viernes, febrero 03, 2006

El cielo puede esperar

Alejandro cumplirá 23 años. Vivió casi dos en una cárcel. Lo conocí hace un tiempo, a él y a su madre.
La noche que cumplía 21 años decidió festejar con amigos en un pool. Casi al amanecer se fue caminando con tres amigos, hasta que los detuvo la Policía de la Provincia de Bs As. Tenían documentos, aliento a alcohol y porros en los bolsillos. Se los llevaron. Supusieron que tendrían que aguantar que se sacaran las ganas de golpearlos y después de unas horas los liberarían, eso ya era casi un ritual de sábado a la noche. No contaban con las marchas de Blumberg.
En ese momento Blumberg y sus aliados copaban todos los medios con sus reclamos de "justicia" fascista que implicaba "mayores atribuciones a la Policía", un formulismo para decir que tuviera carta blanca para seguir violando los derechos que desde siempre violaban en silencio. En ese momento los votos dependían de quién fuese capaz de mostrarse más duro, más inflexible, ser "garantista" se convirtió en mala palabra.
Alejandro sólo había ido a festejar su mayoría de edad, no tenía idea de que aquello que pasaba en los noticieros cambiaría su vida.
El juez que intervino, con sus dos causas abiertas por corrupción, decidió que no saldrían, que irían a juicio. La "Justicia" estaba siendo muy cuestionada, tenían que demostrar que trabajaba.
Los siguientes 18 meses ese juicio pasó de una instancia a otra, sin llegar a ninguna sentencia, mientras Alejandro vivía cada día dentro de una jaula.
"Los penales están desbordados" respondió el fiscal cuando su madre exigió que lo saquen de la comisaría en la cual estaba hacía 6 meses. Era la comisaría de Presidente Perón, un lugar preparado para albergar 12 detenidos por unas horas, en la cual convivían desde hacía años más de 60. Un recinto único, de unos 8 x 12 metros, sin ventanas, sin patios, cuya única privacidad eran una mantas colgadas que formaban una suerte de campamento. Dentro de esas "carpas" podían aislarse apenas de los demás por algunas horas. Sólo una conciencia extrema de la obligación de tolerarlo todo pudo lograr que esos 60 hombres conviviesen en esas condiciones sin matarse unos a otros. El sol era algo que se filtraba por una claraboya en el techo por unos pocos instantes. El cielo era apenas luz o sombra en ese pequeño cuadrado opaco. Aprendieron a aislarse desconectándose de su entorno, sólo así podía uno dormir mientras otro jugaba "un picadito" con una pelota de papel y otro escuchaba la radio.
"Cada papel tarda tres meses en pasar de un cajón a otro del mismo escritorio" me contaba la madre de Alejandro consumida por la impotencia. Y no era porque no tuviese un abogado, había gastado hasta el último centavo y se había endeudado por varios años para pagarle a un "buen abogado" que sólo le decía que fuese paciente, que "en la actual situación del país...".
El 31 de diciembre en la casa de Alejandro esperaron todo el día y la noche que él llamase por teléfono. Le habían llevado la tarjeta necesaria para hacerlo, y él llamaba al menos una vez por semana. Cuando se hicieron las 12 de la noche la madre me dijo: "algo le pasó, lo sé". Traté de explicarle que era su paranoia, su angustia, que posiblemente los teléfonos estaban saturados, que quizás ese día no les habían permitido usarlos, ya que implicaba que un guardia acompañase uno a uno a los detenidos hasta el aparato, en una oficina fuera de las celdas. Pero ella insistía "algo le pasó". Al día siguiente le respondieron que "no podemos dar información de los detenidos, pero todos se encuentran en buen estado de salud". Ella sabía muy bien que sólo dirían eso si había pasado algo. Luego lo supo: la noche del 31 tres detenidos planeaban escaparse aprovechando el festejo de medianoche y alguien los denunció. A las 23:30 llegó una "brigada especial" cuya única acción fue destruir todo lo que los detenidos tenían, llegando a perversiones como romper cartas y fotos familiares, y, por supuesto, golpearlos hasta agotarse, con más ganas esa noche porque les habían arruinado el festejo. La idea era simple: "éstos saben quiénes son lo que se iban a rajar, si no hablan que se jodan". Y sí, Alejandro sabía quienes pensaban escaparse, pero no iba a decirlo, no sólo por no ser buchón, ni por espíritu de cuerpo, solidaridad o lealtad, sabía que si hablaba sufriría las represalias de los de "adentro", y si callaba de los de "afuera". Y las de afuera le daban un poco más de seguridad, quizás no lo matarían para evitar consecuencias legales, su caso ya estaba en un juzgado.
La madre de Alejandro comprendió en ese momento que no debía seguir esperando que actúe la "Justicia" e instruyó a su abogado para que deslice dentro del Tribunal que llevaba la causa que su cliente estaba "fuera de control" y se estaba comunicando con algunos conocidos periodistas para llevar el caso a los medios. Unos días después recorrió los 80 km que la separaban de Presidente Perón y al llegar le informaron que su hijo ya no estaba allí. "No sabemos, tiene que preguntar en el Servicio Penitenciario" fue el único dato. En el Servicio Penitenciario le explicaron que "eso lo maneja el Tribunal actuante, debe preguntar allí", en el Tribunal actuante respondieron que "los traslados dependen del cupo que tenga el Servicio Penitenciario, consulte allá". Doce horas después Alejandro llamó por teléfono y supieron que estaba en el Penal de Junín, a sólo 600 km. Casualmente se había encontrado lugar allí, no en alguno de los tres Penales más cercanos.
Pero Alejandro estaba feliz, "estoy bárbaro, vieja, ya casi soy libre" le dijo el primer día. Los enormes pabellones, celdas para dos, y sobre todo el patio, ver por primera vez en seis meses el cielo, era la libertad. Él siempre decía que estaba bien, incluso cuando ella le preguntaba por qué tenía la boca partida o un vendaje en la pierna en la que había recibido un puntazo, siempre respondía sonriendo que eran "pavadas internas, no te preocupes".
Mientras tanto ella veía entrar y salir, o jamás entrar, a sacerdotes violadores, asesinos, corruptos de todos los niveles.
Un año más pasó antes de que el juez lo citase a declarar. Alejandro se presentó a la audiencia, se declaró culpable, el juez le dio sentencia hasta mayo de 2006 y firmó su inmediata libertad condicional. Era 28 de diciembre. Lo trasladaron directamente a la Unidad 9 de La Plata, para liberarlo "en cuanto llegue la notificación desde el Penitenciario, esta noche". Esa noche esperaron afuera de la Unidad, pero no salió. Cuando al fin encontraron una respuesta supieron que lo habían trasladado nuevamente a Junín, "un error en la orden, señora, el número de expediente judicial no coincide con el de la condicional", algún empleado del tribunal había puesto un 6 donde debía ir un 9. Era 28 de diciembre, quizás el empleado pensó que era una buena broma de Día de los Inocentes.
Al día siguiente en el Juzgado se hicieron cargo del error, lo solucionaron y enviaron la orden. Pero era 29 de diciembre, no había traslados programados, tendrían que esperar hasta el 30. 24 horas más encerrado con la libertad firmada por un juez hacía otras 24. Era un hombre libre que no podía salir, porque la liberación debía hacerse en la Unidad 9.
El 30 terminó, y Alejandro seguía detenido. "No hay móviles para el traslado, señora, es la fecha, tiene que esperar que den la orden para liberarlo allá, pero mañana empieza la Feria, así que hasta febrero no sé, no creo".
La madre de Alejandro sí sabía. Ese 31 de diciembre el juez se enteró que una loca pensaba encadenarse en la puerta del Tribunal y llamar a los medios. Milagrosamente llegó la orden para que un patrullero fuese a Junín a buscar a un detenido. Ninguna loca les iba a arruinar las vacaciones.
Alejandro sabe que, aunque casi todos prefieran ignorarlo, detrás de esas paredes todos los días llueve.

