No se banca más
Esta campaña tiene un marcado protagonismo femenino, lo cual en la práctica proselitista no representa nada especial, excepto más gastos en peluquería y ropa, y una cierta tendencia discursiva.
También ofrece un notable aumento de consumo de papel, lo que demuestra que el país avanza, al menos hacia la papelera. Cientos de panfletos, carteles, pasacalles, sobres y más sobres, con carta de Kirchner incluida, nos informan dónde votaremos ofreciéndonos generosamente las boletas que esperan depositemos en las urnas.
Capítulo aparte merecen ciertas encuestas. El encuestador promedio es un muchacho de entre 25 y 30 años, vestido acorde al partido que representa, corbatas a la derecha, barbita Che a la izquierda. Todos ellos acompañan al repetido saludo “buenos días, estamos haciendo una encuesta, sólo te robaremos un minuto“ una expresión de contenida ansiedad, un “por favor respondeme”. Algunos casos puntuales salieron de libreto, como aquel que detrás de su impecable saco negro recitó “¿podría hablar con el jefe de la familia?”, y tardó unos 30’’ en procesar mi respuesta (“imposible, somos una cooperativa”). Estar 30’’ con cara de nada manteniendo la impecable presencia, mientras el cerebro quema neuronas intentando encajar la respuesta en la estructura aprendida, no es poco.
El cuestionario es similar en unos y otros: qué opinamos de la gestión de fulano, o del candidato mengano, si ya tenemos decidido a quién votar y si cortaremos boleta. Las opciones repiten los “Muy bueno-bueno- regular-malo y muy malo”, algunos incluyen un notable “no opino” y otras un surrealista “ninguno”. Es fácil detectar a los profesionales y los amateur, sólo preguntarles, ante la mención de un perdido concejal en una de las tantas listas sábana, “¿y ese quién es?” es suficiente. Los primeros responden de inmediato a qué partido pertenece, mientras los segundos empiezan a revolver papeles de la infaltable carpeta que portan hasta dar con la respuesta, mientras balbucean “ya te digo…yo sabía…”.
No se libera del clima de campaña el criterio de buena vecindad.
Martes, 10:30 am, timbrazo largo y contundente. Abro la puerta dispuesta a repetir “Muy malo, muy malo, no, no”, cuando me enfrento al sonriente rostro de una vecina, una antigua vecina de hola y chau (como todos mis vecinos). Sin permitir que la sonrisa se desdibujase ni por un instante me besa efusiva, ponderando lo largo de mi pelo (quizás un mm más largo que la semana pasada cuando nos cruzamos en la panadería). Candidata a concejal por el ARI, se posiciona de inmediato. Comienza un discurso en el cual mi ser mujer, su ser mujer y el ser mujer de Carrió se presentan como una política, cuando surge en la escena otra vecina, quien sin mediar saludo pero con la sonrisa ya instalada me mira diciendo “no te habrá convencido ¿no?”. Ambas ríen aún no sé de qué y preparan las armas. Candidata a concejal suplente por el Frente, se apura en explicar la intrusa. Mi ser mujer, su ser mujer y el ser mujer de Cristina toman la palabra. Mi vecina-ARI no resigna el protagonismo, sobre todo cuando descubre que una pareja a pocos metros se había sentado en el umbral de su departamento, escuchando ostensiblemente el debate. Pocos minutos después el público había aumentado considerablemente, y mis vecinas discutían de modo de ser escuchadas al menos en 100 metros a la redonda, como si el destino de la patria dependiese de ellas. Decidí entonces que ya era suficiente para mí y simplemente me despedí. Sus rostros se transformaron de inmediato, ambas me besaron como a una hermana que no volverán a ver, augurándome un futuro de amor, paz y trabajo, mientras depositaban sus sobres en mis manos.
También ofrece un notable aumento de consumo de papel, lo que demuestra que el país avanza, al menos hacia la papelera. Cientos de panfletos, carteles, pasacalles, sobres y más sobres, con carta de Kirchner incluida, nos informan dónde votaremos ofreciéndonos generosamente las boletas que esperan depositemos en las urnas.
