Juego de seducción
Ir a tomar un café, o a sentarse a una plaza, para una mujer sola suele ser una incursión en un coto de caza. Las reglas de ese juego son tan poco claras y ambiguas que no hay posibilidades de evitarlo, excepto explicitando una y otra vez que sólo estamos tomando un café, o sentándonos en una plaza, solas, sin estar esperando a nadie, sin estar cuidando hijos, sin estar comprometidas, sin ser unas castradas amargadas y frígidas, sólo teníamos ganas de estar solas un rato. Un rato de una hora, un mes, un año o diez, hasta que decidamos lo contrario. Es nuestro derecho, aunque la sociedad de encargue de exigirnos a cada paso el deber de estar en pareja.
He conocido algunos hombres interesantes, pero pocos, demasiado pocos, despertaron asombro, sugestiva incertidumbre.
Lunes. 4:30 p.m. Observé el lugar rápidamente buscando una mesa aislada pero luminosa. La encontré junto a una pequeña ventana, pedí un café y puse sobre la mesita mi libro y los cigarrillos. Extrañamente para la hora y el lugar, había paz, música apenas perceptible, voces suaves, una suerte de quietud contagiosa.
Leí varias páginas cuando sentí a mi lado un movimiento y una presencia que se imponía en mi campo visual. Un hombre, no mayor de los 45 años, acercó una silla a mi mesa y se sentó.
"¿Qué lees?" preguntó. "Un libro" respondí volviendo a mi lectura con la esperanza de que la cortedad de la respuesta le explicara que tenía intenciones de estar sola y leer. Mientras decía "perfecto" sacaba de su bolso un libro, lo ponía sobre la mesa y comenzaba a leer.
No demostré el asombro que me había producido, y pocos minutos después estaba tan absorta en mi lectura como antes que él llegara.
Leímos por casi una hora, en un silencio sólo quebrado por un masculino "¿querés otro café?" y un femenino "¿me das fuego?".
Miré la hora, dije "me voy", me levanté buscando mi billetera. Dijo "dejá que yo pago", "no, gracias" respondí, pagué y comencé a irme.
He conocido algunos hombres interesantes, pero pocos, demasiado pocos, despertaron asombro, sugestiva incertidumbre.
Lunes. 4:30 p.m. Observé el lugar rápidamente buscando una mesa aislada pero luminosa. La encontré junto a una pequeña ventana, pedí un café y puse sobre la mesita mi libro y los cigarrillos. Extrañamente para la hora y el lugar, había paz, música apenas perceptible, voces suaves, una suerte de quietud contagiosa.
Leí varias páginas cuando sentí a mi lado un movimiento y una presencia que se imponía en mi campo visual. Un hombre, no mayor de los 45 años, acercó una silla a mi mesa y se sentó.
"¿Qué lees?" preguntó. "Un libro" respondí volviendo a mi lectura con la esperanza de que la cortedad de la respuesta le explicara que tenía intenciones de estar sola y leer. Mientras decía "perfecto" sacaba de su bolso un libro, lo ponía sobre la mesa y comenzaba a leer.
No demostré el asombro que me había producido, y pocos minutos después estaba tan absorta en mi lectura como antes que él llegara.
Leímos por casi una hora, en un silencio sólo quebrado por un masculino "¿querés otro café?" y un femenino "¿me das fuego?".
Miré la hora, dije "me voy", me levanté buscando mi billetera. Dijo "dejá que yo pago", "no, gracias" respondí, pagué y comencé a irme.
Tres pasos más cerca de la puerta escuché a mi espalda un "flaca". Me di vuelta y lo miré. Con voz suave y profunda dijo "gracias". Lo miré interrogante. "No me gusta leer solo" agregó con una sonrisa. Sonreí y me fui.
Definitivamente ese día no iba a llover.
Definitivamente ese día no iba a llover.
3 comentarios:
Encantador! Me hubiese gustado ser ese hombre y observarte de a ratos espiando por sobre el libro y solo disfrutar del conjunto perfecto de tu presencia y la lectura compartida.
:D
Encantador y delicioso.
Un libro
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