6 comentarios:

Cinzcéu

Hoy escuché que un muy reciente fallo de la Justicia bonaerense plantea que penar la tenencia de marihuana -u otras- para consumo personal contraviene los Derechos y Garantías de la Constitución Nacional. Es curioso cómo funciona eso que habría que llamar In-Justicia.

Rafa Franco

Es la Justicia de la Jungla. Y si los animales no supieran instintivamente como funciona todo en la jungla y dependieran de los medios, los depredadores estarian mas gordos.
Y hay que "agradecer" que los depredadores nos tiran un hueso de cuando en cuando. En general usan los nuestros de escarbadientes.

Anónimo

Si ya solo de leerlo uno se fastidia no puedo imaginar lo que sería vivirlo.
Increíble.

Vitore

Desgraciadamente; esta y otras similares; nunca serán noticia de portada en ningún periódico. Quizás merezca un lugar importante en algún diario argentino. En España; en Europa, esconderemos la cabeza como el avestruz, exactamente igual que la escondemos con nuestras vergüenzas. Excelente post; Grismar. Besos.

Grismar

Cinzcéu: sí, ahora vuelven a decir eso, y ya aparecieron los detractores, y volverán a hablar del tema unos meses para no quedar en nada, como siempre.
Peregrino: habría que ver si en hueso nos lo tiran o es que a veces se les cae alguno.
Paterna: por lo que pude ver, vivirlo era (y lo será aún para muchos) un infierno.
Vitore: no creas que somos tan distintos, pero aquí, en algunas épocas, los medios son "respetados" (o sea, robá pero no salgas en los diarios).
Besos.

Anónimo

Hola Grismar ;) aunque no tenga nada que ver con este increíble post que te deja pensando...
Te quería decir que te he invitado a un juego, por si te apetece hacerlo -sin ningún compromiso-
Buen finde y besitos a tí y a Cinzcéu