Alicia en el país
Cada tanto Alicia viene a visitarme, prepara unos mates y me habla de amores y política. Siempre la escucho en silencio, sé que sólo necesita decir algo.
En el 76 Alicia era adolescente, delegada de su escuela. Había militado en la Juventud Socialista desde que pudo conciliar sus ideales con un partido hasta que la dictadura militar proscribió toda militancia, y aún después.
Aprendió a disimular, a dividir su vida, ocultando su militancia de padres y amigos que no la comprenderían. Se repartió entre noches de rock y porros, y tardes en el local del partido, discutiendo el periódico. Aprendió a escapar de la policía a la salida de un recital y a llevar bolitas y limón a las marchas. "Las bolitas para los caballos y el limón para protegerte de los gases" explicaba cada vez que los mencionaba.
En aquel momento la lucha era un boleto secundario.
Una tarde de septiembre de ese año una conocida le dijo, susurrando: "ayer se llevaron a Víctor, a la noche, de la casa, le encontraron algunos periódicos y libros". Alicia recordó su habitación, en la que en perfecto desorden se mezclaban discos de Spinetta y Yes con textos del partido y Artaud. Pero no llegó a tener miedo. "Se llevaron" significaba que estaba preso, que no era culpable de nada, y que lo liberarían en unos días. Aún era muy adolescente.
En aquel momento, también, conoció a Pablo. Él tocaba la guitarra sentado contra un árbol de la plaza, ella se acercó y se quedó en silencio hasta que la miró interrogante. "Hola, soy Alicia", él bajó la vista, se miró y respondió "yo no". Alicia siempre dijo que se enamoraron en ese momento. Yo siempre pensé que la memoria y la magia se confundieron, pero qué importa.
Su doble vida se complicó un poco más. Desde hacía un tiempo tenía un novio "formal", amigo de amigos y reconocido por la familia. Ahora se ríe cuando recuerda cómo se sentía atrapada por esa relación, sin saber de qué modo cortarla.
Pero el amor es más fuerte.
1978, el mundial, las Madres dando vueltas por la Plaza. Pablo y Alicia ya habían aprendido que "se llevaron" significaba el vacío, la desaparición, la pregunta aún no respondida, aunque no concebían su magnitud. En esos años habían hecho el amor en todas las formas imaginables, en el sexo, la música, la poesía, las discusiones, cada acto, cada palabra y cada silencio, cada abrazo en el que Pablo le aseguraba que estaba a salvo. No había peligro, sabían que los rodeaba una realidad entrelíneas, agujeros negros se abrían de repente en su universo, y alguien ya no estaba, como los muñequitos de Los diez indiecitos de Agatha Christie, así de real, así de irreal. Pero ellos tenían todo resuelto, sus vidas y el mundo, ese mundo que se ahogaba y los necesitaba, eran invencibles, nada podría alterar lo inalterable.
Eran las 4:15 de la madrugada cuando la despertó un sonido absurdo. Tardó unos segundos en comprender que era el teléfono. No llegó a decir "hola" cuando la voz de la madre de Pablo estalló en su conciencia. "Se lo llevaron, andate, voy a buscarlo, lo único que pudo decirnos sin que lo vean fue: llamala". Y ella la llamó.
Diez minutos después Alicia salía de su casa, con un bolsito en el que no sabía qué llevaba, unos pesos en el bolsillo, y rumbo desconocido. Cuando llegó a la esquina vio que pasaban por la opuesta, rumbo su casa. Agradeció que respetasen no ingresar en contramano, o se hubiesen encontrado frente a frente, ella y su bolso y aquel auto verde oscuro sin chapa con cuatro hombres en su interior.
Días después supo que habían llegado pateando puertas, gritando, del único modo que sabían expresarse, como si esos gritos lograsen opacar la cobardía que escondían detrás de sus armas. Sus padres les dijeron que no sabían nada de ella desde hacía días, que creían que se había escapado con el novio.
25 de junio de 1978, final entre Argentina y Holanda, el que no saltaba era un holandés. Alicia sabía que Pablo posiblemente estuviese en la comisaría 1ra, en el centro. Supo que el partido había terminado cuando escuchó el grito, un único grito de miles.
En la calle todos se preparaban para llegar al centro, con sus banderas, su argentinidad y su alegría. Frente a la puerta de lo que había sido su casa desde aquella madrugada se detuvo una camioneta en la cual empezaron a subir vecinos, ese día viajarían gratis al centro. Sin pensarlo se trepó cuando ya estaba en movimiento.
