Las cruces dejaron de llover
Tenía casi 8 años cuando descubrí que algo no era normal en mi vida. Todos mis compañeros de la escuela, el Teatro y el barrio se preparaban para el acto más trascendente de sus vidas: la comunión.
Cada domingo a la mañana recorría el barrio buscándolos, pero estaban en la misa de la Iglesia San José. Todos, excepto yo.
Un día le pregunté a mi mamá por qué yo no, y me respondió un apurado "porque no creemos en eso" y siguió peinándome porque "siempre llegás tarde". Asumí que no creía, pero aún no entendía en qué.
Recurrí entonces a mi padre, quien tenía una marcada tendencia por los largos discursos. Después de escucharlo más de media hora tuve una idea más clara: no creíamos en la Iglesia y él tampoco en Dios pero mi mamá sí, y en lo que yo quisiera creer cuando creciera estaría bien.
Cuando aún no había superado un dígito de vida no entendía la diferencia entre Iglesia y Dios, pero sí había comprendido que alguna debía existir.
Enfrenté por primera vez mi discordancia social: la comunión y posterior fiesta de cada uno de mis amigos. Me pregunté por qué se vestirían de novios/as, y saqué mi conclusión: "se casan con Dios".
Me preparé para lo que sería diferente, ellos accederían a algo que yo desconocía, y asumí que serían mejores (que antes y que yo), pero todo siguió igual. Definitivamente no comprendía.
Cuando alcancé los dos dígitos me dije que ya tenía edad para averiguar por mí misma de qué se trataba, y un domingo a la mañana fui a San José.
Me sentí inmensamente pequeña cuando entré en la iglesia, era un lugar enorme, el silencio se traducía en espacio, la imponente cruz al frente era atemorizante, aquí y allá los vitraux e imágenes de hombres que no sabía quiénes serían pero brillaban destruyeron toda mi seguridad, me sentí culpable por estar allí sabiendo que no creía, así que me propuse creer. Pero no lo logré.
Cuando llegó el cura que ofició la misa la magia terminó, era un hombre bajito, con rostro de cuervo, voz chillona y mirada aburrida.
Me ubiqué cerca del altar observando a mi alrededor para comprender el ritual e imitarlo. Nadie me había advertido que no podía interrumpir al cura cuando daba su sermón.
El hombre empezó a hablar. En un momento mencionó a Adan y Eva, y me sentí un poco mejor, esa parte la sabía, Adán, Eva, la serpiente y la manzana, pero cuando aparecieron Caín, Abel y la hermandad del mundo me confundí. Hice un cálculo mental, estaban el padre, la madre y los dos hermanos, uno mató al otro, y se fueron a otro lugar donde el sobreviviente se casó. Si no se casó con la madre, la serpiente o Dios, algo no cerraba. Como Papá Noel con pieles en verano.
"¿De dónde salió la esposa?" pregunté en voz lo suficientemente alta como para que me escuche. Una mujer vestida de negro a mi lado me dijo un rápido "callate, nena", pero insistí. "¡Señor!" le grité. Me miró con gesto de impaciencia y continuó su sermón.
En mi ignorancia lo llamé "Señor" y no "Padre". Después supe que ahí adentro el único señor era Dios, quizás por eso nadie me respondió. La mujer a mi lado me dijo que no fuera irrespetuosa y no interrumpiera al Padre. Entonces me callé.
Primer pecado: me hice preguntas y pretendí respuestas.
Conseguí una Biblia y me puse a leerla. Mientras tanto iba creciendo.
Ya era adolescente cuando llegué al punto final, de la Biblia y la Iglesia. Pero aún no me decidía por el ateísmo, quería creer en algo, pero no encontraba en qué.
Un timbrazo me puso frente a frente con dos amabilísimas mujeres que me explicaron que estaban allí para traerme La Palabra, y salvarme. Eran Testigos de Jehová.
Las escuché un rato, luego comencé a hacerles preguntas y a oponer sus argumentos con los míos. En un momento una de ellas, la más vieja, me dijo sonriente: "hacés preguntas que yo no puedo responder, tendrías que hablar con alguien que sepa más". De inmediato se apartaron un poco y discutieron las opciones. Volvieron y continuaron: "en este momento el único en la zona que podría darte esas respuestas es Alberto, así que vamos a transmitir tus dudas y vendrá a visitarte una de nuestras predicadoras". "¿Y Alberto?" pregunté sin entender. Con gesto de condescendiente obviedad me explicaron "Alberto es hombre".
