota la hoja. Acompaña la forma de la curva, recorre todo el largo del filo. Una vez por arriba y la siguiente por debajo. Siempre hacia afuera. La hoja vibra y el sonido provocado se expande y atraviesa el aire caliente. Es más grave cuando la fricción se produce junto al mango y se agudiza a medida que la piedra se aproxima a la punta. Parece flotar en la quietud de la siesta. Continúa resonando aún cuando ya me detuve.
Distingo el chasquido de la hoja contra el aire del de la hoja contra el pasto. La hoz secciona la hierba y los delgados tallos cortados alfombran progresivamente la superficie cuadrangular. El calor es tan intenso que en minutos comienza a secarlos y puedo contrastar el verde original de las plantas del tono amarillento que adquiere el manto que las recubre.
A veces mi torpeza permite que la herramienta muerda la tierra. Otras, el filo tropieza contra una piedra oculta por los pastos. Reúno con el auxilio de la escoba las briznas cortadas y construyo con ellas un único montículo.
Tomo ahora tus tijeras de podar. Son de hierro, oscurecido por el trabajo y el tiempo. Quito la funda de cuero, también ennegrecida por el paso industrioso de los años. Donde el césped se une al borde de baldosas, dibuja una línea irregular. Calzo la punta de la tijera junto al filo de la última baldosa. Porque soy diestro y con el fin de facilitar la labor, es preciso que el rectángulo de pasto permanezca a mi derecha y la vereda embaldosada a mi izquierda.
Acuclillado bajo el sol, me escurro una vez más el sudor del rostro con el brazo. Observo revolotear una abeja alrededor de la pequeña parva de pasto. Además de su zumbido, sólo se escucha el motor esporádico de algún auto que circula lejos, sobre la avenida, y aún más espaciado el sonido de los trenes que detienen y reinician su marcha. Acciono las tijeras y con leves movimientos de muñeca voy arrojando los recortes sobre mi costado derecho. Descubro una raya divisoria entre pasto y vereda que no siempre logro mantener pareja y recta.
Utilizo ahora la punta de las tijeras para escarbar las grietas entre las baldosas y arrancar de raíz la ínfima maleza que insiste en desarrollarse. El pliegue entre el pulgar y el índice de mi mano derecha, donde la piel toma contacto y presiona sobre las tijeras, progresivamente se enrojece, duele, hace lugar a una gruesa ampolla que se rompe antes del final de la tarde.
El clima se hace menos sofocante cuando el sol comienza a declinar. Trabajosamente sostengo la escoba con la mano lastimada y elimino todo resto de pasto, raíces y tierra acumulado sobre la vereda. Sobre las largas y secretas raíces del pino, cada vez son más las baldosas que observo quebradas. Levanto una de ellas, ya desprendida. Debajo, protegida por la humedad del suelo y la sombra de las ramas, anida una colonia de bichos bolita.
Estoy cansado y satisfecho. En la estación suena un silbato. Un pájaro canta o grita. El trabajo luce como si estuviese terminado. Esta tarea que el último invierno vos dejaste para siempre y con orgullo infantil yo acerté a continuar.
Pero el trabajo, abuelo, nunca está terminado. Será tal vez porque debajo de las baldosas, en las juntas de las baldosas, aquellas raíces incontrolables no dejan de empujar.

Cada uno sabe sobre qué pequeña historia se largará a llover.

10 comentarios:

Grismar

Me encanta que hayas rescatado esta pequeña historia. Si levantás un par de baldosas seguro vas a encontrar un par más que esperan ser rescatadas antes de que llueva. Un beso.

Anónimo

El principio del relato me hizo recordar a una anécdota muy reciente en que un amigo se mudo a una casa que llevaba muchísimo tiempo sin habitar. El jardín con los años se había transformado en una jungla, era el impenetrable del Chaco. Y abajo de todo encontramos que había una caminito de baldosas, entre una y otra eran árboles los que habían crecido.

Isa

La maravilla de las pequeñas historias y sus raíces profundas. Siempre, de algún modo, vuelven. (Y qué bueno que así sea).
Gracias por compatirlo, Cinzcéu.

Cinzcéu

Grismar: Tarde o temprano iba a ser un texto a rescatar antes de la lluvia. Gracias por tu lectura previa y un beso.
Paterna: Así son las plantas de insistentes y metafóricas: valga el ejemplo de su galería de árboles voraces.
Isa: Las historias pequeñas tienen profundas raíces: valgan sus relatos sobre el tomateo. Gracias por comentarlo.

Marcos Bauzá

Me fascina el modo y la calidez que utilizas para describir los espacios y sin quererlo las palabras dejan de ser vacuas para cobrar forma en mi mente y tranformarse en imágenes.

Al comenzar a leer esto ayer, me pareció entrever la sonrisa de paterna y su gusto por los árboles glotones.

Será que esto es solo el anticipo de aquel gusto de ese joven del barrio de la Paternal. No lo se, pero el cielo se oscurece y pronto empezará a llover.

Vitore

Enhorabuena por la bellísima historia; cinzcéu. Y por qué no; enhorabuena al fabricante del disquette y al inventor del programa Chi Writer 3.12 for DOS. Entre "los tres" nos habéis devuelto ese relato/baldosa tan escondido bajo la hierba del tiempo. Un abrazo.

Anónimo

Magnífico relato Cinzcéu!...

1+

Ejercicio que yo hubiera sido incapaz de hacer (no tanto el literario como el práctico de continuar la tarea del abuelo)
Felicitaciones y muchísimas gracias por ambos

Anónimo

Una maravilla. Podrían comentarse tantas cosas... porque tu relato evoca y llama a cientos de recuerdos que se agolpan y empujan para salir a la superficie.
Pero rescato el amor al trabajo, el cuidado que se hereda y no por genéticas razones, la ternura que se contagia y que da sentido a la vida.
Aunque no hay ninguna intención didáctica, me parece -hoy más que nunca- un relato dulce pero aleccionador. Me ha encantado y ayudado.

Cinzcéu

Marcos, Vitore, Hang, 1+, Maun y Mono: Muchas gracias por tan amables comentarios y me alegro que les haya gustado. Saludos a todos.