Nunca había visto tanta gente, tanta felicidad, ella sólo quería abrirse paso hasta llegar a la comisaría, sólo para detenerse frente a ella, como si pudiese atravesar las paredes, quizás verlo por algún resquicio. Sabía que era torpe, pero sólo quería estar cerca, poder creer que estaba cerca.
Unos minutos después de observar ese portón se dio cuenta que desde ahí también la veían a ella, uno de los policías de guardia había dejado de agitar su banderita para mirarla con desconfianza. Comprendió que debía irse. Se mezcló en pocos segundos entre los miles de cuerpos que avanzaban hacia no sabía dónde como una única masa. En cuanto pudo se apartó, y se quedó observándolos desde un espacio extrañamente vacío cuando a su lado se detuvo un auto del que bajaron varios muchachos, no mucho más grandes que ella. Uno la miró, le puso una mano en el hombro diciéndole: "¿qué te pasa? ¿qué es esa cara? hoy es un día para festejar". Ella lo miró sin responder. Por un instante él pareció ver algo más, darse cuenta que algo más existía, ver el horror, la impotencia, el dolor sin nombre, y se detuvo, sin dejar de mirarla. Otro de los muchachos retrocedió, lo tomó por un brazo y se lo llevó gritando entre risas: "dejala, debe ser brasilera".
Cada tanto Alicia viene a visitarme, me habla del amor que no dejaron ser, y de política. Siempre la escucho en silencio, sé que sólo necesita sentir por unos instantes que dejó de llover.
En el 76 Alicia era adolescente, delegada de su escuela. Había militado en la Juventud Socialista desde que pudo conciliar sus ideales con un partido hasta que la dictadura militar proscribió toda militancia, y aún después.
Aprendió a disimular, a dividir su vida, ocultando su militancia de padres y amigos que no la comprenderían. Se repartió entre noches de rock y porros, y tardes en el local del partido, discutiendo el periódico. Aprendió a escapar de la policía a la salida de un recital y a llevar bolitas y limón a las marchas. "Las bolitas para los caballos y el limón para protegerte de los gases" explicaba cada vez que los mencionaba.
En aquel momento la lucha era un boleto secundario.
Una tarde de septiembre de ese año una conocida le dijo, susurrando: "ayer se llevaron a Víctor, a la noche, de la casa, le encontraron algunos periódicos y libros". Alicia recordó su habitación, en la que en perfecto desorden se mezclaban discos de Spinetta y Yes con textos del partido y Artaud. Pero no llegó a tener miedo. "Se llevaron" significaba que estaba preso, que no era culpable de nada, y que lo liberarían en unos días. Aún era muy adolescente.
En aquel momento, también, conoció a Pablo. Él tocaba la guitarra sentado contra un árbol de la plaza, ella se acercó y se quedó en silencio hasta que la miró interrogante. "Hola, soy Alicia", él bajó la vista, se miró y respondió "yo no". Alicia siempre dijo que se enamoraron en ese momento. Yo siempre pensé que la memoria y la magia se confundieron, pero qué importa.
Su doble vida se complicó un poco más. Desde hacía un tiempo tenía un novio "formal", amigo de amigos y reconocido por la familia. Ahora se ríe cuando recuerda cómo se sentía atrapada por esa relación, sin saber de qué modo cortarla.
Pero el amor es más fuerte.
1978, el mundial, las Madres dando vueltas por la Plaza. Pablo y Alicia ya habían aprendido que "se llevaron" significaba el vacío, la desaparición, la pregunta aún no respondida, aunque no concebían su magnitud. En esos años habían hecho el amor en todas las formas imaginables, en el sexo, la música, la poesía, las discusiones, cada acto, cada palabra y cada silencio, cada abrazo en el que Pablo le aseguraba que estaba a salvo. No había peligro, sabían que los rodeaba una realidad entrelíneas, agujeros negros se abrían de repente en su universo, y alguien ya no estaba, como los muñequitos de Los diez indiecitos de Agatha Christie, así de real, así de irreal. Pero ellos tenían todo resuelto, sus vidas y el mundo, ese mundo que se ahogaba y los necesitaba, eran invencibles, nada podría alterar lo inalterable.