Segundo pecado: me relacioné con hombres de igual a igual.
En algún momento la ciudad empezó a llenarse de seres extraños, siempre en pares, impecablemente vestidos, idénticos, con una valijita y un libro en la mano. Eran mormones. No tenía idea de lo que era eso, por lo tanto en cuanto se me acercaron me dispuse a averiguarlo. Estaban misionando, me explicaron que deben hacerlo por dos años en el país al que los envíen. Uno era peruano (un peruano rubio) y el otro de Miami (un miamense rubio). Me hablaron de la presencia de Jesús en América (del Norte, claro), de John Smith, y me preguntaron si me gustaría ver una foto de los Profetas. Cuando me la dieron los miré preguntándome/les si era una joda. Pero no, ese grupo de hombres de impecable traje, como Bill Clintones sonrientes, parecidos a ejecutivos de la General Electric, eran los Profetas modernos. Esos hombres cuidan el alma de los fieles.
Tercer pecado: vi agentes de Bolsa en los Profetas.
Indagué en religiones orientales, alternativas, no ortodoxas. Dejé de enumerar pecados cuando ya llevaba varias decenas, acumulados aquí y allá, esos primeros tres fueron mi cadena perpetua.
Por entonces ya había dejado atrás la adolescencia y mi curiosidad por aquel Dios tan funcional a los hombres. Me asumí como atea con cierta tendencia agnóstica. Ya había visto el poder de la Iglesia, de todas las Iglesias, su soberbia, su fascismo, sus crímenes.
Si acaso existiese algún Dios tengo algo en mi descargo: lo intenté.
Cada domingo a la mañana recorría el barrio buscándolos, pero estaban en la misa de la Iglesia San José. Todos, excepto yo.
Un día le pregunté a mi mamá por qué yo no, y me respondió un apurado "porque no creemos en eso" y siguió peinándome porque "siempre llegás tarde". Asumí que no creía, pero aún no entendía en qué.
Recurrí entonces a mi padre, quien tenía una marcada tendencia por los largos discursos. Después de escucharlo más de media hora tuve una idea más clara: no creíamos en la Iglesia y él tampoco en Dios pero mi mamá sí, y en lo que yo quisiera creer cuando creciera estaría bien.
Cuando aún no había superado un dígito de vida no entendía la diferencia entre Iglesia y Dios, pero sí había comprendido que alguna debía existir.
Enfrenté por primera vez mi discordancia social: la comunión y posterior fiesta de cada uno de mis amigos. Me pregunté por qué se vestirían de novios/as, y saqué mi conclusión: "se casan con Dios".
Me preparé para lo que sería diferente, ellos accederían a algo que yo desconocía, y asumí que serían mejores (que antes y que yo), pero todo siguió igual. Definitivamente no comprendía.
Cuando alcancé los dos dígitos me dije que ya tenía edad para averiguar por mí misma de qué se trataba, y un domingo a la mañana fui a San José.
Me sentí inmensamente pequeña cuando entré en la iglesia, era un lugar enorme, el silencio se traducía en espacio, la imponente cruz al frente era atemorizante, aquí y allá los vitraux e imágenes de hombres que no sabía quiénes serían pero brillaban destruyeron toda mi seguridad, me sentí culpable por estar allí sabiendo que no creía, así que me propuse creer. Pero no lo logré.
Cuando llegó el cura que ofició la misa la magia terminó, era un hombre bajito, con rostro de cuervo, voz chillona y mirada aburrida.
Me ubiqué cerca del altar observando a mi alrededor para comprender el ritual e imitarlo. Nadie me había advertido que no podía interrumpir al cura cuando daba su sermón.
El hombre empezó a hablar. En un momento mencionó a Adan y Eva, y me sentí un poco mejor, esa parte la sabía, Adán, Eva, la serpiente y la manzana, pero cuando aparecieron Caín, Abel y la hermandad del mundo me confundí. Hice un cálculo mental, estaban el padre, la madre y los dos hermanos, uno mató al otro, y se fueron a otro lugar donde el sobreviviente se casó. Si no se casó con la madre, la serpiente o Dios, algo no cerraba. Como Papá Noel con pieles en verano.
