Un manojo de palabras
El sábado pasado mi hijo sufrió una apendicitis repentina, y lo que sería un tranquilo fin de semana de vacaciones se convirtió de pronto en una angustiante espera en la puerta de un quirófano de la Clínica del Niño. Espera en la cual me debatía entre el no querer alejarme de esa puerta y la necesidad de fumar un cigarrillo, ya que para quienes nos cuidan no entra en la ecuación la salud mental de los que quedamos de este lado de esa puerta y no existe siquiera un pequeño rincón abierto, cerrado, sellado, al aire libre o con extractores de aire en el cual podamos fumar. Para hacerlo debía bajar tres pisos, hasta la calle. ¿Creerán que el momento en el cual tenemos a alguien amado en la sala de operaciones es el mejor para dejar de fumar o será pura perversión expresada en enormes carteles en todas las paredes que prohibían hacerlo produciendo más ansiedad?.
Cuando mi hijo salió del quirófano, cuando supe que todo estaba bien, comenzaron horas interminables, quebradas sólo por los minutos en los cuales despertaba o alguna enfermera venía a controlarlo.
Me distraje leyendo las paredes, cubiertas de graffitis escritos por quienes ocuparon esa habitación desde (según pude ver como fecha más antigua) diciembre de 2002.
Cuando mi hijo salió del quirófano, cuando supe que todo estaba bien, comenzaron horas interminables, quebradas sólo por los minutos en los cuales despertaba o alguna enfermera venía a controlarlo.
Me distraje leyendo las paredes, cubiertas de graffitis escritos por quienes ocuparon esa habitación desde (según pude ver como fecha más antigua) diciembre de 2002.
Graffitis a lápiz, lapicera, crayón o raspado de la pintura de la pared. Casi todos ellos acompañados de dibujos, desde simples corazones y flores hasta elaborados antropomórficos con yesos o sueros, prolijamente fechados y con lugar de procedencia. Extrañamente ninguno de ellos escrito con "k" (no leí ningún "t kiero mucho", o similar).
Hice una clasificación global en tres categorías: padres, otros familiares y amigos, y pacientes.
Las dos primeras compartían un mismo sentido, le hablaban al paciente. La diferencia se expresaba en el tono y en que los padres referían una y otra vez al momento presente, en cambio familiares y amigos lo hacían al mañana. El tono de los padres denotaba cierta angustia, aún en los más optimistas (angustia que comprendía perfectamente, aún cuando ya sabía que mi hijo estaría bien). Los familiares y amigos apuntaban hacia un mañana en el cual la experiencia presente sería toda una aventura.
"Nicolás, te amamos y esperamos que te recuperes pronto - mamá y papá". "Cari, vas a ver que todo va a salir bien - mamá". "Aguante Seba - tus papis". "Fuerza, Guada, que después te vas a comer todos los helados que quieras - tu tía Amelia". "Nahuel, ¿te quebraste la pata para no jugar el domingo? - Mati y Ezequiel". Y así, varias decenas más.
Pero los que llamaron mi atención fueron los de los chicos, los pacientes, los que estaban ahí enfrentando el dolor, el temor, la experiencia, para muchos quizás inédita, de tener que soportar no sólo aquello que los llevó allí sino el accionar de una ciencia que no parece tener interés en dedicar parte de los millones destinados a investigaciones en producir tratamientos menos cruentos.
Los graffitis de los chicos eran variados, pero podrían repartirse entre aquellos que simplemente informaban por qué estaban allí, cómo se sentían o cómo esperaban sentirse, los poéticos, y los que se dirigían a aquellos que ocuparían esa cama cuando ellos la abandonaran. Estos últimos eran los que más me gustaban. Esperé que mi hijo estuviese despierto para ver qué opinaba de ellos y comprobé que, igual que a mí, esos eran los que más le atraían. Ni uno sólo incluía un pedido, una queja o un lamento.
"Acá estuvo Gonzalo operado de la garganta - Gonza". "A mí me trajeron porque me rompí el brazo pero mañana me voy - Ale". "Aunque te sientas triste porque estás internado tenés que pensar que cuando salgas vas a estar mejor que cuando llegaste - Ana". "Yo me operé el hígado y no me puedo ir mañana porque es domingo - Luli"
Y mis preferidos, los que me hicieron sonreír: "de acá salís cacareando ¿te gusta el pollo? - Mauricio" (luego lo comprendí: los tres días de internación en los cuales mi hijo pudo comer, le dieron pollo), "empezá a caminar rápido y te dejan ir antes - anónimo", "cuando te pinchen gritá así te pinchan enseguida - Lucas" , "la enfermera gorda se afana la gelatina - Matu" .
Antes de irnos mi hijo eligió un lugar vacío junto al timbre y escribió: "acá llegamos mi apéndice y yo y yo me voy pero él se queda. Y guarda con la gorda que se afana la gelatina en serio".
Cuando llegué a esa habitación y vi sus paredes escritas no tuve una buena impresión, pero pronto comprendí, me fui metiendo en ese pequeño mundo. No sé si las dejan así voluntariamente o por simple desidia, pero no importa, por lo que sea, lo agradecí.