Eran las 4:15 de la madrugada cuando la despertó un sonido absurdo. Tardó unos segundos en comprender que era el teléfono. No llegó a decir "hola" cuando la voz de la madre de Pablo estalló en su conciencia. "Se lo llevaron, andate, voy a buscarlo, lo único que pudo decirnos sin que lo vean fue: llamala". Y ella la llamó.
Diez minutos después Alicia salía de su casa, con un bolsito en el que no sabía qué llevaba, unos pesos en el bolsillo, y rumbo desconocido. Cuando llegó a la esquina vio que pasaban por la opuesta, rumbo su casa. Agradeció que respetasen no ingresar en contramano, o se hubiesen encontrado frente a frente, ella y su bolso y aquel auto verde oscuro sin chapa con cuatro hombres en su interior.
Días después supo que habían llegado pateando puertas, gritando, del único modo que sabían expresarse, como si esos gritos lograsen opacar la cobardía que escondían detrás de sus armas. Sus padres les dijeron que no sabían nada de ella desde hacía días, que creían que se había escapado con el novio.
25 de junio de 1978, final entre Argentina y Holanda, el que no saltaba era un holandés. Alicia sabía que Pablo posiblemente estuviese en la comisaría 1ra, en el centro. Supo que el partido había terminado cuando escuchó el grito, un único grito de miles.
En la calle todos se preparaban para llegar al centro, con sus banderas, su argentinidad y su alegría. Frente a la puerta de lo que había sido su casa desde aquella madrugada se detuvo una camioneta en la cual empezaron a subir vecinos, ese día viajarían gratis al centro. Sin pensarlo se trepó cuando ya estaba en movimiento.
Nunca había visto tanta gente, tanta felicidad, ella sólo quería abrirse paso hasta llegar a la comisaría, sólo para detenerse frente a ella, como si pudiese atravesar las paredes, quizás verlo por algún resquicio. Sabía que era torpe, pero sólo quería estar cerca, poder creer que estaba cerca.
Unos minutos después de observar ese portón se dio cuenta que desde ahí también la veían a ella, uno de los policías de guardia había dejado de agitar su banderita para mirarla con desconfianza. Comprendió que debía irse. Se mezcló en pocos segundos entre los miles de cuerpos que avanzaban hacia no sabía dónde como una única masa. En cuanto pudo se apartó, y se quedó observándolos desde un espacio extrañamente vacío cuando a su lado se detuvo un auto del que bajaron varios muchachos, no mucho más grandes que ella. Uno la miró, le puso una mano en el hombro diciéndole: "¿qué te pasa? ¿qué es esa cara? hoy es un día para festejar". Ella lo miró sin responder. Por un instante él pareció ver algo más, darse cuenta que algo más existía, ver el horror, la impotencia, el dolor sin nombre, y se detuvo, sin dejar de mirarla. Otro de los muchachos retrocedió, lo tomó por un brazo y se lo llevó gritando entre risas: "dejala, debe ser brasilera".
Cada tanto Alicia viene a visitarme, me habla del amor que no dejaron ser, y de política. Siempre la escucho en silencio, sé que sólo necesita sentir por unos instantes que dejó de llover.
11 comentarios:
Hay muchos que no encontrarán ningún motivo para festejar, y es entendible... vivieron lo inimaginable, algo que ojalá nunca tengamos que vivir en carne propia.
Che,querido, sobre vivir y no vivir, más vale estar vivo. El doctor de nuestro querido Mono está más bien perdido, preguntando lo de siempre...cuando le preguntan a uno en el médico cuando fue la última vez que estuvo feliz?...nunca, la felicidad también es remedio hasta después del partido.
Marcela: no sé a quién te referís con "che, querido", supongo que a Cinzcéu, en respuesta a un comentario suyo en el blog del Mono. Bueno, yo no soy "querido", (en todo caso sería "querida", pero tampoco), este no es el blog del Mono, y acabás de comentar en mi post, que habla de la vida, la muerte y la felicidad, pero no a las que te referís.
Creo que no sólo el doctor del Mono está un poco perdido.
Ojalá, Paterna, ojalá que nunca más.
El post me evocó, de algún modo, un extraordinario largometraje documental: (H) Historias cotidianas (Andrés Habegger, 2000). Más allá (¿o más acá?) de la necesaria denuncia, la necesaria justicia y el necesario nunca más, siempre están los cientos de miles de Alicias que han debido seguir con su vida y lo han hecho y han hecho digno aquello que otros se empeñaron en in-dignar. Así también se cuenta la Historia, así también se hace política y así también se vive. Gracias.