"¿De dónde salió la esposa?" pregunté en voz lo suficientemente alta como para que me escuche. Una mujer vestida de negro a mi lado me dijo un rápido "callate, nena", pero insistí. "¡Señor!" le grité. Me miró con gesto de impaciencia y continuó su sermón.
En mi ignorancia lo llamé "Señor" y no "Padre". Después supe que ahí adentro el único señor era Dios, quizás por eso nadie me respondió. La mujer a mi lado me dijo que no fuera irrespetuosa y no interrumpiera al Padre. Entonces me callé.
Primer pecado: me hice preguntas y pretendí respuestas.
Conseguí una Biblia y me puse a leerla. Mientras tanto iba creciendo.
Ya era adolescente cuando llegué al punto final, de la Biblia y la Iglesia. Pero aún no me decidía por el ateísmo, quería creer en algo, pero no encontraba en qué.
Un timbrazo me puso frente a frente con dos amabilísimas mujeres que me explicaron que estaban allí para traerme La Palabra, y salvarme. Eran Testigos de Jehová.
Las escuché un rato, luego comencé a hacerles preguntas y a oponer sus argumentos con los míos. En un momento una de ellas, la más vieja, me dijo sonriente: "hacés preguntas que yo no puedo responder, tendrías que hablar con alguien que sepa más". De inmediato se apartaron un poco y discutieron las opciones. Volvieron y continuaron: "en este momento el único en la zona que podría darte esas respuestas es Alberto, así que vamos a transmitir tus dudas y vendrá a visitarte una de nuestras predicadoras". "¿Y Alberto?" pregunté sin entender. Con gesto de condescendiente obviedad me explicaron "Alberto es hombre".
Segundo pecado: me relacioné con hombres de igual a igual.
En algún momento la ciudad empezó a llenarse de seres extraños, siempre en pares, impecablemente vestidos, idénticos, con una valijita y un libro en la mano. Eran mormones. No tenía idea de lo que era eso, por lo tanto en cuanto se me acercaron me dispuse a averiguarlo. Estaban misionando, me explicaron que deben hacerlo por dos años en el país al que los envíen. Uno era peruano (un peruano rubio) y el otro de Miami (un miamense rubio). Me hablaron de la presencia de Jesús en América (del Norte, claro), de John Smith, y me preguntaron si me gustaría ver una foto de los Profetas. Cuando me la dieron los miré preguntándome/les si era una joda. Pero no, ese grupo de hombres de impecable traje, como Bill Clintones sonrientes, parecidos a ejecutivos de la General Electric, eran los Profetas modernos. Esos hombres cuidan el alma de los fieles.
Tercer pecado: vi agentes de Bolsa en los Profetas.
Indagué en religiones orientales, alternativas, no ortodoxas. Dejé de enumerar pecados cuando ya llevaba varias decenas, acumulados aquí y allá, esos primeros tres fueron mi cadena perpetua.
Por entonces ya había dejado atrás la adolescencia y mi curiosidad por aquel Dios tan funcional a los hombres. Me asumí como atea con cierta tendencia agnóstica. Ya había visto el poder de la Iglesia, de todas las Iglesias, su soberbia, su fascismo, sus crímenes.
Si acaso existiese algún Dios tengo algo en mi descargo: lo intenté.
No tuve opción, como dijo el Flaco: "las almas repudian todo encierro". Aunque estas nubladas cruces aún no comenzaron a llover.
19 comentarios:
Por creer en algo, yo podría querer creer (y no sé si quiero) que lo que nos hace pensar y escribir y hablar no es simplemente una extraña combinación de impulsos nerviosos neuronales, sino un alma o un espiritu que nos hace diferentes. El que ese espiritu se reencarne hasta encontrar su karma o vaya al Cielo católico o al Walhala escandinavo o al Al Jennah musulmán es algo que nunca sabremos hasta que lleguemos o no.
Besos para el 2006...
Por aquí está despejado, no parece que vaya a llover...
Era Cernuda, creo, el que decía que no poddía creer en un dios crucificado. Supongo que hay razones para descreer de cualquier otro. Yo, rehabilitando a Groucho, diría que no podría creer en nada a lo que hubiese que pertenecer. Uno no necesita pertenecer a la Belleza o a la Ausencia, simplemente están ahí, y se pueden disfrutar y sufrir por igual. Un saludo.
grande texto, parabéns
bom 2006
Vitore: robando palabras a Juan Gelman: "Si me dieran a elegir yo elegiría/ esta inocencia de no ser un inocente/ esta pureza en que ando por impuro".