Hice una clasificación global en tres categorías: padres, otros familiares y amigos, y pacientes.
Las dos primeras compartían un mismo sentido, le hablaban al paciente. La diferencia se expresaba en el tono y en que los padres referían una y otra vez al momento presente, en cambio familiares y amigos lo hacían al mañana. El tono de los padres denotaba cierta angustia, aún en los más optimistas (angustia que comprendía perfectamente, aún cuando ya sabía que mi hijo estaría bien). Los familiares y amigos apuntaban hacia un mañana en el cual la experiencia presente sería toda una aventura.
"Nicolás, te amamos y esperamos que te recuperes pronto - mamá y papá". "Cari, vas a ver que todo va a salir bien - mamá". "Aguante Seba - tus papis". "Fuerza, Guada, que después te vas a comer todos los helados que quieras - tu tía Amelia". "Nahuel, ¿te quebraste la pata para no jugar el domingo? - Mati y Ezequiel". Y así, varias decenas más.
Pero los que llamaron mi atención fueron los de los chicos, los pacientes, los que estaban ahí enfrentando el dolor, el temor, la experiencia, para muchos quizás inédita, de tener que soportar no sólo aquello que los llevó allí sino el accionar de una ciencia que no parece tener interés en dedicar parte de los millones destinados a investigaciones en producir tratamientos menos cruentos.
Los graffitis de los chicos eran variados, pero podrían repartirse entre aquellos que simplemente informaban por qué estaban allí, cómo se sentían o cómo esperaban sentirse, los poéticos, y los que se dirigían a aquellos que ocuparían esa cama cuando ellos la abandonaran. Estos últimos eran los que más me gustaban. Esperé que mi hijo estuviese despierto para ver qué opinaba de ellos y comprobé que, igual que a mí, esos eran los que más le atraían. Ni uno sólo incluía un pedido, una queja o un lamento.
"Acá estuvo Gonzalo operado de la garganta - Gonza". "A mí me trajeron porque me rompí el brazo pero mañana me voy - Ale". "Aunque te sientas triste porque estás internado tenés que pensar que cuando salgas vas a estar mejor que cuando llegaste - Ana". "Yo me operé el hígado y no me puedo ir mañana porque es domingo - Luli"
Y mis preferidos, los que me hicieron sonreír: "de acá salís cacareando ¿te gusta el pollo? - Mauricio" (luego lo comprendí: los tres días de internación en los cuales mi hijo pudo comer, le dieron pollo), "empezá a caminar rápido y te dejan ir antes - anónimo", "cuando te pinchen gritá así te pinchan enseguida - Lucas" , "la enfermera gorda se afana la gelatina - Matu" .
Antes de irnos mi hijo eligió un lugar vacío junto al timbre y escribió: "acá llegamos mi apéndice y yo y yo me voy pero él se queda. Y guarda con la gorda que se afana la gelatina en serio".
Cuando llegué a esa habitación y vi sus paredes escritas no tuve una buena impresión, pero pronto comprendí, me fui metiendo en ese pequeño mundo. No sé si las dejan así voluntariamente o por simple desidia, pero no importa, por lo que sea, lo agradecí.
Quizás parezca una tontería, pero esas paredes, cuando sentí la impotencia, cuando de nada servían las palabras de médicos o conocidos que decían que no debía preocuparme, me hicieron sentir menos sola, me ayudaron a saber que aunque llegué con relámpagos no necesariamente iba a llover.
6 comentarios:
Espero que tu hijo esté ya a punto de regresara casa y el susto sea sólo un mal recuerdo.
Besos.
Es que eso del apéndice debió ser un fallo o bien divino o bien genético, porque ¿para qué sirve aparte de para pegarte esos sustos cuando se inflama?.
Nadie sano dice: tengo un apéndice la mar de sano y fuerte...
Mejor que se lo hayan quitado y ¡muy buena la frase de tu hijo!: "acá llegamos mi apéndice y yo y yo me voy pero él se queda. Y guarda con la gorda que se afana la gelatina en serio".
Dentro de nada; y mientras no llueva; le tenéis que hacer un hueco en vuestro blog.
Besos.
Cuando leí que había graffitis, me indigné; cuando leí su eventual función, me tranquilicé. Es posible que apenas sepa que no sé nada.
Los medicos, en ese caso, deberian leer con seriedad esos graffitis, creo que aprenderian que sus pacientes son mas humanos de lo que ellos creen. Me alegro que todo haya quedado en unos pocos relampagos. Con respecto a la prohibicion de fumar, esta claro que no se implementaron medidas anti-tabaco sino anti-fumadores, con todas las arbitrariedades que eso conlleva. Abrazos !!
Muralla: gracias, sí, regresó, y más que un mal recuerdo ahora muestra su cicatriz como herida de guerra.
Vitore: cuentan los que dicen que saben que el apéndice es algo que quedó de la época en la cual nos alimentábamos de carne cruda, pero creo que es sólo una joda de la naturaleza.
Cinzcéu: algo así me sucedió, hasta que los leí.
Claris: gran verdad, son reglas anti-fumadores con todas las arbitrariedades concebibles.
Besos.
Espero que tu hijo ya esté bien del todo.. y tu también ;)
un besito para ambos
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