Por aquellos días yo estaba aprendiendo a andar y hablar. A ver si sirve para algo.
Precioso post; escalofriante post a la vez. Aunque ya voy teniendo mis añitos (49) sigo sin entender qué resortes utiliza la mente de los dictadores para ordenar arrestos, asesinatos y todo tipo de atrocidades contra sus congéneres. ¿Con qué soñará un dictador?. ¿Cómo será capaz de dormir?.
Que triste y doloroso para todos los que vivimos o morimos esa epoca, que importante que cada uno tenga su "alicia" que la reciba cuando llega y la deje hablar, para mantener nuestra memoria activa, nuestra mente alerta y nuestro corazon abierto. Saludos y excelente el post.
Querida Grismar. Es el mejor relato corto que he leído en mucho tiempo. Es una fotografía en blanco y negro. Me hiciste recordar, llorar en el medio y, sin embargo, me dejás con todas las pilas. No recuerdo ya cómo encontré este blog (y gracias a él a Guinõ) pero seguro que fue para llenarme de ese poder eléctrico que contienen las tormentas, antes de la lluvia.
No supe bien cómo expresarlo para que se entienda. Pero muchas, muchas gracias a Cinzcéu y a vos. Un gran abrazo para esa Alicia.
Cinzcéu: esas historias mínimas son las que recuerdan que no son números o estandartes políticos.
Pistacho: generalmente las cosas sirven cuando uno empieza a preguntarse si sirven.
Vitore: ¿dudás que duerman mejor que nosotros? soñarán con su poder, con su certeza de derecho, y con su perro. No tienen lo que hay que tener para no dormir.
Claris: gracias, estamos rodeados de Alicias, donde menos lo imaginamos (y de Pablos)
Querido Mono: se entiende perfectamente. Gracias, nuestras y de Alicia.
El relato, ademas de funcionar como un referente historico, algo así como mirar "la republica perdida" para saber algo de la historia que, por causas biologicas, no hemos podido vivir los menores de cierta edad,...
ademas de ello, es un cuento que te lleva sin esfuerzos. Algo así como la balada del alamo de Conti.
Y te deja pensando: en un sitio determinado, y al mismo tiempo, conviven personas con cabezas tan pero tan dispares!!! gente gritando el gol de kempes y gente buscando a quien daba sentido a sus vidas.
Decadas despues, sucedio lo mismo: simultaneamente a cada partido importante de futbol, surge la aprobacion o sancion de alguna ley controversial: esperaron al mundial de futbol para levantar la vigencia de la ley de subversion economica: mientras la gente veía Francia Senegal, en plena apertura del mundial, se sancionaba la ley de flexibilizacion laboral.
Sigo pensando en la misma canción que cité en otro comentario referido a cromagnon:
"la gente va muy bien para hacer la ola"
Me queda la triste conclusión que la democracia no existe, ni existirá. Para poder elegir libremente, primero, hay que conocer; y quienes tienen el poder se encargan de programar nuestro vacio mental.
Así como se saltaba para no ser un holandes en el 78, mientras circulaban los lobos de la muerte en esos falcon verdes,
el promedio de la gente planificaba su cambio de auto o sus vacaciones en brasil o en chile, mientras explotaban las bombas de la AMIA o de la embajada, o a manera de mi estandarte: la fabrica militar de rio tercero en cordoba.
pero la gente siempre estuvo haciendo la ola: muchos haciendose los pelotudos, cubriendose el rostro concientemente para no querer mirar. Pero estoy casi convencido que la gran mayoría NO VE, NI QUERIENDO.
Y en el 78, tristemente, seguro que muchos NO VEIAN NI QUERIENDO. Asi como es cierto que la gran mayoria de los norteamericanos estan convencidos que los terroristas son unos resentidos envidiosos de las bondades del pueblo americano (y no creeen que su gobierno sea responsable de tanta muerte evitable).
Los medios de comunicacion y las escuelas son el gran molde, y poca gente tiene la fortuna de crecer en un ambiente familiar donde los padres se encarguen de el desaprendizaje de sus hijos, para, una vez formateado el rigido, cargar un nuevo soft en sus cabezas.
Sin considerar la violacion por la fuerza de las libertades individuales mediante arrestos ilegales a cargo del estado terrorista, no creo que esta democracia sea muy diferente de otras formas totalitarias declaradas de gobierno.
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