Hautor: quizás pertenecer sea esa capacidad de disfrutar y sufrir. Han bastardeado tanto el sentido de "pertencer" que me cuesta pensarlo, pero yo tampoco podría pertencer a una creencia que me acepte a mí como socia.
Mixtu: muito obrigado.
Besos a todos, que estrenen bien el año y sea mejor que el que dejamos atrás.
mea culpa: pertencer = pertenecer (y eso que aún no empecé a brindar, pero puedo echarle la culpa al teclado que tiene una "e" conflictiva)
El post me hizo reflexionar sobre las iglesias y los niños, ¿hay acaso algún lugar más ominoso?. Galerías en semipenumbras con tenebrosas figuras martirizadas, un largo proceso de tortura ilustrado cuadro por cuadro -habría que ver si no es apología del delito- y el crucificado agonizante presidiendo el conjunto, a veces desangrándose de un modo muy realista. Y para rematar, esos niños gordos voladores de seis extremidades cual insectos monstruosos. Todo mucho más terrorífico que el inocente tren fantasma... Después la Iglesia condena una novela, un film o un programa de TV por violento, macabro e inconveniente para la sensibilidad de nuestros hijos. ¡Hay que tener cara!
Nós, homens e mulheres necessitamos, por natureza, de ter algo em que devemos acreditar, que nos devemos agarrar nos momentos dificeis. Enquanto crianças, jovens, temos a figura dos pais, para nós o nosso pai é sempre o mais forte, aquele que vai bater ao miúdo que nos anda a bater na escola. Quando adultos, o homem necessita de uma outra referência, algo que seja mais forte, essa referência, para a maioria é o sobrenatural.
O Homem é dependente, o homem não valoriza a madre das referências: a natureza.
A ideia de um Deus é diferente da Igreja.
Eu só acredito na natureza das coisas mas, se fosse homem primitivo também pintava nas cavernas para ter caça, e hoje, sempre que estou aflito, chamo por todos os santinhos e por Deus, não arrisco a chamar só por um, pois pode estar distraído...
Dito de outra forma, acredito em Deus quando estou aflito.
Uma anedota (broma), apenas é uma "broma, pois Mixtu é educado; Testemunhas (testigos) de Jeová batem à minha porta; querem falar de Deus, para eu ser "testigo" de Jeová, o que Mixtu responderia?
-"Dsculpa, seria com todo o gosto testemunha de Jeová, mas não vi o acidente..."
Cinzcéu, gostei de falar contigo, tens "escrita" para ser uma boa mulher.
Cinzcéu e Grismar, gostei hablar convosco :), pois reparo que este texto é de Grismar. :)
La fe, segun mi opinion, se siente o no, no se aprende, no se enseña, no se hereda...es algo personal e intransferible...lo que sucede con las religiones en general es algo que bien traduce un filosofo aleman, cuando dice "El hombre hizo a dios a su imagen y semejanza". El tema da para un intercambio amplisimo de opiniones y comentarios, y me parece buenisimo el post...Por otro lado, quisiera desearles un buen año a todos, y esperemos que no llueva aun.
Mixtu, você repara muito bem, eu nao tenho nada duma boa mulher. Guten Neue Jahr, Claris (disculpen, pero me agarró la hora multilingüe).
Cinzcéu: que yo sepa no cuestionó La Pasión de Cristo, de Gibson, aunque tiene más sangre que todas las de Freddy Kruger juntas.
Mixtu: es verdad, muchas veces creemos, o al menos invocamos un Dios, cuando estamos afligidos, angustiados, o la realidad nos supera. Admito que es mucho más simple y feliz la vida del creyente, pero no es una opción, si no creés, no podés inventarlo.
(mirá que le han dicho cosas a Cinzcéu, pero que sea una "boa mulher" es inédito, ya me lo anoté para usarlo alguna vez)
Claris: la fe es intransferible, nadie te puede obligar a creer ni a no creer, pero quienes no creen suelen ser más respetuosos, no andan por la vida con el único objetivo de hacer no creer a los demás. Buen año para vos también, sin lluvia.
Morgana: si hablamos de creencias, yo también tengo unas cuantas, empezando por mí misma y terminando en tanto indecible.
Cinzcéu: yo soy remultilingüe, domino a la perfección el español y el argentino.