Capítulo aparte merecen ciertas encuestas. El encuestador promedio es un muchacho de entre 25 y 30 años, vestido acorde al partido que representa, corbatas a la derecha, barbita Che a la izquierda. Todos ellos acompañan al repetido saludo “buenos días, estamos haciendo una encuesta, sólo te robaremos un minuto“ una expresión de contenida ansiedad, un “por favor respondeme”. Algunos casos puntuales salieron de libreto, como aquel que detrás de su impecable saco negro recitó “¿podría hablar con el jefe de la familia?”, y tardó unos 30’’ en procesar mi respuesta (“imposible, somos una cooperativa”). Estar 30’’ con cara de nada manteniendo la impecable presencia, mientras el cerebro quema neuronas intentando encajar la respuesta en la estructura aprendida, no es poco.
El cuestionario es similar en unos y otros: qué opinamos de la gestión de fulano, o del candidato mengano, si ya tenemos decidido a quién votar y si cortaremos boleta. Las opciones repiten los “Muy bueno-bueno- regular-malo y muy malo”, algunos incluyen un notable “no opino” y otras un surrealista “ninguno”. Es fácil detectar a los profesionales y los amateur, sólo preguntarles, ante la mención de un perdido concejal en una de las tantas listas sábana, “¿y ese quién es?” es suficiente. Los primeros responden de inmediato a qué partido pertenece, mientras los segundos empiezan a revolver papeles de la infaltable carpeta que portan hasta dar con la respuesta, mientras balbucean “ya te digo…yo sabía…”.
No se libera del clima de campaña el criterio de buena vecindad.
Martes, 10:30 am, timbrazo largo y contundente. Abro la puerta dispuesta a repetir “Muy malo, muy malo, no, no”, cuando me enfrento al sonriente rostro de una vecina, una antigua vecina de hola y chau (como todos mis vecinos). Sin permitir que la sonrisa se desdibujase ni por un instante me besa efusiva, ponderando lo largo de mi pelo (quizás un mm más largo que la semana pasada cuando nos cruzamos en la panadería). Candidata a concejal por el ARI, se posiciona de inmediato. Comienza un discurso en el cual mi ser mujer, su ser mujer y el ser mujer de Carrió se presentan como una política, cuando surge en la escena otra vecina, quien sin mediar saludo pero con la sonrisa ya instalada me mira diciendo “no te habrá convencido ¿no?”. Ambas ríen aún no sé de qué y preparan las armas. Candidata a concejal suplente por el Frente, se apura en explicar la intrusa. Mi ser mujer, su ser mujer y el ser mujer de Cristina toman la palabra. Mi vecina-ARI no resigna el protagonismo, sobre todo cuando descubre que una pareja a pocos metros se había sentado en el umbral de su departamento, escuchando ostensiblemente el debate. Pocos minutos después el público había aumentado considerablemente, y mis vecinas discutían de modo de ser escuchadas al menos en 100 metros a la redonda, como si el destino de la patria dependiese de ellas. Decidí entonces que ya era suficiente para mí y simplemente me despedí. Sus rostros se transformaron de inmediato, ambas me besaron como a una hermana que no volverán a ver, augurándome un futuro de amor, paz y trabajo, mientras depositaban sus sobres en mis manos.
Cerré la puerta escuchando como retomaban el debate. Busqué los auriculares y me refugié en La grasa de las capitales.
Al menos aún no llueve.
Al menos aún no llueve.
4 comentarios:
A diferencia de Nacha Guevara, a mí no me gusta el ser mujer...
Mi voto ya está definido: no, muy malo, no opino, no, no, ninguno.
Increiblemente molesta la campaña, e increiblemente molesto la cantidad de dinero gastada en ella que se podría invertir en otras cosas.
Me encanta, escribís de lujo. ¿Y Cinzcéu me llama a mi maestro del posteo? ¿A mi? Que lea esto.
Sebastián, lo he leído y me parece excelente (por eso comparto un blog con Grismar, je). Eso no agrega ni quita nada a tu estrategia de posteo que califica por sí misma.
Mi consejo del día: lean a Grismar y a Sebastián Dell.
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