jueves, octubre 27, 2005

Riesgo constante de desenlace trágico

De un tiempo a esta parte, el fútbol mediatizado -¿hay otro?- se ha transformado en un rosario de estadísticas a cual menos relevante. Hay que precisar que el mundillo del fútbol entiende por estadística cualquier dato que incluya al menos un número.
Así nos enteramos de que el Club X lleva 235 minutos sin convertir como local, que el Club Y no gana en el Estadio A desde hace 18 meses o que de los últimos 3 goles en contra del Club Z, 2 fueron de pelota parada. Como se ve, todos datos de una relevancia, al menos, dudosa.
Subsisten los números históricos, por ejemplo, los que hacen del paraguayo Arsenio Erico el máximo goleador del fútbol argentino y del Gringo Héctor Scotta el máximo goleador en un solo año. Pero suena exagerado afirmar, en la segunda o tercera fecha de un torneo, que Mengano tiene la posibilidad concreta de destronar a Zutano que encabeza la tabla con... 2 goles.
Las estadísticas de fútbol existen desde siempre pero hoy en día tienden a la focalización del muy corto plazo y producen la impresión de que todo el tiempo se pone en juego algo crucial. El mismo servicio brindan los complejos mecanismos numéricos que definen el acceso a copas internacionales y los ascensos y descensos de categoría que la magia de la aritmética hace variar en cuestión de minutos.
Durante una jornada futbolera, un equipo mantiene la categoría, se va al descenso directo, clasifica para la promoción y mantiene la categoría... todo en escasos 90 minutos de tensión. El objetivo de máxima parece ser que no haya un solo minuto de fútbol en que no esté por definirse un lugar, una posición y un destino.
Es el discurso del riesgo constante de desenlace trágico, rasgo que el periodismo deportivo comparte, por ejemplo, con la medicina dominante para la cual siempre suele haber alguien -con frecuencia uno mismo- a punto de morir.
De allí esos planos cortos televisivos sobre el rostro descompuesto del goleador fallido, el volante humillado o el arquero vencido. Y el hábil y fugaz montaje en paralelo con los respectivos primeros planos del goleador, el volante o el arquero relegados al banco de los suplentes o incluso a la platea baja. Y el último plano de la secuencia, dramático y conclusivo: el desesperado y negligente entrenador que mandó a la cancha a esos pusilánimes derrotistas que ya han sufrido tres goles de pelota parada en los últimos 165 minutos, los dos últimos -aclara el asistente estadístico, como si la localización fuera determinante- en el arco de allá.
Señores periodistas: dejensé de joder, nadie está por morir, se trata de un juego de pelota.
Hace poco, el camerunés Samuel Eto'o declaró que no le afectaba que los hinchas adversarios le arrojaran bananas y lo tildaran de mono: gracias a que ellos abonan su entrada -dijo- él cobra como un blanco por correr como un negro. Y hace ya cuatro décadas, el brasileño Osvaldo Brandao supo consolar a un futbolista quebrado tras la derrota diciéndole que no había sido más que un partido de fútbol y que una tragedia consiste en que se muera un chico.
El mismo circo, otra mirada, otro discurso y la pequeña sabiduría de quienes quizás sepan qué es llover.

1 comentarios:

Grismar

Eso de que nadie está por morir, a la luz del número de víctimas post-partidos (incluso pre) es relativo.
El fútbol es un negocio y está manejado como una empresa, lo estadístico es coherente con eso, pero no lo es con 4 flacos que para discutir un partido hablan de cuantos minutos estuvo fulano en el área chica, o cuantos tiros de esquina convertidos hacen falta para entrar en la D.
El 90% del periodismo aporta a la mirada trágica, y es 100% seguro que lloverá.