Para mí la "fe" siempre fue un concepto incomprensible: Aceptar una premisa sin entender (ni pretender averiguar) por qué. Lo puedo admitir en matemática, como regla de un juego a jugar, pero me parece que la vida es OTRO tipo de juego.
Por un momento he recordado mi niñez y pre-adolescencia.. siempre preguntado y yendo de un lado a otro esperando que algo o alguien disipara todas mis dudas ;))
Es un relado delicioso Grismar, disfruté leyendo.
Un saludo
Este post es una verdadera experiencia religiosa, Grismar. Es para disfrutar "en comunión con el cosmos", como han predicado por aquí.
Y acaba de hacer el milagro y veo a mi yo-Niña (des)creyendo... Hubo algunas cuestiones claves en mi irrefrenable agnosticismo quasi herético de niña. Una era la confesión, porque preguntaba abiertamente por qué un hombre se arrogaba la facultad de perdonar los pecados y cómo calculaba la penitencia que correspondía (un problema de jurisprudencia en el Código Penitencial, podríamos llamarlo). Y vinculado con eso, como me incomodaba tanto la idea de "confesar", pensaba concientemente que en esa situación uno debía inventar para salir del paso y así incurría en la mentira, no sólo pecado sino además Capital.
Otra era de índole un poco más escatológica... El hecho de que Dios fuera omnipresente siempre me hacía imaginar que nos espiaba mientras íbamos al baño. Me daba escalosfríos de sólo pensarlo.
1+: yo tampoco comprendo la fe, y menos comprendo los que te dicen que si no tenés fe tenés que pedirle a dios que te la dé.
Azzura: y nadie lo hizo, supongo. Gracias, besos.
Isa: tu comentario me trajo un recuerdo. Cuando era muy chica un primo de mi papá, tucumano y cura, vino a visitarnos. En un momento, después de almorzar, el buen hombre empezó a contar con grandes carcajadas algunos de los secretos de confesión más "divertidos" que recordaba. Obviamente ni idea de quienes serían los confesos, pero recuerdo que mi mamá saltó y me sacó de ahí, y mi viejo tuvo una gran discusión con él, no sé si porque eran secretos o por el tono de los mismos, pero jamás volví a verlo (por suerte).
Personalmente me siento alejado de todo lo que parezca religion; simplemente no puedo seguir algo que siguen los demas como ovejas. Creo que no puedo hacer las paces con la Iglesia porque se demasiado; se toda la mierda que albergaron y siguen albergando, defendieron y siguen defendiendo; se como se cagaron en todo el mundo, se como ser Papa era ser un rey y como hijos de puta asesinos como los Borgia llegaron a ser Papas; se demasiado...
Yo creo en algo, y se que ese algo esta dentro de mi. No puedo creer en algo que esta fuera de vos, y le tenes que pedir alguna gauchada cuando necesitas algo. Yo no creo en un dios patron.
Para que yo crea en algun dios, tienen que mostrarme historias que no hayan escrito manos humanas. Sino voy a seguir con mi sana teoria de que los hombres crean a sus dioses a imagen y semejanza.
Todas las noches, religiosamente, me tomo un vaso de ginebra con dos hielos. De algún modo, todos tenemos rituales que nos resguardan de la lluvia amenazante y del dolor incomprensible. A veces me preocupa la falta de "mística" con la que me muevo. Veo como el corazón de la gente se aleja de las cosas que a mí me apasionan y que me gustaría contagiarles. Asisto, por ahora perplejo, a otros rituales que me son ajenos, sumisos o mortuorios. No me interesa que la fe mueva montañas, pero sospecho que un poco de pimienta mística o pasión estúpida no vendría nada mal para sazonar tanto banquete de inteligencia e hiperinformación. ¡Marche otra ginebra para este Mono!
¿por qué oponer pasión a inteligencia, Mono? hay tanta o más pasión en la pregunta, en la duda, en la búsqueda de respuestas, que en la sumisión a una creencia unívoca. Que sean dos ginebras, el día que perdamos esos rituales y la pasión no tendría sentido vivir.
Descubrí este blog hoy. Leí por casi dos horas desde la última entrada "hacia atrás" y al fin decidí empezar con las del año 2005. Por fin un blog que me hable como yo hablo...Leo sobre cosas que me pasaron y otras sobre las que pensé y pensé, muchas veces sin llegar a planteamientos tan lúcidos.
Gracias!
Vero
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